Hace poco, Julian Assange, desde su portal Wikileaks, alertó sobre el método que usa la CIA para espiar, en celulares, como Phone de Apple o con servicio Android de Google, Windows de Microsoft y televisores Samsung, mediante un micrófono encubierto que opera con un software malicioso.
El espionaje estadounidense no es nuevo. En 2013 Edward Snowden, extécnico de la NASA, denunció que el Gobierno de los Estados Unidos con el programa PRISM accede a las principales empresas de Internet para la extracción de datos de los usuarios. También advirtió que esta agencia vigila, masivamente, llamadas telefónicas y correos electrónicos, sabe quiénes son nuestros amigos, a dónde vamos e historial de compras.
El asunto para nada sorprende. Somos víctimas de la llamada guerra de 4ta generación, en la que las armas se convierten en ataques cibernéticos, y la vigilancia un paso previo para ejecutarlos. Recordemos el colapso bancario en diciembre 2016, según Credicard, por una "falla eléctrica". A esto se suma la manipulación mediática, como el falso positivo que CNN creó al vicepresidente Tareck El Aissami para señalarlo de otorgar visas y pasaportes venezolanos a terroristas. Luego, están los pronunciamientos que emanan de los Estados Unidos, como el reciente informe del Departamento de Estado contra Venezuela para promover la matriz de opinión del estado narco, con la cual refuerzan la descalificación de la Orden Ejecutiva de que somos una amenaza.
Es evidente: quien acusa a los demás países de violación de DDHH, es el que más los viola. El espionaje es otra manera de hacerlo, para extraer datos que manipularán con el fin de desestabilizar a naciones como la nuestra.
Finalmente, algunos opositores decían que mediante los bombillos cubanos nos observaban, pero realmente es a través de los micrófonos estadounidenses que nos acechan, entre otras muchas formas que vulneran nuestra privacidad.