Parafraseando a Ernesto Cardenal, afirmo que “igualmente debemos mantener la esperanza en la utopía”. Hago mía esta frase, no solo por estos tiempos en que la lucha revolucionaria está siendo atacada por los conspiradores y se abren varios frentes, algunos más poderosos que otros. Más bien es una reflexión para aquellos que tienen el compromiso de dirigir este proceso a buen puerto.
Estuve releyendo un librito que, como historia repetida, nos advierte que esta lucha no es para débiles. Sobre todo cuando este libro fue escrito antes de la debacle de la Revolución Sandinista. Se trata de “La Nueva Nicaragua” de Adolfo Gilly (antiimperialismo y lucha de clases). Allí se refleja esa fe ingenua de quienes quisieron mezclar a Marx con el Capital, entregando a la oligarquía la responsabilidad de recuperar al país económicamente. La revolución Sandinista que costó tantas vidas al pueblo nicaragüense, no solo fue atacada por los factores de ultraderecha y la “contra” financiada por los Estados Unidos. También fue obligada a orillarse hacia una economía mixta. El Capital obtenía su poder elemental y el resto de la historia la escribiría la oligarquía. Había control sobre el ejercito popular. Pero no se controlaba la banca y las inversiones. Por supuesto, el estado terminó sucumbiendo a la corrupción. En pocas palabras: No hubo bolas para enfrentar a la Oligarquía.
Hay dos grandes diferencias entre el proceso Bolivariano y el proceso Sandinista. La primera es evidente: No se llega al poder por medio de las armas y por encima de un cerro de muertos. La segunda es meramente económica. Las condiciones económicas en Nicaragua cuando cae Somoza, son desastrosas y humillantes. Venezuela está en crisis; pero su economía es más fuerte y con posibilidad franca de recuperarse. No obstante, los peligros de perder la revolución por medios económicos golpistas, son similares. Una tercera diferencia que pudieran esgrimir los fascistas, es el carácter dictatorial de Somoza y la supuesta “democracia” vivida en este país hasta el triunfo de Hugo Chávez, que proporcionaba una aparente tranquilidad institucional. Pero el robo, la corrupción, el clientelismo, el tráfico de influencias y un aparato policial muy bien orquestado, no la diferenciaba en mucho del país de América Central.
Ahora, existe un factor de ataque en los fascistas muy peligroso, que requiere de una atención milimétrica. Este no se ve; serpentea por debajo de nuestras narices. Cuando vemos a un Enrique Mendoza adquiriendo ocho vehículos Hummer para la Policía de Miranda (cada uno valorado en 117.000,oo Dólares), podemos entender la capacidad de pago y el movimiento de capital extraordinario para comprar conciencias. Es dinero del estado, cierto, pero no es menos cierto que está recibiendo una buena tajada de los fondos que se mueven desde el norte. Pero hay un descaro evidente en este gasto que conduce a reforzar un aparato paramilitar con objetivos claramente establecidos. El filósofo James Petras, en una entrevista concedida a la televisión boliviana justo cuando estaba en proceso el Saboteo Petrolero, denunció la compra de diputados para debilitar la mayoría del gobierno en la Asamblea Nacional. Una danza de millones que se originan en el norte y que financian la caída de Hugo Chávez. No tenemos que repetir cual sería el premio a esta inversión.
En la Fuerza Armada Nacional, coquetean los dólares y las promesas de un status por encima de los megamercados. Es decir: Una lucha económica que libre de conceptos morales a quienes son el sostén armado de la nación y hoy tienen contacto con su pueblo.
A toda esta suerte de millones, debemos unir a quienes sirven de quinta columna dentro del gobierno. Directores, Jefes Regionales y, ¿por qué no?, algún que otro ministerio o alto funcionario que pudiera contribuir al boicot y no permitir que la revolución se consolide.
Cuando Hugo Rafael Chávez Frías habla de un regreso a los valores morales y éticos, no está haciendo un spot publicitario para ganar adeptos. Este llamado no gana adeptos de manera fácil. Este llamado es un compromiso que exige un sacrificio por encima de cualquier acto de proselitismo político. No es un objetivo, es un modo de vida que han estado asesinando a punta de billetes verdes. En consecuencia, no existen proyectos políticos personales; si no un modo de vida que solo puede alcanzarse por convicción y fe revolucionaria. Tenemos ejemplos clásicos, como el caso nicaragüense, donde se rompieron las bases primarias y el sacrificio humano se vio derrotado por los mismos procedimientos que han empleado los mercaderes de la economía. Estamos en un tablero minado por argumentos económicos que obedecen a la corrupción y vulneran la voluntad de los individuos. Si perdemos esta oportunidad de cambiar, estaremos hipotecando la vida de nuestras generaciones futuras. Como cantaba Silvio Rodríguez: “Lo malo se aprende en un minuto y lo bueno nos cuesta la vida...”. Si vamos a jugar con el Capital; entendamos cuales son los riesgos y no perdamos el control.
Culmino con la frase de Ernesto Cardenal. Cierto, la misma con la que comencé:
“Igualmente debemos mantener la esperanza en la utopía...”