Hace una semana, el vicepresidente de Colombia, Germán Vargas Lleras, en una entrega de casas subsidiadas, desde el Norte de Santander, expresó que "no vayamos dejar meter a los venecos", aludiendo a los venezolanos radicados allá.
El calificativo "veneco" tiene una acepción tan despectiva como el de "sudaca", utilizado por los europeos para hablar mal de los sudamericanos. Es una regla que el que discrimina está mejor que el discriminado. Una parte de Colombia vive de nosotros a través del contrabando de gasolina y alimentos, la falsificación de billetes venezolanos, entre otras prácticas que favorecen el lavado de dinero.
El señor Vargas olvida que aquí viven casi 6 millones de colombianos que huyeron de su tierra temiendo por sus vidas. ¿Qué sucedería si el Gobierno de Venezuela adopta ese trato denigrante? Recordemos que la Gran Misión Vivienda, GMVV, ha construido más de un millón de unidades habitacionales, porque un techo digno donde vivir es un derecho constitucional para quienes residen en el territorio nacional, incluyendo a los colombianos que se encuentran acá.
Por consiguiente, si el propósito de Vargas fue insultarnos, fomentando el odio hacia los venezolanos de parte de los colombianos, fracasó. El país neogranadino es el que ostenta el índice más alto de desigualdad de América Latina y uno de los mayores del mundo, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, y se violan más los derechos humanos: mueren más de 100 niños por desnutrición, según el Instituto Nacional de Salud.
A lo anterior se suma que Germán tiene una investigación de la Procaduría General de la Nación por recibir financiamiento de un paramilitar, o mejor "paraco", en su carrera al Congreso de la República.
Definitivamente, los venecos no necesitamos las dádivas que allá ofrecen eventualmente a sus residentes, y menos las que otorgan quienes han sido investigados por vínculos con paracos.