El estudio de la Historia

"Los más escépticos no la descuidan; porque aun cuando no le admitiesen como propio para conocer la verdad, al menos no le desdeñarían como indispensable. Además que la duda, llevada a su mayor exageración, no puede destruir un número considerable de hechos que es preciso dar por ciertos si no queremos luchar con el sentido común".

La facultad llamada sentido histórico, cuya aplicación a la economía política es obra, sobre todo, de los socialistas, e imperecero mérito de Marx en la ciencia, es un sentido que, por singular aunque naturalísimo caso, en cualquiera suele hallarse menos en los atacados de lo que podemos llamar historicismo, menos en aquéllos que se atiborran de historias, más bien que de Historia, que se embuten el coco de fechas, nombres y sucesos y pierden lastimosamente el tiempo leyendo extractos de cronicones y de opinadores de oficio. Sucede con éste lo que con el sentido científico, y es que nadie suele estar más lejos de él que los que se nutren de meras curiosidades científicas. Si el sentido histórico no fuese tan raro como es, tan raro como el sentido científico en general, pasaría como cosa de clavo pasado lo de que ha sido, ha sido necesariamente, pues de otro modo no podría haber sido, y que todo lo que es, es como es y no puede ser de otro modo.

Si el socialismo puede aspirar al dictado de científico; es por su sentido histórico, por atribuir los males sociales a incoercible proceso, y señalar su crisis y solución como necesario resultado del proceso mismo económico- social. De la falsa concepción del proceso histórico brota una falsa política. Si se desconoce la racionalidad de todo lo que es, llegase naturalmente a la idea de que lo que a uno no le agrada en las relaciones existentes debe pasar como morboso. Investigase la enfermedad y se halla una receta prescribiendo lo que se le aparece a uno cual estado ideal. De aquí brotan las utopías todas, las organizaciones puramente imaginativas que se intenta aplicar al pueblo, los cuadros de una futura organización popular.

¡Los gringos, dicen, nuestro patio trasero y tienen que estar sometidos a nuestros designios! Este refrán de la degeneración de nuestra América viene, como refrán que es, a la boca o a la pluma de cada imperialista que quiere manifestar cosas esenciales en voz alta y delante del pueblo, develando por completo, y como para la posteridad, la intimidad de sus opiniones. La posición más cómoda, para nuestra América, sería la de sonreír, decir que está loco, lamentablemente equivocado. Sin embargo, lo más serio lo sería ponernos y tomar esas palabras en serio, aunque provengan de un paranoico género Trump, porque se trata de una opinión generalizada y, por decirlo así, de una actitud que, de tan repetida, tiene ya el aire de ser permanente.

Cuando no hay patria no puede haber sentimiento colectivo de la nacionalidad —inconfundible con la mentira patriótica explotada en Venezuela por los mercaderes y los militaristas— cada piara se forma un estado mayor que discute su pretensión de gobernarnos, encubriendo piraterías con el pretexto de sostener los intereses del pueblo.

—Señor Presidente: La pensión asignada a los viejitos, no llega para comprar el pan y menos comprar medicinas. El valor infinito de las buenas obras estriba en que no tienen pago adecuado en la vida, y así rebosan de ella. La vida es un bien muy pobre para los bienes que en ella cabe ejercer.

¡Presidente, no sea usted, caradura!

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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