"Nada hay que haga tanto efecto y pese tanto en el ánimo de los hombres como el trabajo de toda una vida y, en último lugar, la vida entera de un hombre."
Su manera de expresarse estaba impregnada de una libertad de espíritu de la más completa, de esa comodidad magnífica, propia de los genios. La característica de su verbo era un amor hacia el pueblo tal como no lo había encontrado nunca en un hombre desprovisto de toda amargura y de todo odio contra el pueblo. Desde mi primera conocerlo, hizo girar la conversación hacia la estulticia humana, y. deseoso, sin duda, de inculcar a un compañero de lucha la dosis necesaria de serenidad. Ello me hizo pensar en esta frase de Géruzez: "La edad madura desprecia con tolerancia". La cólera lleva consigo la declamación, la grosería y con frecuencia, las injurias. El desprecio, por el contrario, produce casi siempre un estilo elegante y pleno de dignidad. La cólera experimenta la necesidad de sentirse compartida. El desprecio es una voluptuosidad y penetrante que no necesita de la simpatía de los demás; es discreto y se basta a sí mismo.
Desde los cincuenta hasta su fin, vive sólo ya para el sentido y conocimiento de la vida, luchando con lo incompresible, amarrado a lo inaccesible; y es entonces cuando se plantea la gran tarea, la misión infinita; no solamente salvarse a sí mismo, sino salvar a todo el pueblo por medio de la lucha que él sostiene y por medio de sus verdades. Y a partir de esa hora, hasta llegar a la de su muerte, su pendiente siempre de ese negro abismo, de ese negro abismo, de ese agujero insondable que está detrás de su ser. Pero la mirada de Chávez, aún dirigida a ese pavoroso abismo, permanece aguda y clara, pues es la vista más llena de sabiduría y más espiritual que ha existido en nuestros tiempos. Nunca, ningún hombre ha emprendido con más fuerza que él la gigantesca lucha contra lo Ignoto, contra la tragedia de la Fatalidad. El emprender esa gran misión le convirtió en un héroe, casi en un santo. El realizarla, en el más humano de los hombres.
Nunca, ningún hombre ha sabido oponer contra tanta decisión la pregunta misteriosa que el pueblo hace con su destino. Nunca, ni por un solo segundo, Chávez ha cerrado cobardemente sus ojos ante la tragedia del destino; nunca ha apartado, ni por un momento, su mirada, esa mirada despierta, verdadera incorruptible de nuestro nuevo arte; nada hay más grandioso que esa tentativa heroica de hallar el sentido de lo incomprensible y la verdad de lo inevitable. Quien tiene los ojos como Chávez, ése ve de verdad, a ése le pertenecen el mundo y la sabiduría. Pero no se puede ser feliz con unos ojos siempre despiertos, siempre vigilantes.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!