El gran poder de un Constituyente y la Crucifixión de Grünewald

Entre los Constituyentes franceses de 1789 a 1791 había de todo: monárquicos, comerciantes, abogados, propietarios de tierra, ex funcionarios, patriotas, nada menos que 44 obispos y más de 200 clérigos parroquiales…, casi un pandemonio: mucho genio regado y pendenciero. Estaban Barnave, Duport, Charles Lameth, Siyés y Mirabeau (algunos con su carga de traición por un costado) y la izquierda representada en momentos extraordinarios por Petión y Robespierre.

¡Y esta gente cambió el mundo!

(¡Hay que leerse una y mil veces la obra de teatro de Romain Rolland sobre la Revolución Francesa, porque si no se corre el peligro de morir como un pendejo!)

Ya de por sí, resulta una perogrullada decir que un Constituyente está formalmente por encima de cualquier poder constituido. Pero dígame usted, ¿qué tal si un Constituyente tiene genio, claridad, mucha formación y audacia política? En sí mismo él sería toda una gran REVOLUCIÓN por el poder de sus claridades. La Junta Patriótica de 1811 vibró con el poder de una Constituyente por el talento de Bolívar quien asaltó los cielos con aquel discurso memorable: "… ¿acaso 300 años de calma no bastan?", y que fue el pistoletazo para que se firmase la Declaración de Independencia.

Incluso, un Constituyente puede moverse por el país con poderes plenipotenciarios. Un constituyente es lo que podríamos llamar UNA CÉLULA MADRE, una poderosa fuerza en gestación, una llamarada en transformación vital de toda una sociedad y un tiempo. Pero sobre todo, un Constituyente tiene que ser un gran INVESTIGADOR en el más alto sentido de la palabra, y para eso se requiere tener (¡imprescindible!) una vasta cultura, un elevado sentido del momento histórico; ser un lector y un creador incansable. Porque un Constituyente está llamado a hacer historia en algún terreno del campo de la lucha revolucionaria que reclama el país en medio de la guerra o de las adversidades, sea el militar, el económico, el social, el intelectual, el educativo o el de la salud.

Porque la Constituyente fue el llamado del Presidente Maduro en un momento crítico de guerra.

Un Constituyente no puede quedar amarrado a los buenos discursos (necesarios, por supuesto), a una butaca o a las mamparas de una oficina, ni vivir rodeado de condiciones especiales que le impida ver el drama inmenso de cuanto gime allá abajo. Un Constituyente tiene que irse a padecer con el pueblo para entender lo que le atribula; para sufrir con él, para padecer como él, para desgarrarse en el dolor como él, palpar la sangre y la pus, las llagas más pútridas como si estuviese frente al cuadro de la Crucifixión de ese pintor renacentista Grünewald: un Jesús crispado, casi putrefacto, con heridas purulentas como las que brotan en los barrios, en la indolencia de algunos entes oficiales; en cualquier mercado, en una plaza o carretera. El Cristo que tantas veces hemos visto en los hospitales, de mujeres que llevan a un niño en un brazo combado y tumefacto, con un cuerpo martirizado, manchas de horror en los rostros, en una especie del último espasmo que precede a la muerte.

El Constituyente tiene que ir a darle su mano al pueblo. Esas mismas manos que besaba Chávez que son las que sangran en la cruz, las que se juntan convulsamente en imploraciones diarias; manos temblorosas ancladas a brazos desarticulados, y que cuelgan de un torso cuajado de cicatrices. Todo eso con profundidad tiene que verlo todos los días un Constituyente, porque si no perderá el derecho de haber sido elegido por el pueblo para que vele por él.

Un Constituyente está obligado a ser como Chávez, a sufrir como él, a caminar sobre el fuego inclemente del desierto cuyo horizonte se prolonga en el infinito. Un desierto que exige entrega absoluta. En un caminar y caminar sin descanso. Quizá agobiado por la sed de la incuria o por el desdén de los que están cansados de ser burlados y engañados.

El Comandante Chávez tenía ante sí todos los días la Crucifixión de ese pintor renacentista Matthias Grünewald, y así vivió y así nos dejó con ese dolor lacerante en el alma del hombre que lo dio todo por el pueblo, por la patria, por agradecerle a Bolívar su agonía.

Para nosotros la Crucifixión de Grünewald debe ser la visión permanente de nuestro Chávez, con aquella mirada infinita de su amor por el pueblo, con la misma cabeza de Jesús reclinada sobre el pecho, con una eterna corona de espinas, atravesada el alma por la sensación que su obra quedaría inconclusa; la boca con ese rictus de pena porque tendría que dejar a su pueblo en el trance en que más lo necesitaba.

Y nuestros Constituyentes deben tener todos los días ese cuadro fijo en el corazón, en sus nervios, en los hechos y en las realidades de su lucha permanente: la Pasión de Grünewal. Ser capaces de tocar las espinas enterradas en sus llagas, y ver el cuerpo lacerado por los latigazos de la derecha. No se debe permitir hablarle al pueblo sino a aquel que cuyo cuerpo muestra los látigos que han penetrado en las heridas supurantes. A aquel que ha conocido de veras el color rojo oscuro que "contrasta claramente con el verde pálido de la carne".

El tiempo corre amigo Constituyente, y no dejes que te sorprenda el mañana sin haberte enterado del real dolor de la Crucifixión de nuestro Comandante (tan idéntica a la de Bolívar).

No puede ser que todo desafío aún se lo dejemos a Chávez en la Cruz. A ese Hombre-Dios que nos acompañó tan protectora y dulcemente hasta su muerte. Y exclamamos con Joris-Karl Huysmans que aquí todos vamos por este Calvario embadurnado de sangre y lágrimas, lejos de aquellos bonachones Gólgotas que, desde el Renacimiento habían adoptado la Iglesia para mostrarnos a un Cristo bello y limpio en una cruz. El Cristo de Grünewal es el mismo de Chávez y Bolívar; el de los tétanos, no el Cristo de los ricos, ese "Adonis de Galilea, el mozo bien parecido, el hermoso muchacho de mechones rubios, de la barba partida, con rasgos caballunos e insípidos, al que los fieles adoran desde hace cuatrocientos años". No señor, los Cristos bellos son como las mentiras con que nos trajearon a Bolívar, parecido al burdo George Washington o a Napoleón Bonaparte. El Cristo de Grünewal es el de los pobres, "el que se había asimilado a los más miserables de aquellos a los que vino a redimir, a los desgraciados y a los mendigos, a todos los que viven en la fealdad o la indigencia y sobre los cuales se encarniza la cobardía del hombre. Y es también el más humano de los Cristos, un Cristo con la carne triste y débil, abandonado por el Padre, que no había intervenido mientras fuese posible un nuevo dolor (…)".

 

 



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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