Caracas y julio

Nos cuenta Don Francisco Herrera Luque:
Se dice que Caracas, y no hay ninguna seguridad, fue fundada el 25 de julio de 1567. El 29 de julio de 1569, es decir el mismo día del terremoto cuatricentenario, fue de júbilo para algunos y de pesadilla para otros. Una bruja india maldijo el día. Desde entonces el mes que lleva el nombre de César ha sido pródigo en matanzas, saqueos, revoluciones, epidemias y toda clase de males.

Retrotraigámonos a la Caracas de 1569. Era una pequeña ciudad cuartel con ocho manzanas de casas alrededor de la Plaza Mayor. Las calles, con excepción de la que termina en la actual Santa Capilla, estaban tapiadas a modo de parapetos o rústicas murallas como defensa contra los 50.000 indios belicosos que poblaban el Valle, la Costa, el Tuy y la región de los indios teques. A pesar de que Guaicaipuro, el célebre caudillo, había muerto en una emboscada, los indios y en particular los mariches seguían en pie de guerra, acaudillados por Tamanaco. En represalia, Diego de Losada y sus ciento cincuenta compañeros cayeron semanas antes sobre varios poblados mariches haciendo gran matanza entre ellos. Aquel día de julio uno de los centinelas vio avanzar desde el río de los bucares o Anauco unos quinientos indios con plumas y distintivos mariches; pero ostensiblemente desarmados y sumisos.

Centinela: Capitán Losada, venid acá y ved por vos mismo lo que mis ojos aguaitan.

Losada: ¡Son mariches! Parecen venir en paz, traen presentes. Un parlamentario se acerca… ¿Qué vendrá a decirnos? Por las dudas tocad a generala y que todos los hombres ocupen sus puestos.

Curumo: Salud, don Diego de Losada. ¡Mi nombre es Curumo y soy cacique de tres pueblos mariches!
Losada: ¿Qué deseáis?

Curumo: Hacer las paces…, que no haya más guerra entre nosotros… Hemos desacatado a Tamanaco y solicitamos vuestra protección. Nos ha jurado odio a muerte… Conmigo vienen 23 caciques y quinientos hombres…

Losada: Decidles que avancen… ¡Guardias, preparad vuestras armas…!

Centinela: Perdonad, señor capitán; pero observad que vienen sin mujeres y niños… Todo esto es un poco extraño.
Losada: Tienes razón… ¡Eh, Curumo! ¿Por qué habéis venido sin vuestras mujeres e hijos?

Curumo: No estábamos seguro de vuestra respuesta… Teníamos que nos atacarais… Los hemos dejado a buen resguardo a una jornada de aquí… Más de dos mil hombres las cuidan.

Losada: Bien, ¿qué deseáis?

Curumo: Vivir dentro de los muros de Santiago, como ya lo hacen dos mil indios…

El Cautivo: ¡Ni hablar! Ni se os ocurra, don Diego.

Losada: ¿Por qué, don Francisco Guerrero?

El Cautivo: Eso, y meter al diablo en casa es lo mismo…

Chaima: (Otro indio) Comprendo vuestra desconfianza; ya habíamos pensado en ella…

Curumo: Sabíamos que no nos permitiríais vivir dentro de Santiago, como bien dice mi cuñado Chaima.

El Cautivo: (Murmurando) ¡Vaya pinta la que tiene ese maldito Chaima! Mirad qué corpulencia y mirada de fiera…

Chaima: Tan sólo queremos hacer un pueblo al costado de Santiago, a quinientas varas de la muralla… De atacarnos Tamanaco nos defenderíais. En agradecimiento habríamos la tierra en vuestro beneficio…

El Cautivo: No me parece mal la propuesta… con lo perezosos que somos indios y castellanos nos caen de perlas estos esclavos voluntarios…

Chaima: Para mayor confianza nos ofrecemos como rehenes, Curumo, yo y los otros veintidós caciques…
El Cautivo: Eso me parece mejor, aunque no veo qué utilidad le podemos sacar a estos señoritos con plumas. Al fin y al cabo son caciques.

Chaima: Os he oído, español… No hagaís caso de nuestro rango; caciques o no, estamos acostumbrados a la dura faena… Podemos cuidar las bestias, limpiar las armas, acarrear agua del pozo…

Losada: Me parece bien lo que dice el salvaje. Los veinticuatro caciques quedarán en calidad de sirvientes de los principales capitanes… El resto y sus familiares vivirán extramuros… Que construyan sus ranchos allí… traspuesta la quebrada… A vos, Cautivo, os asigno a Chaima, que parece un hombre faculto y de cuidado. Me has convencido; tú, Curumo y los otros caciques vivirán en Santiago… el resto que construyan sus ranchos donde señaló Chaima. ¡Abrid el portal!

Por una semana, los mariches haciendo sus ranchos trabajaban de sol a sol por los alrededores de la actual iglesia de las Mercedes. Chaima, al igual que los otros caciques, diligentemente hacía su oficio.

El Cautivo tenía por hábito dormir la siesta en un entarimado que había puesto a manera de cama en una frondosa ceiba que crecías en su solar. Como era víspera de Santiago y segundo aniversario de la ciudad, el viejo guerrero, por beber más de la cuenta, siguió dormido en su árbol ya entrada la noche. Una conversación en dialecto caribe, que conocía bien, escucho abajo. Chaima decía a los caciques rehenes:

Chaima: Ustedes seis matarán a los que guardan la puerta, apenas yo lance al aire una flecha encendida. Curumo matará a Losada y yo al Cautivo; los otros, al resto de los capitanes. Sin jefes y con la puerta abierta, entrarán los guerreros que afuera aguardan…

Por obra de El Cautivo la conspiración fue descubierta, Salvo Chaima, que no era otro Tamanaco y logró escapar, el resto de los caciques cayeron en manos de los españoles y fueron condenados a muerte.
El día de la ejecución, el ejército y los indios pacificados rodean el recinto de la Plaza Mayor. En medio del terraplén, veintitrés afiladas estacas clavadas en el suelo dibujan una cruz. Losada señala a Curumo:

Losada: A ése…

Dos soldados se lanzan sobre el prisionero, amarrado de pies y manos; y luego de arrancarle el guayuco se lo llevan en andas hasta ensartarlo por el recto en la primera estaca.

Curumo: (Alarido desgarrador).

El Cautivo: (Riéndose) No hay suplicio más espantoso que el empalamiento; ya veréis cómo en lo sucedido se quedarán quietos como palomas. (Ayes lejanos del indio) ¡Mirad cómo se debate el belitre!... Y así estará cuatro o cinco horas por lo menos.

Losada: ¡Empalad al otro…!

Al rato, los veintitrés caciques mariches se debatían ensangrentados en medio de aquella espantosa tortura. Súbitamente el cielo se ensombreció, desatándose una terrible tormenta. En medio del estruendo de la naturaleza y los gritos de los condenados, se escuchó la voz chillona de una vieja bruja:

Bruja: ¡Maldito sea este tiempo y malditos los hijos y los hijos de los hijos de los que hacen sufrir a los míos…! ¡Que hasta el fin de los tiempos la desgracia de muchos recuerde el de mis hijos y el mío…!

Un trueno largo y sordo salió de la montaña, arreció el aguacero y la tierra al sacudirse apresuró la muerte de los que, por crueldad inaudita, agonizaban con lentitud, entre atroces sufrimientos.

Por muchos siglos, y por muchas veces, tal como lo dijo la bruja, Caracas lloró en julio la matanza de los caciques.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!


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Manuel Taibo


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