En el escalofriante cuento del sueco Stig Dagerman, titulado igual que este artículo, un "hombre feliz" atropella con su coche a un inocente niño, también "feliz". La lectura, serena al principio y llena de estampas hogareñas felices, se trastoca en una brutal tragedia que nos revuelve la conciencia a pesar que, al igual que en la "Crónica de una muerte anunciada" de Gabriel García Márquez, el lector sabe quién va a morir desde el mismo principio de la obra.
Y es que un niño, más si es bebé, contiene toda la felicidad del mundo y es en su carne y espíritu la promesa de la redención humana y la expresión de las mejores cosas de la vida, del mundo.
Por eso causa tanta angustia que, tal como lo reseñan los medios, "La noche de este jueves un grupo de vándalos simpatizantes de la oposición venezolana decidieron arremeter cruelmente contra el Hospital Materno Infantil "Hugo Chávez", ubicado en la zona de El Valle, en Caracas, poniendo en riesgo la vida de más de 54 niños, sus familiares y personal de guardia del recinto de salud". Para más inri la abyecta acción fue documentada en videos profusamente difundidos por las redes sociales para generar consternación colectiva.
¿Qué ser humano será capaz de atacar un centro dispensador de salud para niños? ¿Qué terribles motivaciones, bajas, asesinas, crueles impelen a quien ataca la vida de nuestros hijos? Sólo gente enajenada de su humanidad que ha sido jurungada, envilecida y removida en lo profundo de su visceralidad espiritual puede perpetrar tamaña acción.
Y no cabe duda que un orden satánico, malvado, altamente sofisticado y camuflado incluso detrás de artistas, comunicadores, empresarios, políticos y religiosos se encuentra operando los hilos de las infelices marionetas que creen que con la muerte lograrán conseguir la felicidad, el poder o el dinero.
Este mismo establecimiento de la maldad procuró, en dolorosa afrenta, la muerte de Kity, una bella gatita salvada otrora por la Misión Nevado que fue encontrada salvajemente golpeada por unos vecinos que no le perdonaron a la dueña su condición revolucionaria.
¡Fin de mundo! Decía mi atribulada abuela cuando se enfrentaban a hechos que sorprenden por su inusitada atrocidad y salvajismo.
Hoy no sólo estamos en un enfrentamiento entre dos sistemas políticos, ni nos encontramos solamente en una pugna por el poder protagonizada por actores de la reacción. Nos encontramos en el enfrentamiento entre la civilización y la barbarie. Ni más ni menos.
Porque este mismo poder malévolo quiere editar en nuestra Patria sucios expedientes y maniobras de la sicología de las masas para convertirnos en seres gobernados por el cerebro reptiliano y límbico que se retrotrae a sus más bajos instintos y opera sin racionalidad ni humanidad.
Quieren que nos matemos y pretenden ganar incautos que crean el simplificado enunciado de que son necesarios muertos para que las cosas mejoren. Así se advierten dando parte por las redes sociales, casi al borde del festejo, de los muertos y heridos reales o supuestos que han caído en manifestaciones y tumultos.
Quieren sacar a relucir, que brote como una hedionda llaga purulenta, el salvajismo primitivo que albergan los corazones débiles. Quieren convertir en héroes a criminales y asesinos forajidos. Quieren robarnos la paz porque su reino es el de la guerra y la muerte. Quieren que no quede piedra sobre piedra, para edificar el templo de la mentira.
Con el amor y la razón son y serán vencidos.