Cuanto más se entrega a su despotismo moral, tanto más aleja de su elemento verdadero, de su genio, de su veracidad utópica, y tanto más se desvanece al político. Eterna causa de resquebrajamiento de todo lo político. Lo que parece que debiera elevar, es decir, un pensamiento convencido y una voluntad de convencer, diluye y hace desaparecer casi siempre al político. El arte verdadero es egoísta; no busca más que su propio perfeccionamiento, y el político puro puede pensar más que su política, pero no en el pueblo a quien lo destina.
Una figura exterior, ya sea imaginada o retratada, permite ser encerrada en la creación del político: después de nacido, se corta y ata el cordón umbilical y así el personaje creado vive libremente su vida en el espíritu. Pero el propio "yo" no se desprende nunca completamente de esa atadura, porque la observación de ese "yo", siempre variable, no acaba nunca. Por eso es que los grandes autobiógrafos continúan la observación de sí mismos durante toda la vida. Empiezan sus primeras obras ante el espejo, que ya no dejan caer de la mano, porque en su propia imagen física hallan la excitación del continuo cambio y cualquier imagen anterior se disuelve en la corriente incesante del tiempo.
Todo lo que gana en celebridad, lo pierde en espontaneidad; pierde esa naturalidad de uno que se habla a sí mismo, que no es contemplado por nadie, esa veracidad cándida que sólo es posible a la sombra del anónimo. En todo hombre que cae dentro de la gloria política, se desarrolla en seguida como un pudor espiritual; lo íntimo se esconde tras de una máscara para que la afectación no substituya a la veracidad, esa veracidad que sólo conoce el desconocido, el que aún no ha sido lastimado en su curiosidad hacia las cosas del país. Las fechas son amplias como las llanuras de Apure, transcurre antes de que ese pensamiento empleado en la juventud sea emprendido de nuevo por el político, como una obra de autoexposición sistemática y completa.
Una descripción de la vida, lo más verídica posible, tiene un gran valor para el pueblo, cuál es la dirección que se fija ahora, e, inmediatamente, a los ochenta años, comienza todos los preparativos necesarios para esa justificación decisiva; pero apenas la ha empleado, deja el trabajo. El deseo de verdad ha sido creciendo con el conocimiento de su sér; ya ha conocido toda forma variable, múltiple y profunda de la verdad y, en los mismos lugares donde él se deslizó a los veinte años como sobre una superficie de cristal, siente ahora el temor de la responsabilidad del que busca la verdad y ese temor le paraliza. Siente temor ante su insuficiencia, ante la falta de honradez "que forzosamente va unida a toda historia íntima"; teme que "aunque no haya mentiras inmediatas, pudiera ser toda una mentira por la falsa colocación de luces que iluminara directamente lo bueno y dejara en la penumbra lo que fue malo".
—No es la perfección moral lo más importante para el que la alcanza, sino el proceso de su perfeccionamiento.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!