"Muchas veces, muchas nos suceden en la vida, andar bajo una nube espesísima, sentir sus tinieblas cayendo como un sudario sobre vuestro cerebro, su rayo dando chasquidos como el látigo de la muerte a vuestro lado, y después vencer aquella cuesta, acercando a la cima, descubrir el cielo azul sobre vuestras cabezas, el sol resplandeciente reflejándose en el cendal purísimo de la nieve, y del otro lado la nube como un vapor indeciso en el iris sobre sus alas".
Pocos hombres han poseído en tanto grado estas facultades eminentes como el Comandante Chávez. Él se eleva de un vuelo a las regiones más sublimes del espíritu, donde todas las ideas se le aparecen revestidas en sus formas. El desciende con una observación prolija a contar las menores minuciosidades de la vida, y a descubrir los más imperceptibles toques de luz y de sombra en el cuadro de Venezuela. El siente la necesidad invencible de producir, de crear, de esparcir sus obras con la misma largueza con que el ruiseñor esparce sus cánticos y la estrella su luz. Él tiene, sobre todo y antes que rodo la sensibilidad que se conmueve y se riza al menor soplo del aire, que cambia de matices al menor reflejo de la luz, que siente las tempestades futuras así del país como la burguesía, y que siendo uno de los mayores tormentos de la vida.
Una voluntad de coloso como ésta, que así sabía infundir a sus sueños sangre y vida, que los exaltaba hasta que sus emociones tocasen por lo intensas a los fenómenos de la realidad; una voluntad de fuerza evocadora tan inaudita, era natural que creyese cifrado en su propia magia el secreto de la vida y se erigiese a sí misma en ley universal. No podía tener verdadera filosofía quien no revelaba nada de sí mismo y no era acaso más que una forma mudable; que no tenía faz, porque todas se resumían en él; que se infiltraba como un derviche, como un espíritu, en los cuerpos de mil figuras y se perdía en el dédalo de sus vidas, en las de optimistas y altruistas, pesimistas y relativistas, sin preferencia ni distinciones; que abrazaba y desechaba todas las ideas y todos los valores, como el que pone o corta.
El Comandante Chávez, aprisionado unas veces en la estrechez de la hora política, se exalta otras a lo infinito; es como un arte: la misma mezcla chisporroteante de agua y de fuego, de realismo y fantasía: Nosotros seremos los primeros en decir al país que no queremos prosperar sobre la opresión de la personalidad ni sobre el avasallamiento de la burguesía, sino por el contrario, sobre la mayor libertad e independencia de todo el pueblo y en una fraternal. Asir esta verdad escondida en lo alto o en lo profundo, soterrada muy hondo por bajo de la epidermis de las cosas, tocando casi al corazón de toda vida, es la pasión del Comandante. Todo su afán es andar, andar, no detenerse jamás, ni en la dicha. Marchar adelante, sin descanso. Tiene ese "corazón superior" que se atormenta. Nada ansía de cuanto ansía la burguesía entera. No quiere nada de este mundo. Este soldado aspira a conocer al pueblo a la vez como unidad y pluralidad, mirando a simple vista y contemplando a través de su aguda lente; por eso su realismo, a la par esciente y visionario.
En su mundo sólo tienen cabida los sentimientos que ante nada deponen su fuerza e integridad; sólo son grandes los hombres que se concentran en una aspiración que no se disipan en varias direcciones, aquellos cuya pasión absorbe toda la savia: la suya y la reservada a otros afanes. El hombre nuevo en que se cifran sus anhelos es, en todos sus rasgos, hasta en los más mínimos, antítesis de la forma individual del Comandante Chávez: de cada sombra de su propio ser brota una luz; de cada tiniebla, un resplandor. Su hombre ideal tiene la callada obstinación, sabe hablar a todos, y todos encuentran en ellos apaciguamiento y serenidad; no viven bajo el eterno miedo histérico de ofender o ser ofendidos; no miran, recelosos, a su alrededor.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!
