Superficie humana

"Desde los tiempos de Adán y Eva, la Humanidad padece de una terrible nostalgia por el Paraíso perdido. Se decía en todas las lenguas y en todas las religiones que el Edén o el Paraíso era una maravilla. Para los mahometanos, ese mundo perdido era un paraje siempre verde surcado por ríos, unos llenos de vino y otros rebosantes de leche, donde se bañaban y estaban a disposición de los bienaventurados bellísimas huríes de negros y ardientes ojos".

Todos los pueblos desde los hebreos en la Biblia hasta nuestros indígenas en sus leyendas, hablan del Diluvio, que por otra parte confirmado la ciencia. Dice una de estas teorías que hace 10.000 años los hielos polares alcanzaban hasta Europa y buena parte de la zona templada, con lo que zonas tropicales eran templadas, y frías las subtropicales. Estos glaciares, por obra de fenómenos cósmicos que no recordamos, se derritieron, con lo cual, al subir el nivel de las aguas, quedó inundada la mayor parte de la tierra. Es de suponer que los pueblos que sobre vivieron a este desastre se refugiaron en lo alto de las montañas, aunque luego inventaron que habían construido grandes barcas donde se guardaron con los suyos y con algunas especies animales.

Nuestra selva, que es una extensión de la amazónica, es irrescatable para la agricultura. Su capa vegetal es tan pequeña que, cuando se talan los árboles, como se ha hecho buscando espacio vital, los rayos solares, allí verticales, al quemar la capa de humus transforman en desierto la tierra robada a la selva; aparte que la acidez del suelo lo hace impropio para la agricultura.

Y en medio de la llanura, en los médanos convertidos en verdaderas arcas de Noé, se hacinan junto al hombre desde al morrocoy, que es un anfibio inadaptado, hasta el toro cimarrón. Mientras ven pasar bajo sus ojos a sus congéneres arrastrados por las aguas impetuosas, mujir de ganado corriente abajo.

Un día, hacia noviembre, cesa de llover. Bajan las aguas y los animales sobrevientes se van por la llanura. La tierra verdeguea de esplendor. Es la época más fecunda del llanero. Es tiempo de recoger el ganado, de sembrar el forraje, de hacer el conuco, de comerciar de pueblo en pueblo. Pero ya finales de diciembre los verdes pastos se vuelven secos; la quebrada baja aparatosamente de caudal. Dentro de un mes volverán a estar secos. Los pajonales amarillentos se quedan mustios. Se incendia la sabana. Los animales se mueren de sed. El criador se empobrece. El calor lo sofoca. Las horas laborables son de las tres de la mañana hasta las ocho; luego la tierra reverbera bajo el canto de los grillos y el silbido de los ofidios. De tierra anegada, en menos de tres meses el llano se ha convertido en tierra insoportablemente cálida y muerta de sed. Y así por otros tres cuatro meses, hasta que llegan de nuevo las primeras lluvias, que como los nuevos gobiernos son recibidos con alborozo, aunque todo el mundo sepa que será peor que el anterior.

La razón salta a la vista; las condiciones climáticas son inadecuadas para la vida humana. Aunque la selva tropical no se limita a las entidades mencionadas, ya que selvas similares se encuentran dispersas a todo lo largo del territorio federal, podemos decir que si tomamos simplemente como área de territorio invivible la señalada, Venezuela ya no tiene 916.5000 km cuadrados sino 600.000. El problema por desgracia no acaba ahí. En contraposición con la selva hay numerosas áreas de nuestra geografía que por su estructura desértica o semidesértica, carentes de aguas regulares, poblada de cactus y chaparrales, la hacen tan inhabitable como la selva misma.

Si usted va al llano al comienzo de las lluvias, le parecerá estar en el Paraíso Terrenal, y en especial en los esteros. La tierra parece un inmenso campo de golf, con un verde rutilante, salpicado de garzas, flores y bandadas de pájaros. Pero espere que llegue el invierno, quédese hasta junio y julio. Para que usted vea lo que se llama llover. Aquello no es una lluvia cualquiera, ni siquiera es un aguacero. Parece más bien un millón de mangueras de incendios empeñadas en hacer de la llanura un inmenso mar interior.

El problema es que durante el invierno, todo el llano, de punta a punta, es un inmenso embalse, y que en los tiempos de guarimba, entre sequía y lluvia, la tierra no es muy buena para la agricultura. La tierra del llano es ácida: progresivamente ácida. Las lluvias, precisamente, barren la superficie alcalina o neutralizante. Lo que quiere decir que el porvenir de esa tierra no es muy bueno, aparte de los problemas actuales que confronta el pueblo.

Con excepción del kilómetro costero al que refrescan los vientos alisios, la vida en el Trópico por debajo de los 400 metros es sencillamente insoportable. Si en nuestra capital, a casi 1000 metros, el calor nos angosta, restándonos capacidad laboral, que digan los propios habitantes de los fecundos valles centrales y orientales si el calor y la plaga no los agobia hasta hacer la vida desesperante. Sólo por encima de 800 metros, la altura de San Cristóbal, el trópico se hace tolerable. Por eso todo el mundo huye y se hacina en los frescos valles andinos, en Caracas, Los Teques, El Junquito, la Colonia Tovar y a la orilla del mar. Uno de nuestros principales problemas, y del cual todos los políticos y estudiosos del pueblo se han propuesto olvidarse, es el clima tropical, que se hace presente por debajo de los 800 metros de altura. Yo no sé con cuántos kilómetros de tierras altas contamos.

—Con un agravante: los seis millones de colombogranadinos que viven en Venezuela, (bachacos) comen, llevan comida para Colombiagranadina para cuatro millones más, sin producir un coño.

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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