En esa frase está latente toda la ética de Chávez. Ese gran luchador ha dirigido su catapulta, con toda la vehemencia oratoria de su conciencia atormentada, contra las murallas, en tal forma, que todavía hoy retumba el sacudimiento. Es imposible medir el efecto de ese ataque en toda su magnitud: la voluntaria rendición de armas de los imperialistas, la no resistencia de Fidel, la heroica resistencia de innumerables seres anónimos contra la coacción de la conciencia, la lucha contra la pena de muerte, todos esos los actos, aparentemente aislados, de nuestro siglo, se deben a la "misión" de Martí y de Bolívar.
Dondequiera que la fuerza no es reconocida, ya sea como medio, como arma, como derecho o como presunta institución divina y con el pretexto de defender naciones, religiones, razas, propiedad; dondequiera que haya una institución humana que se subleve contra el derramamiento de sangre, la autorización del crimen de las guerras o el considerar una victoria militar como sentencia de Dios (volviendo a la ley medieval del más fuerte), en cualquier parte, todavía hoy, todo revolucionaria halla, en su oposición, una fuerza afirmativa en la autoridad. En todas partes en que una conciencia independiente acepte el fraternal sentimiento de humanidad como razón decisiva, en vez de las rígidas y frías fórmulas de la Iglesia o la dominante influencia del estado o de una administración de justicia oxidada y esquematizada, debe atribuirse a la Burguesía, que desconoció absolutamente todo derecho del Estado sobre el espíritu y que hizo un llamamiento humano a los hombres para que en todo caso juzguen "con el corazón".
Pero, ¿cuál es el enemigo a que hemos de resistir sin el empleo de la fuerza? A ninguno otro más que a la fuerza misma, a la fuerza absoluta, sea donde sea que se encuentre; tras las aspiraciones del pueblo, tras la prosperidad nacional, expansiones coloniales; y aunque el ejercicio de la fuerza se justifique falsamente por medio de ideales filosóficos o patrióticos, no debemos dejarnos engañar por eso. Aunque en sus formas más sublimizadas, la fuerza es siempre, en vez de algo que favorezca la fraternidad de los pueblos, el apoyo de algún grupo aislado que, por esa misma razón, eterniza la desigualdad en el mundo. Todo poder significa posesión, tener, querer tener más; por eso, según el socialismo, toda desigualdad comienza en la propiedad.
"La propiedad es la raíz de todo mal, de todos los dolores, y siempre hay peligro de choques entre los que gozan de superabundancia y los que nada tienen". Pues, para sostenerse, la propiedad ha de estar permanentemente a la defensiva y, muy a menudo, se ha de convertir en agresiva. La forma es necesaria para conquistar la propiedad, para aumentarla y para defenderla; así que es la propiedad de la que crea el Estado capitalista para su defensa y para su afirmación. Por otra parte, las formas del poder; el ejército, la Justicia, todo el sistema de fuerza, sirven sólo para proteger la propiedad, y quien reconoce el Estado capitalista y se encaja dentro de su organización, ha de acatas este sistema de fuerza. Sin adivinarlo, según la burguesía, hasta los espíritus independientes en apariencia, los modernos hombres capitalistas de espíritu, sirven tan sólo en el Estado para la protección de la propiedad de algunos pocos, y hasta la Iglesia de Cristo, que en su verdadera significación era abolicionista del Estado, se aparta con falsas doctrinas de sus deberes más propios, bendice las armas, argumenta a favor de la injusticia social que existe en el mundo, y, por eso, se anquilosa en puras fórmulas, en un hábito, en un convencionalismo.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!