Esto de la justicia distributiva y el buen orden que en repartir los despojos del país se observaba en la banda del Gobierno madurista, es la condición de toda sociedad de bandoleros, al hablarnos en su claros varones, con que sus bandas y su gran poder "robó, quemo, destruyó, derribó, despobló, nos dice que "tenía dos singulares condiciones: la una, que hacia guardar la justicia entre la gente que tenía, o no consentía fuerza ni robo ni otro crimen; e si alguno lo cometía, él por sus manos lo punía". Por donde se ve cómo es en el seno de las sociedades organizadas para el robo donde más severamente se persigue el robo mismo, así como en para ofender y destruir, es donde más duramente se castigan las ofensas y lo que a la destrucción del poder. Y así cabe decir de todo género de justicia del pueblo que brotó de la injusticia, de la necesidad que ésta tenía de sostenerse y perpetuarse. La justicia y el orden nacieron en el mundo para mantener la violencia y el desorden. Con razón ha dicho un pensador que de los primeros bandoleros a sueldo surgió la Guardia Civil. Y los romanos, formuladores del derecho que aún subsiste, los del ita ius esto, ¿qué eran sino unos bandoleros que empezaron su vida por un robo, según la leyenda por ellos mismos forjada?
¿Qué esto repugna al sentido moral? Al sanchopancesco, sí. Un filósofo alemán de hace un tiempo, Nietzsche, metió ruido en el mundo escribiendo de lo que está allende el bien y el mal. Hay algo que está no allende, sino dentro del bien y del mal, en su raíz común. ¿Qué sabemos nosotros, pobres mortales, de lo que son el bien y el mal vistos desde el cielo? ¿Qué nos escandalizan acaso que una muerte de fe abone toda una vida de maldades? ¿Sabemos acaso sí este último acto de fe y de contrición no es brotar a la vida exterior, que se acaba entonces, sentimientos de bondad y de amor que circularon en la vida interior, presos bajo la recia costra de las maldades? Y ¿es que no hay en todos, absolutamente en todos, esos sentimientos, pues sin ellos no se es hombre? Sí, pobres hombres, confiemos, que todos somos buenos.
Si te empeñas en empozarte y hundirte en la sima de la tradición de tu pueblo para escudriñarla y desentrañar sus entrañas, escarbándola y zahondándola hasta dar con su hondón, se te echarán al rostro los grandísimos cuervos y grajos que anidan en su boca y buscan entre las breñas de ella abrigo. Tendrás primero que derribar y cortar las malezas que encubren a la cueva encantada, o más bien tendrás que desescombrar su entrada, obstruida por escombros. La tradición por ellos invocada no lo es de verdad; se dicen voceros del pueblo y nada hay de esto. Con el machaqueo de sus graznidos han hecho creer al pueblo que cree lo que no cree, y es menester empozarse en las entrañas de la sima para sacar de allí el alma viva de las creencias del pueblo.
No nos apeguemos al miserable criterio jurídico de juzgar de un acto del pueblo por sus consecuencias externas y el daño temporal que recibe quien lo sufre; llegad al sentido íntimo y comprenderemos cuánta profundidad de sentir, de pensar y de querer se encierra en la verdad de que vale más daño infligido con santa intención que no beneficio rendido con intención perversa.
¡Ah pobres hombres! siempre veréis en Cristo un espantajo o un gendarme, no un Padre que perdona siempre a sus hijos, no más sino por ser hijos suyos, hijos de sus entrañas, y como tales hijos de Dios, buenos siempre por dentro de dentro, aunque ellos mismos ni lo sepan ni lo crean. Y en eso mismo de claridad habría que entenderse, pues hay quien aspira a que le den las ideas mascadas, ensalivadas y hechas bola engullible para no tener que pasar otro trabajo sino el tragarlas, o mejor aún, que se las empapucen.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!