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Hermanos y Hermanas:
Este diecisiete (17) de septiembre de 2017 conmemoramos las acciones épicas de los movimientos insurgentes que de forma genuina castigan la degradación a la que fueron sometidos los pueblos humildes por parte de sus opresores, vistas dichas acciones no como actos de venganzas, sino más bien como sucesos ejemplarizantes para aquellos que hacen daño y se creen superiores a quienes sin miramientos pisan, fustigan y lesionan hasta menoscabar su condición humana.
Tan sólo siete (7) héroes, cuatro hombres y tres mujeres, todos guerrilleros argentinos del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), fueron los protagonistas de lo que se calificó como el atentado contra el dictador nicaragüense Anastasio Somoza Debayle, aquella mañana del 17 de septiembre de 1980, en la ciudad de Asunción, República del Paraguay.
La policía local solamente logró identificar a dos de los insurgentes guerrilleros. A una mujer llamada Mercedes Hodgers, y arrestó a Hugo Alfredo Irurzún (alias Santiago), el que asestó el disparo mortal de bazuca.
En retrospectiva recordemos que la República de Nicaragua estuvo sometida por décadas a la influencia directa e indirecta de Estados Unidos, mediante la doctrina del Buen Vecino, de Roosevelt padre, que no era otra cosa que la intervención militar estadounidense en Centroamérica y el Caribe.
Anastasio Somoza Debayle, hijo del dictador nicaragüense Anastasio Somoza García, aquel que, al mando de la Guardia Nacional, ordeno matar al revolucionario Augusto César Sandino en febrero de 1934, y quien gobernó Nicaragua bajo una férrea dictadura desde 1967 hasta 1979, año en el que fue derrocado por un levantamiento guerrillero del Movimiento Sandinista de Liberación.
La familia Somoza gobernó el país centroamericano bajo una dinastía inaugurada por el padre de Anastasio Debayle, caracterizada por dictaduras sangrientas, corruptas y que contaban con el firme respaldo y tutela de EE.UU. Sucesivas reformas de la Constitución crearon el marco de legalidad para que hijos y nietos pudieran heredar las riendas del Estado y perpetuar el poder de la familia. Somoza padre rigió los destinos nicaragüenses mediante un golpe en 1937, y luego bajo una presidencia fraudulenta y llena de irregularidades. Su régimen autoritario se prolongó hasta 1956 cuando fue asesinado por un revolucionario y poeta opositor a su gobierno.
Somoza hijo, continúo la tradición sangrienta emprendida por su padre, al adueñarse del poder en 1967 tras un período de gobierno de su hermano Luis. La familia Somoza amasó una fortuna incalculable, acumulando tierras y riquezas, y adueñándose de algunas de las principales y más productivas empresas del país.
Como una jugada del destino, o mejor quizás, como una lección de la historia, los dos dictadores unidos por sangre familiar, serían asesinados por revolucionarios dispuestos a indemnizar décadas de sometimiento del pueblo nicaragüense.
Luego de ser derrocado por el levantamiento sandinista, Somoza hijo, debió exiliarse en el Paraguay, porque cuando pretendía alojarse en la ciudad de Miami, a donde había huido, el Gobierno de Estados Unidos le dio la espalda después de utilizarlo para sus oscuros propósitos y le pidió encarecidamente que se fuera, porque ahora era considerado persona no grata, fue entonces cuando Alfredo Stroessner, otro dictador latinoamericano de la época, le concedió el asilo a Anastasio Somoza Debayle, un multimillonario forjado a costa de sangre y desgracias del pueblo nicaragüense.
El Golpe certero que le valió la muerte a aquel linaje de dictadores centroamericanos, estuvo dirigido por Enrique Gorriarán Merlo quien usaba el alias de Ramón, y que junto a los otros guerrilleros lograron conseguir la documentación falsa que les permitió ingresar al Paraguay sin levantar sospechas y poder introducir las armas necesarias para la operación.
Alquilaron una casa cerca de la mansión donde residía Somoza y organizaba sus fiestas nocturnas. Así, los siete guerrilleros lograron burlar a los férreos cuerpos de seguridad del régimen de Alfredo Stroessner y pusieron fin, junto con su derrocamiento un año antes, a la dinastía somocista que sometió por 44 años al pueblo de Nicaragua.
En aquellos días del suceso, las fuerzas de seguridad anunciaron a la prensa que el insurgente argentino Hugo Alfredo Irurzún (alias Santiago) había muerto al día siguiente del atentado en un enfrentamiento con la Policía, sin embargo, periodistas paraguayos pudieron constatar que el cuerpo de Santiago mostraba evidentes rasgos de que había sido torturado salvajemente por la policía política del régimen paraguayo. Marcas de grilletes en los tobillos, hematomas visibles, marcas en la cabeza y una herida de bala, daban cuenta de ello. Luego entonces fue revelado que su muerte habría sido a causa de los maltratos y abusos.
En Nicaragua, el pueblo festejó el atentado saliendo a las calles gritando jubilosamente el asesinato del más férreo enemigo llevado al poder. Se cumplían así las palabras del revolucionario nicaragüense Pedro Joaquín Chamorro, quien animó al derrocamiento de 44 años de sometimiento de la familia Somoza. Chamorro dijo en una oportunidad que los tiranos corren el riesgo de morir a balazos, porque personifican la injusticia y asesinan a los hombres, y eso en algún momento conspira contra ellos y es por ello que "el tirano no se muere, se mata".
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