Política otoñal; así podría llamársele. Sus contornos se dibujan con la agudeza de un filo de acero; llano como la llanura de Venezuela. De las palmeras, amarillentas ya, sopla un viento cargado de olor de hojas marchitas. Ni una sola nube, ligera como una sonrisa, sobre el paisaje; no se ve el sol ni se adivina donde pueda estar; de ahí que toda la claridad no llegue nunca dejar sentir calor ni tibieza alguna en el corazón, ni tampoco, como la luz mate de primavera, sea un anuncio de la floración que está a punto de romper. El paisaje de la llanura es completamente otoñal; pronto será ya invierno, pronto la muerte penetrará en la naturaleza; pronto los llaneros irán desapareciendo, muriendo, y con ellos también el hombre eterno que hay en nosotros: Un mundo sin sueño, sin ilusión, sin mentira, un mundo completamente vació; un mundo sin Dios, pues sólo después, como razón de vida, la Iglesia inventa por razón de estado. La luz es siempre la de la verdad amarga.
El arte no conoce la embriaguez ni el consuelo tampoco; es siempre sobrio, sano, transparente como el agua; gracias a su transparencia, uno puede mirar hasta las mayores profundidades, pero nunca esa visión se ve acompañada por el embeleso espiritual. Quién, como la Iglesia, no se permite soñar ni engañarse sobre la realidad, quien, no conoce la verdad nada significa junto a la alegría del alma que puede huir de esa terrible obscuridad.
En lo más profundo, la Iglesia no ama, como les da a los demás, un sentido afirmativo de la vida, pues ¡qué aspecto tan desolador toma toda la existencia ante su pupila cruel! El alma es sólo un mecanismo del cuerpo, rodeada del silencio de la muerte. La Historia es un amasijo, un caos de hechos casuales. El hombre no es más que un esqueleto que se mueve y que se ha envuelto en vida sólo para el corto plazo de una existencia humana y todo, todo el conjunto, es algo sin sentido, ni orden, ni fin alguno; es como agua que corre u hojas que arrastra el viento. Ni un solo compas musical hay sobre ese triste discurrir de lo cotidiano, ni un pequeño salto por encima de ese aplastante nihilismo. Sólo es un continuo estudio de esa penumbra triste de la realidad, Siempre una continua disección, siempre un arte con los labios firmemente plegados en gesto de amargura y unos ojos despiertos, severos y profundos, que no quiere nunca dejarse engañar por una ilusión consoladora. ¿No es compresible que hombre anhele un perfeccionamiento de su ser, que le libre de esa opresión, que anhele, en fin, un arte que "sepa despertar en los pueblos sentimientos mejores y más elevados?" ¿No está justificado que, por una vez siquiera, pulse la lira de la esperanza que con fe empieza a templar en el pecho de los pueblos y que sienta la nostalgia de Comandante, un revolucionario, que haga más ligera la opresión del país real? Sí, todo eso se comprende, pero ¡ya es inútil! Los ojos y despiertos del Pueblo ya no pueden mirar la vida más que como es: sombría, rodeada de muerte y trágica; nunca más podrá lograr que su amor por Chávez, que no miente ni quiere ser engañado, pueda servir del menor consuelo.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!