Vivir como he vivido

"Ninguna obra de construcción del país alcanza su más alto grado hasta su existencia como fuera pura realidad. Esa ilusión es que se olvida su origen y nacimiento y se experimenta completa en el Comandante Chávez. Uno no se atreve, tan verdaderas resultan a nuestros sentidos, uno no se atreve, decimos, a considerar sus obras como una pura fantasía, como una fábula, ni a creer que sus trabajos sean una simple invención".

Acaba por reconocer el Comandante Chávez cuán enorme es su pretensión y comprende igualmente que, para poder dar vida a su doctrina, no basta hablar sin obrar; no son suficientes los ejemplos, sino que precisa una verdadera transformación de la conducta. El que está en la tribuna pública, la tribuna más elevada del país, haciendo promesas, alumbrado por los reflectores de la fama, espiado por Gringolandia; ése no debe señalar simbólicamente su pensamiento, sino que necesita realizar el sacrificio: "Para ser escuchado por el pueblo, uno debe afirmar la verdad por medio del sufrimiento y mejor aún por la muerte". Así Chávez contrae una obligación que nunca había adivinado cuando era un doctrinario, Estremecido, turbado, no seguro de sus fuerzas, angustiado hasta el fondo del alma, Chávez toma la cruz de Cristo, desde este momento, ser un santo de su convicción y acomodar cada una de las acciones de su vida a los postulados de su moral.

Un santo: la palabra está pronunciada a pesar de todas las ironías, pues un santo parece imposible en nuestros tiempos de desencantos; es como un anacronismo de una edad media que ya se olvidó. Pero solamente los emblemas y la presentación cultural de cada tipo en sí mismo, una vez que se incorporado al círculo de lo terrenal, retorna siempre forzosamente, mate máticamente una y otra vez en ese evidente juego de analogía que llamamos Historia. Siempre y en cualquier época, habrá hombres que intentarán vivir una existencia santa, porque el sentimiento religioso del pueblo necesita constantemente la forma más elevada del alma; sólo la manera de realizarse variará con la mudanza del tiempo.

El Comandante no logra nunca hacer evidente su deseo, su voluntad de sufrimiento. Por todas partes, un destino burlón e irónico le cierra el paso que conduce al martirio. Quisiera estar solo, pero la fama de su nombre llena la calle; nunca logra obtener el martirio, es decir, la prueba de la sinceridad de su doctrina; entre su voluntad de ser crucificado y la realidad, el pueblo ha colocado su fama, esa fama que le para todos los golpes de la fatalidad y que impide que el dolor y el sufrimiento lleguen hasta él.

Es una necedad de sus adversarios querer ver solamente en la conducta una burda comedia, pero también es una necedad la de sus adeptos que, de ese hombre, quieren, por la fuerza, hacer un santo. Precisamente, el sino del Comandante es esa mezcla de consciente voluntad de honradez y de inclinación inconsciente a lo teatral. No es sincero en medio de su honradez, y es honrado frente su vanidad; se confiesa ante el pueblo; pero cuando está a solas consigo mismo, cuando empieza a hablar su monólogo, fustiga su impotencia con una crueldad heroica, en un juez severo contra toda falta de honradez.

—No hay verdadero placer si no el de crear. Crear patria, educación, industria, producción, pan, niños, es decir, hombres, lo que sea. Fuera del crear, no hay verdadero placer, ningún placer que no haya unido al temor, a la pasión, al remordimiento o a la vergüenza.

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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