UNO
La primer teniente Blanco Marapacuto, madre de una hija de 3 años y natural de Chivacoa, estado Yaracuy, se ve bella hasta vestida de robocop (así se conoce coloquialmente al traje antitrauma empleado en la contención y dispersión de protestas violentas). De chiquita decía su papá que era "una hermosa princesita india".
Ese día guarimbero, que en estos tiempos infectan la cotidianidad, se encontraba en la urbanización El Paraíso, de Caracas, junto a su pelotón de guardias nacionales que integraban casi en igualdad hombres y mujeres. También se encontraba flanqueada por 2 oficiales superiores que supervisaban el disturbio que iba escalando.
De repente, apareció una mujer:
-¡Ustedes son unos pobres malditos que se dedican a reprimir al pueblo!, gritó la mujer, de unos 45 años pero muy bien intervenida quirúrgicamente, llena de unas pecas que delataban su origen extranjero.
-Señora cálmese, respondió la teniente, cuando peligrosamente la mujer le manoteó en la cara.
-Ni se te ocurra decirle nada, guarda la compostura chama, advirtió el oficial a su derecha.
-Y túuuuu, mujer bicha, eres una pobre perra que seguro estos tipos se soban, siguió insultando la desaforada mujer a la oficial, blandiendo un celular Samsumg 7 en la cara que sonaba al compás de un guindajo de pulseras de colores.
Pero eso no fue todo. Casi al borde del paroxismo, la mujer llenó de saliva su boca y virtió un cochino, verde, tabáquico y espumoso gargajo sobre la cara de la oficial, quien había levantado en mala hora la visera de su casco. Acto seguido la endemoniada pecosa escupió también a los 2 oficiales, logrando sólo atinarles en el pecho del traje antitrauma.
(La primer teniente Blanco Marapacuto contó hasta 10, hasta 100, hasta 1.000 ¡hasta 100 millones!). La mujer siguió insultando y escupiendo mientras quien parecía su hijo trataba de calmarla y se la llevó.
La joven guardia limpió su cara con calma y asco. Esa noche, luego de lavarse 100 veces, pensó:
-Qué vaina tan triste para ella: ser cochina con el prójimo y con su Patria.
DOS
-¡Párese firme, nuevo! ¿Porqué anda todo ido y no presenta el informe que le pedí? ¿Usted no quiere cumplir la orden?
Así increpó el capitán Delgado Lima al jovencísimo y recién graduado sargento segundo Ramón Ernesto Pérez, plaza del Comando de Zona del Estado Miranda.
-Venga y le digo, mi capitán. La verdad es que sí, ando trastornao. ¿Se acuerda de anoche cuando fuimos a las protestas en San Antonio de Los Altos? Pues mire que yo sí me acuerdo. Y mucho. Los tipos estaban como locos y muchos cargaban en su boca cachos de marihuana y nos mostraban unos pistolones grandotes. Yo salí con mis compañeros a contener las protestas pero nos tiraban bombas molotov y unas piedrotas. De repente se hizo de noche, cuando escuchamos a los tipos gritar: Ahí van los verdes, vámos a dale plomo. Saltamos a cubrirnos pero no hubo tiempo: la plomamentazón empezó y yo sentí un golpe caliente en el pecho y caí. ¡Ay papá!, dije yo, hasta aquí llegue, me pegaron un tiro. Pero no me morí. Cuando los panas me recogieron estaba atolondrao, pero sano, porque el chaleco me protegió del plomazo en el pecho. Yo creo que me salvó San Miguel Arcángel y la Virgen de Chiquinquirá, porque soy devoto. Por eso ando perdío y turulato, mi capitán: porque volví a nacer.
TRES
Avelino Trejo Martínez era el orgullo del barrio El Trompillo, de Barquisimeto. Guardia nacional graduado como brigadier mayor, muy pronto descubrió su vocación política como Guardia del Pueblo iniciando un trabajo duro y enriquecedor con los consejos comunales.
Por eso el día que su mamá enfermó gravemente, buscó por todos lados para conseguir la plata para comprar los medicamentos y fue solidariamente atendido. Solo le faltaba el Unasyn y un pana le dijo que lo conseguiría con el Gordo Ballena, bachaquero de Cabudare.
-Chamo, véndame 3 cajas de Unasyn, le dijo Avelino al Gordo Ballena en la plaza donde lo citó por mensaje de texto.
-Son 225.000 papá. A 75.000 cada uno y en rama porque tengo clientes esperando.
-¡Naguará Gordo! Si eso vale como 10.000 bolos cada uno. Es para mi vieja que tiene neumonía.
-Me sabe a casabe, pana. O saca plata o se muere.
A Avelino le tocó empeñar la TV con un usurero colombiano para comprar los remedios.
Una semana después, vestido con traje antitrauma, Avelino fue con sus compañeros de la GNB a dispersar una protesta que incluía saqueo e incendio.
En medio de la piedramentazón y el gas vio, a lo lejos, al Gordo Ballena y al usurero lanzando bombas molotov y mentando madres a los guardias nacionales. ¡Fuera los corruptos!, gritaban mientras saqueaban.
CUATRO
-¿Qué haces tú aquí, muchachito el coño?, dijo el teniente Eudoro Mancilla al quitar la capucha del niño mientras le rodaba un lagrimón de dolor.
El chamito era Ricardo, hijo de Marisela, la enfermera vecina de Eudoro con quien muchas veces hacía mercado en Los Flores de Catia. Había sido sorprendido junto a otros chamos en la alta madrugada cuidando un arsenal de bombas molotov, frascos de heces fecales, niples, morteros, 2 pistolas Beretta, una escopeta calibre 12, anfetaminas, ron Cacique, cámaras GoPro, celulares de última generación, tablets y mucho equipamiento logístico en la Plaza Altamira de Caracas.
-¿No me puedes soltar, Eudoro?, gimió el chamo semidormido mientras le ponían los ganchos.
-Claro que no carajito. Qué tristeza tan grande para tu mamá. ¿Por qué lo hicistes, chamo?
-La verdad es que estamos pelando bola en la casa y por allá por Catia llegó un viejo que nos ofreció 100.000 bolos diarios para echar piedras, disparar metras y balines y cuidar estas vainas. Pero nos dan ron y unas pastillas que lo vuelven a uno loco; nos transformamos en unos rambos con mucha fuerza y nos provoca es matar y joder mucho; nada nos da miedo. Pero cuando a uno se le pasa la trona queda uno aguevoníao y se da cuenta de lo que hizo y le da a uno como remordimiento. Además han traído muchos malandros y pranes que nos enseñan muchas vainas malas. Y lo peor del cuento es que ya teníamos una semana aquí y el viejo no volvió para pagarnos. Creo que puse la torta, Eudoro. Ayúdeme chamo, yo no quiero más esta vaina, porque ya se parece una guerra y me da pena con mi vieja.
-Móntate en la patrulla. Llamaré a tu mamá, que se va a morir de tristeza por lo que has hecho, carajito. Así dijo el guardia nacional con un nudo en la garganta.
***
Los nombres y ubicaciones fueron cambiados para proteger las identidades. Las historias se anclan en la realidad y son apenas una muestra de las miles sucedidas. Preservar la paz pasa por soportar grandes e indecibles ofensas sin caer en provocaciones. Pero la vaina es ruda.