La manada sigue sin ir a la Escuela

Cuando escribimos el ensayo "La Manada no va a la Escuela", Mención de Honor en el concurso literario de Fundarte 2002, lo hicimos teniendo presente una sola idea: ¡Que la gente se preocupara por sí misma y por su ciudad!

No ha sido fácil entender las razones por las que la gente no se preocupa por sí y por el medio ambiente en el que vive, ese que le rodea, mientras tiene la capacidad para involucrarse de lleno en algo que es meramente etéreo como la lotería de los animalitos, como suelen decir algunos.

¡Me gané Bs. 15 mil con el ciempiés! Contó tímidamente una persona conocida, por cierto, a mi entender muy poco dada a ese jueguito. Pero lo cierto es que hay toda una guachafita por donde quiera que uno mire y hasta los niños quieren jugar la lotería de los animalitos y unos cuantos padres, para complacerlos compran los "animalitos" para sus hijos.

Creo, si no me han informado mal, que son 38 nombres de animales que emplea el citado juego y lo pone en acción en siete (7) sorteos al día. Las personas parecieran haberse acostumbrado a eso de las colas. Las hay para el cine, para entrar al Metro de Caracas, para esperar las unidades que van a distintas partes de la ciudad y fuera de ella, como las que bajan al estado Vargas, otras hacia los Valles del Tuy y unas más hacia Guarenas sin descontar las colas para adquirir el pan de trigo continúan, pese a la llegada de cargamentos de trigo desde Rusia.

Lo cierto de todo es que nos referimos a un asunto de malas conductas o desordenadas conductas a las que se han acostumbrado las personas. Hay tal sensación de caos en lo que hacen las personas que pareciera que lo han asumido como normal. Veamos.

Hay motorizados que le entran a las aceras como si fuesen vías excepcionales y las personas lo que hacen es apartarse y dejarlos que sigan tan tranquilos como si fuese un asunto normal y del mismo modo hay otras que, en las esquinas y con la luz a su favor, caminan por el rayado como si anduviesen en campo minado, porque los motorizados están que no perdonan a nadie con su excesiva velocidad. La gente no quiere ser asesinada por ellos como si lo fue nuestra colega Argélida Gómez, en las inmediaciones del mercado de Guaicaipuro.
¿Habrán capturado a quien cometió ese crimen?

Cuando algunas personas toman algún transporte público no se les ocurre disponer antes el pasaje y entonces generan una cola mientras abren su cartera y hurgan a ver dónde tienen el dinero. Otras acostumbran a aumentar las colas porque con caras de pendejas se acercan presuntamente a saludar a una amiga y se colean mientras cotorrean para disimular. Igual conducta desordenada y abusadora pasa en los ascensores, es algo así como los que tienen la nada bendita costumbre de lanzar vasos de plástico y latas de refrescos desde los buses después de utilizarlos o como aquellos que tienen la asquerosa costumbre de estar escupiendo a cada rato en las calles o como aquellos –incluidos aquí los funcionarios públicos- que no respetan la luz roja del semáforo y las personas deben estar esquivándolos como si fuesen toreros. Ni hablar de los buhoneros, que son un capítulo especial que algún día deberá ser abordado así como muchos otros asuntos, como de los que viven metidos en los contenedores compitiendo con los perros.

Por estas pequeñas situaciones que son reales, es que nos atrevemos a reiterar, con firmeza, que la manada de personas que a diario observamos, no van a la escuela o nunca lo hicieron, porque se comportan como tal.



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Pedro Estacio


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