"Así comienza la historia del Comandante Hugo Rafael Chávez Frías que fue bendecido con la felicidad hasta la hora en que el dios "Gringolandia" levantó la mano contra él y le mandó el cáncer, le atormentase el alma hasta el final de sus días".
¿Cuál es la causa de ese brusco cambio? ¿Le muerde alguna cruel enfermedad? ¿Ha caído sobre él alguna terrible desgracia? ¿Qué es lo que ensombrece a nuestro Comandante?
Trágica contestación: Nada. Terrible palabra. Nada. Eso es todo; Comandante Chávez, tras de las cosas ha divisado la Nada. Algo se ha rasgado en su alma; en su interior se ha abierto una hendidura, una hendidura estrecha y negra, y sus ojos están fijos para mirar, a través de esa rendija, el vacío, lo otro, lo frío, lo amorfo, lo intangible que se abre tras nuestra vida tibia y regada por nuestra sangre; la eterna Nada se extiende tras nuestro ser efímero.
Quien ha mirado una sola vez en ese abismo indescriptible, ése ya no puede apartar nunca la vista de él; ése siente cómo la obscuridad le inunda los sentidos y ése ve cómo se le borra todo el colorido y la luz de la vida. La risa se le hiela en los labios; lo que toca su mano parece helado por la Nada y ese frío le sube, desde los dedos, hasta el corazón. No puede mirare ya nada sin pensar inmediatamente en lo otro: de la Nada. Todo va cayendo marchito y sin valor en su corazón, hasta entonces lleno de sentimiento; la gloria se convierte en un soplo de aire; el arte, en un juego de locos; el dinero, en sucia escoria, y el propio cuerpo, vibrante de vida y de salud, no es ya más que morada de gusanos; todo ha perdido el valor ante esos labios negros e invisibles que le han chupado toda savia y todo dulzor. El mundo queda como helado para aquél a quien se ha abierto ese terrible abismo devorador y negro de la Nada, ese "Maeslstrom" de Edgar Allan Poe que todo lo arrastra hacia su vórtice, ese "gouffre", ese abismo de Pascal, cuya profundidad es mayor que la mayor profundidad del espíritu.
Inútil es, por tanto, el disimulo y el fingimiento. Inútil es que se dé el nombre de Cristo a ese enorme vacío. Inútil es tratar de cubrir ese negro agujero con las hojas del Evangelio; su oscuridad atraviesa todos los pergaminos y apaga las velas de la iglesia; su frío no deja sentir calor de las palabras. Inútil es querer cubrir ese silencio mortal a fuerza de gritos y predicaciones, del mismo modo que los niños tratan de cubrir su miedo, si marchan por la oscuridad, por medio del canto; la Nada negra cubre toda conciencia. Ya no hay voluntad ni sabiduría capaces de volver a iluminar el corazón sombrío del que ha atisbado la Nada.
A los cincuenta y cuatro años de su vida, los ojos del Comandante Chávez han visto por primera vez la gran Nada, destino de todo hombre. Y a partir de esa hora, hasta llegar a la de su muerte, su mirada queda fija y rígida pendiente siempre de ese abismo, de ese agujero insondable que está detrás de su ser. Pero la mirada del Comandante, aun dirigida a ese pavoroso abismo, permanece aguda y clara, pues es la vista más llena de sabiduría y más espiritual que ha existido en nuestros tiempos. Nunca, ningún hombre ha emprendido con más fuerza que él la gigantesca lucha contra lo Ignoto, contra la tragedia de la Fatalidad. Nunca, ningún hombre ha sabido oponer contra tanta decisión la pregunta misteriosa que el destino hace a los hombres, a la pregunta, a la interrogante, que la Humanidad hace a su destino. Ningún hombre ha experimentado más fecundamente esa mirada aterradora del más allá, esa mirada que deja vacía el alma; ningún hombre ha soportado esa visión más magníficamente, pues, en su caso, hay una conciencia viril frente a la visión de su negra pupila y hay la mirada clara, osada, enérgica de un revolucionario. Nunca, ni por un solo segundo, el Comandante ha cerrado cobardemente sus ojos ante la tragedia del destino; nunca ha apartado, ni por un momento, su mirada, esa mirada despierta, verdadera e incorruptible de nuestra Revolución; nada hay más grandioso que esa tentativa heroica de hallar el sentido de lo incomprensible y la verdad de lo inevitable.
Treinta años, desde los veinte a los cincuenta, vivió Chávez libre y sin cuidado. Desde los cincuenta hasta su fin, vive sólo ya para el sentido y conocimiento de la vida, luchando con lo incomprensible, amarrado a lo inaccesible; y es entonces cuando se plantea la gran tarea, la misión infinita; no solamente salvarse a sí mismo, sino salvar al pueblo por medio de la lucha que él sostiene y por medio de sus verdades. El emprender esa gran misión le convirtió en un santo. El realizarla, en el más humano de los hombres.
—"El hombre ha muerto, pero su relación con el pueblo perdura aún entre los hombres y mujeres, y no como en su vida, sino mucho más fuertemente; y sus efectos se elevan de su sabiduría y de su amor y, como lo vivo, crecen sin pausa y sin fin".
¡Hasta la Victoria siempre, Comandante Chávez!