La ciudad de Coro tenía dieciocho años de fundada cuando llegó la noticia de que un pesquisador de la Real Audiencia de Santo Domingo había desembarcado.
Catastrófica ha sido la historia de estos primeros años del primer poblamiento español en Tierra Firme. Catorce gobiernos se han sucedido en tan breve lapso, por obra de la violencia y de la anarquía.
Juan de Ampíes, fundador de Coro en 1527, es hecho prisionero por quien lo había de sustituir, el alemán Ambrosio Alfinger; quien tomas posesión del gobierno en 1529, a nombre de los banqueros alemanes Belzares.
Pedro Manuel Arcaya e Isaac Pardo afirman que Ampíes fue un hombre bueno. No opina lo mismo el Padre Aguado, cronista de aquellos terribles años.
Padre Aguado. ¿Bueno? Será para el día de la quema. Ampíes y sus sesenta compañeros, además de asesinos, fueron saqueadores, ladrones y esclavistas. Lo que atenúa sus desmanes es la presencia de Alfinger. La maldad de este alemán es tal, que a su lado, el fundador de Coro, parece una hermanita de los pobres.
Míster Ambrosio, al decir de Oviedo y Baños, fue un verdadero monstruo de maldad. <
Apenas se supo de su muerte se produjo una revolución en aquella ranchería de trescientos hombres. Los pobladores se negaron a reconocer a Bartolomé Santillán, a quien Alfinger dejó encargado del gobierno.
Coro es un infierno de intrigas y enfrentamientos cuando llega a poner paz el Obispo Rodrigo de Bastidas:
Pues, yo lo siento, don Alonso, pero ahora mismo me regreso a Santo Domingo. Jamás pude imaginarme que aquí hubiese tanto lío. Os encargo de la gobernación.
El 6 de febrero de 1535 llega a Coro Jorge Espira, el segundo gobernador alemán, a quién Antonio de Herrera llama en sus <
Ese manflorita es el culpable… Encended una buena hoguera y que lo quemen vivo.
El Demente, engañado por los indios, se marcha hacia el Sur en busca del Dorado o de la Casa del Sol.
En ausencia del Demente gobierna su lugarteniente, Nicolás Federmann. Uno de los tíos más ferales y desmadrados de quien yo haya tenido noticias. Como si estuviese carcomido de la piquiña de su jefe, apenas aquél dio media vuelta se fue de romería persiguiendo la falaz mentira propagadas por los caquetíos de que había una ciudad de oro.
Federmann regresa, el Demente no da señales de vida y el español Pedro Cuevas está alzado con el coroto. La ciudad se divide en bandos.
Federmann: Yo soy el Gobernador.
Pedro Cuevas: ¡Qué gobernador, ni qué ná! ¡Aquí el que manda soy yo!
A poner orden y con todos los poderes llega en 1539 el Juez Pesquisador, Antonio de Navarro.
Padre Aguado: Pero, ¡qué os cuento! Era peor el remedio que la enfermedad. De él escribió el aburridísimo Juan de Castellano:
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Y no para tal cargo suficiente.
El cual por autorizar su mando
Ahorcó dos soldados en llegando.
Sus desmanes llegaron a tales extremos, que de juez y gobernador se transformó en reo. Como uno de los peores hombres venidos a estas tierras lo califica Pérez de Tolosa.
Con el debido respeto, la Audiencia envió por segunda vez al mesmo de Rodrigo de Bastidas, quien no tardó en largarse nuevamente dejando como gobernador interino a un portugués llamado Boiza, hombre de muchas campanillas y de mala conciencia, que tuvo que salir huyendo de Coro para que no lo hiciesen picadillo sus gobernados.
En 1542 llegó el cuarto gobernador alemán. Se llamaba Enrique Remboldt. Era un hombre apacible y también melancólico. Al poco tiempo de haber llegado, a todo el mundo le pareció sospechoso su cariño y devoción por un loro, al que puso por nombre Felipe el Hermoso. El loro murió y Remboldt cayó en tan profunda aflicción que pretendía que la guardia vistiese de negro, en señal de luto. Cuando comenzó a hablar como el pajarraco, ya nadie puso en duda de que estaba totalmente loco. Murió demente en 1544.
A la muerte de Remboldt quedaron encargados del gobierno los alcaldes Juan Bonilla y Bernardino Manso. Escribe Oviedo y Baños:
Empezaron a disponer de las cosas a su modo, con tal confusión, que sólo se veía en ella injusticia, sobornos y violencias.
Fueron tales los excesos en los que incurrieron, que un día tuvieron ambos que salir a escape para ponerse a salvo del furor popular. Enterada la Audiencia de Santo Domingo de tamaño desorden, nombró como Gobernador de la Provincia al Pesquisador a don Juan Carvajal como bestia del Averno, como lo llamaron sus contemporáneos.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!