"Las reinvasiones más valientes las llevaron a cabo los pueblos de pescadores indígenas de Tailandia llamados los moken, o "gitanos del mar". Después de siglos de abandono, los moken no se hicieron ninguna ilusión: el gobierno no iba a darles un buen pedazo de tierra a cambio de las propiedades costeras que se habían perdido. De modo que, en uno de los casos más espectaculares, los habitantes del pueblo habían perdido. De modo que, se reunieron y volviendo a sus hogares, donde rodearon los restos de su pueblo destrozado con una cuerda, en gesto simbólico para marcar sus propiedades. Con toda la comunidad acampada alrededor de la zona, las autoridades no podían expulsarlos a todos, especialmente debido a la gran presencia mediática en la provincia, destinada a cubrir el esfuerzo de reconstrucción tras el tsunami. Al final, los habitantes negociaron un trato con el gobierno. Abandonarían parte de su derecho a la costa a cambio de seguridad legal respecto al resto de sus propiedades ancestrales. Hoy, el pueblo reconstruido es un refugio de cultura moken, y cuenta con un museo, un centro comunitario, una escuela y un mercado".
Un año después del Katrina, se produjo un importante intercambio en Tailandia entre los líderes del esfuerzo de reconstrucción popular de ese país y una pequeña delegación de supervivientes del huracán de Nueva Orleans. Los visitantes de Estados Unidos viajaron por diversos pueblos tailandeses reconstruidos y se quedaron muy sorprendidos por a velocidad a la que avanzaban las obras. «En Nueva Orleans, estamos esperando que el gobierno lo haga todo por nosotros, pero aquí lo estáis haciendo con vuestras propias manos», dijo Endesha Juskali, fundador del «pueblo de los supervivientes» de Nueva Orleans. «Cuando volvamos», aseguró, «vuestro modelo será nuestro objetivo».
A la vuelta de los líderes de la comunidad procedente de Nueva Orleans, hubo un impulso de acción directa en toda la ciudad. Juskali, cuyo barrio seguía en ruinas, organizó equipos de contratistas locales y de voluntarios para vaciar los escombros de las casas aún en pie del vecindario. Luego avanzaron hacia el siguiente barrio. Dijo que su viaje a la región del tsunami le había dado una «buena perspectiva sobre […] cómo la gente de Nueva Orleans tendrá que aprender a prescindir de la FEMA y del gobierno local y federal, y empezar a preguntarse qué podemos hacer para recuperar nuestros barrios, a pesar del gobierno, no gracias a él». Otra veterana del viaje a Asia, Viola Washington, también regreso al barrio de su niñez, Gentilly, con una actitud completamente nueva. Dividió el mapa de Gentilly en secciones, organizó comités representativos para cada sección y designó jefes de comité para reunirse y determinar las necesidades de reconstrucción. Explicó que «mientras luchamos por el dinero que el gobierno nos ha prometido, no queremos quedarnos de brazos cruzados. Queremos tratar de recuperarnos, a nosotros y a nuestros barrios».
Las iniciativas de acción directa en Nueva Orleans no dejaron de multiplicarse. En febrero de 2007, los grupos de habitantes que habían ocupado las viviendas oficiales, un proyecto que la administración Bush planeaba demoler, empezaron a «reinvadir» sus antiguos hogares e instalarse en ellos. Los voluntarios colaboraron para limpiar los apartamentos y recaudaron dinero para comprar generadores y paneles solares. «Mi hogar es mi castillo y voy a recuperarlo», anunció Gloria Williams, vecina del barrio de casas de protección oficial C.J. Peete. La reinvasión se convirtió en una fiesta de barrio, con banda musical incluida. Había mucho que celebrar: al menos por ahora, esta comunidad había escapado de la gran excavadora cultural llamada reconstrucción.
Todos estos ejemplos de colaboración popular en la reconstrucción de un territorio afectado por la guerra o el desastre siguen un mismo hilo conductor: el pueblo afirma que no sólo se trata de reconstruir sus casas, sino también de curar sus heridas psíquicas, su trauma personal. Es perfectamente lógico. La experiencia universal de sufrir un gran shock se resume en el sentimiento de absoluto desamparo. Frente a fuerzas de incalculable potencia, los padres con incapaces de defender o salvar a sus hijos, los cónyuges se pierden el uno al otro, y los hogares, el lugar de protección por antonomasia, se convierten en trampas mortales. La forma de superar esa indefensión consiste en ayudar, en tener derecho a formar parte de un proceso de recuperación colectivo. «Al volver a abrir nuestra escuela, estamos diciendo que esta comunidad es especial, que sus lazos van más allá del lugar o del pueblo, que nos une el espíritu, la sangre y el deseo de regresar al hogar», dijo el director adjunto de la escuela elemental Doctor Martin Luther King Jr. En el Lower Ninth Ward de Nueva Orleans.
Los esfuerzos de reconstrucción aquí descritos representan la antítesis del complejo ethos del capitalismo del desastre, con su búsqueda perpetua de la tabla rasa y las páginas en blanco sobre las cuales diseñar nuevos modelos de Estado, Como las cooperativas agrícolas e industriales latinoamericanos, son por naturaleza fruto de la improvisación, y emplean las herramientas oxidadas que están a mano, que no estén rotas, que no hayan desaparecido, en suma. A diferencia de la fantasía del Arrebatamiento cristiano, esa eliminación apocalíptica que permite la huida etérea de los verdaderos creyentes, los movimientos de renovación locales se basan en la premisa de que no podemos escapar de los terribles desastres que nos asolan y que a veces creamos con nuestras propias acciones. Postulan que ya ha habido bastante eliminación, de la historia, de la cultura y de la memoria. No se proponen hacer borrón y cuenta nueva, sino más bien hacer acopio de todos los errores, los restos, los escombros y de las ruinas y reconstruirlo todo a partir de ellos. A medida que la cruzada corporativista prosigue su violento declive, aumentando el dial del shock para reverberar por encima de la creciente resistencia que se opone a su paso, estos proyectos señalan el camino a seguir entre fundamentalismo de distinto cuño. Radicales únicamente en su intenso sentido práctico, arraigados en las comunidades en las que viven, estos hombres y mujeres se consideran meros reparadores, tomando lo que encuentran y arreglándolo, reformándolo, haciéndolo mejor y más equitativo. Sobre todo, hacen acopio de resiliencia.
—Naomi Klein: escritora.