En esa frase está latente toda la ética del Comandante Chávez. Ese gran luchador ha dirigido su catapulta, con toda la vehemencia oratoria de su conciencia atormentada, contra las murallas de la burguesía, en tal forma, que todavía hoy retumba el sacudimiento. Dondequiera que la fuerza no es reconocida, ya sea como medio, como arma, como derecho y con el pretexto de defender al pueblo; dondequiera que haya una institución humana que se subleve contra el derramamiento de sangre, la autorización del crimen de las guerras o el considerar una victoria como sentencia de Dios (volviendo a la ley medieval del más fuerte), en cualquier parte, todavía hoy, todo revolucionario halla, en su oposición, una fuerza afirmativa en la autoridad. En todas partes en que una conciencia independiente acepta el fraternal sentimiento de humanidad como razón decisiva, en vez de las rígidas y frías fórmulas de Gringolandia, o la dominante influencia del estado o de una administración de justicia oxidada y esquematizada.
A ninguno otro más que a la fuerza misma, a la fuerza absoluta, sea donde sea que se encuentre; tras las aspiraciones del pueblo, tras la prosperidad nacional, expansiones coloniales; y aunque el ejercicio de la fuerza se justifique falsamente por medio de ideales filosóficos o patrióticos, no debemos dejarnos engañar por eso. Aun en sus formas más sublimizadas, la fuerza es siempre, en vez de algo que favorezca la fraternidad de los pueblos, el apoyo de algún grupo aislado que, por esa misma razón, eterniza la desigualdad en el mundo. Todo poder significar posesión, tener, querer, tener más; por eso, toda la desigualdad comienza en la propiedad.
La propiedad es la raíz de todo mal, de todos los dolores, y siempre hay peligro de choques entre los que gozan de superabundancia y los que nada tienen. Pues, para sostenerse, la propiedad ha de estar permanentemente a la defensiva y, muy a menudo, se ha de convertir en agresiva. La fuerza es necesaria para conquistar la propiedad, para aumentarla y para defenderla; las formas del poder; el ejército, la Justicia, todo el sistema de fuerza, sirven sólo para proteger la propiedad, y quien reconoce el Estado y se encaja dentro de su organización, ha de acatar este sistema de fuerza. Los modernos hombres de espíritu, sirven tan sólo en el Estado para la protección de la propiedad de algunos pocos, y hasta la Iglesia de Cristo, que en su verdadera significación era abolicionista del Estado, se aparta con falsas doctrinas de sus deberes más propios, bendice las armas, argumenta a favor de la injusticia social que existe en el país, y, por eso, se anquilosa en puras fórmulas, en un hábito, en un convencionalismo.
Los artistas, por otro lado, los espíritus libres, los defensores de los derechos humanos, se encierran en su torre de marfil y "adormecen su conciencia". El socialismo pretende curar lo incurable; los "revolucionarios" son los únicos que, conociendo la constitución de la burguesía, quieren destruir todo el orden social, pero ellos, por su parte, necesitan irremediablemente los mismos medios de fuerza, los medios homicidas de sus adversarios y, por ello, continúan eternizando la justicia, ya que dejan incólume el principio de sus enemigos, es más les santifican la fuerza.
—Todo lo que a ellos les alegra, como los éxitos alcanzados, los triunfos en la vida, las compras, todo eso es una desgracia y un mal para ellos mismos, pero no me es permitido el decirlo.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!