La pelea entre el peso superpesado Nicolás Maduro y el mini mosca Julio Borges, no fue acordada entre quienes habitualmente se ocupan de eso; tampoco en dominicana, en la mesa de diálogo con jueces y todo, sino está planteada como una posibilidad por el desafío soez del presidente. Quizás se produjo aquel inusual desafío porque el retador, no sin razón, se siente a la misma altura del retado, quien no sólo es pequeño de estatura, sino también de conformidad con la visión que tiene de Venezuela y la alta responsabilidad con la tragedia que la agobia. La del presidente, de retar a Borges, no fue una figura inventada, deliberada, pensada, creativa, sino producto de la inercia intelectual, la incontinencia verbal y estado de ánimo que atrapa a los imposibilitados de hacer lo que demandan las circunstancias. Como también de ese dejar hacer por lo mismo que predomina en el país. De ella, la imaginación presidencial, hablaremos de nuevo al final. Pero si podríamos decir, en lenguaje coloquial, con mucho del racismo de Maduro, "deja que se jodan, ellos son blancos y se entienden". Pese que el presidente, con frecuencia, restriega su color a otros que supone blancos.
Elemental. El boxeo es una práctica deportiva, como muchas, que toma en cuenta el peso de los contrincantes, por razones obvias. No puede un "firifire", como decimos los cumaneses para referirnos a quienes no llegan ni a los pesos mini moscas, enfrentarse a un tanque de guerra o peso pesado. Suponer a Maduro dentro del ensogado, de verdad-verdad y frente a Julio Borges, sería como imaginar allí a Foreman contra Luis "Lumumba" Estaba. O lo mismo que un combate cuerpo a cuerpo entre un elefante y un ratón. Quede claro que nos referimos a peso y estatura física de los presuntos contrincantes. Por eso, saliéndonos del surrealismo, imagino que en verdad, aunque de muy mal gusto, el reto sería a algo así como a un debate personal donde si se pudieran emparejar las cargas en las categorías inferiores. Algo así como de más a menos.
El gobierno se ha esmerado, por lo menos eso es lo que dicen sus publicistas, en lograr un diálogo con la oposición. Y uno, que no es nada inocente que digamos, en veces lo hemos creído porque es un reclamo nacional y "porque la masa no está para bollo". Y no lo está para ninguno de los bandos. Explicar esto sería revisar las dificultades que gobierno y oposición enfrentan cada uno por su lado y eso sería muy largo y pudiera resultar tedioso y repetitivo.
Pero sucede que la oposición no ha ocultado para nada su poco interés en entrar en diálogo porque soñó, hasta hace poco que bastaba un soplido o unas cuantas guarimbas para tumbar al gobierno. Luego habiendo experimentado y comprobado su fracaso, le ha resultado cuesta arriba satisfacer a quienes ella llamó a la guerra, violencia irracional e injustificada y exterminación del adversario y de quien se travesase por el medio, con ese cambio que implica participar en elecciones y entrar en diálogo con el gobierno para llegar acuerdos. Es decir acordarse con quien vendió como enemigo irreconciliable a quien había que exterminar. La dirigencia opositora le enseñó a sus seguidores que era todo o nada, con lo que su puso un par de grillos en los tobillos. Por eso, como bloque, no participa en las elecciones municipales; por lo mismo que perdió feamente las de gobernadores. Aunque maneja, desde antes que aceptase ante el país estar en diálogo con el gobierno, la idea de participar en las presidenciales.
Mientras la oposición negaba toda posibilidad de diálogo, apenas habló de "conversaciones exploratorias", explicación por demás poco inteligente, el gobierno en parte del discurso y por intermedio de sus publicistas, intentaba ofrecer la imagen que daba todo por él.
Pero Maduro sobre todo, sin excluir a Cabello, no ha sido nada convincente de querer que haya un diálogo productivo. No es suficiente contar las veces que ha llamado al diálogo, como que lo ha hecho unas 334 veces, como dicen sus voceros, sino también es bueno dar otras muestras. Pues en veces parecen no quererlo, tanto que, para citar un ejemplo, a Falcón, quien empezó por reconocer su derrota en Lara, cuando las elecciones de gobernadores, distanciándose del resto de la oposición que volvía gritar fraude, y fue de los primeros en anunciar su participación en las elecciones municipales, no han dejado ni un momento de agredirlo y hasta como intentar indisponerlo para que cambie de opinión. Pareciera más bien les molestase esa actitud del ex gobernador e importante figura opositora.
Si pudiésemos revisar distintos instantes de la política venezolana, cuando las circunstancias reclaman prudencia, ecuanimidad, un gesto y hasta discurso para procurar que sectores opositores o una importante figura de ese bando tomen una iniciativa favorable a la paz, el entendimiento y, hasta para decirlo con más contundencia, con lo que al gobierno cree uno le conviene, veremos a gente del muy alto mando oficial diciendo lo contrario de lo que debieron decir. Como mal calificar y hasta ofender como para que, como decimos en lenguaje coloquial, el aludido "se arrechase" e hiciese lo contrario de lo que quiere y al gobierno pudiera convenirle. ¡Cuántas veces habrá sucedido justamente eso! Pero una cosa es el gobierno y otra el pueblo y el país todo.
Hace pocas horas, en uno de esos habituales y muy largos programas donde sólo habla el presidente, pese estar rodeado de gente y hasta presunta calificada para decir cosas, refiriéndose a las conversaciones de dominicana, aquel dio dos nuevas demostraciones de poco altura, perspicacia diplomática o no tener deseo alguno que el diálogo rinda frutos.
Ese mismo día habíamos leído unas declaraciones de Jorge Rodríguez hablando con entusiasmo acerca de lo acordado y sobre todo, por otra parte, a Roy Chaderton Matos, integrante también de la comisión presidencial, refiriéndose a lo mismo donde como buen diplomático, coincidente con lo buen educado, trató a la representación opositora con todo el respeto que en toda circunstancia se merece la persona. Aunque este no sea el caso, porque el diálogo no puede ser para que el balance arroje ganadores y perdedores, si es bueno recordar el gesto generoso, de altura diplomática y buena educación del Mariscal Sucre, terminada la batalla de Ayacucho de "gloria al vencedor, honra al vencido".
En cambio el presidente, después de haber dicho de manera imprudente, no sé si deliberada, "logré sentar en la mesa de diálogo a la MUD", en un gesto a todas luces soberbio, provocador y hasta burlón y hasta habló de tener ya en sus manos los acuerdos, que no son definitivos, tanto que gestos como los suyos los pueden estropear, como si el objetivo fuese sólo ese, hacer del conocimiento del país que la dirección opositora se sentó a dialogar. ¡Los he vencido! ¿Eso es bueno para el diálogo?
Pero eso no bastó. Luego siguió con aquel reto de mal gusto a Julio Borges, aparte de otras formas de expresión reñidas con lo comedido que reclama el instante y el proceso.
Claro, uno bien sabe que el presidente suele poner mucho empeño en hablar poniendo interés en eso que el lenguaje coloquial llama el "público de las gradas". Quiere poner por encima de todo la sensación que ha sido el vencedor.
¿Y qué mejor imagen que esa de poner a todo el mundo imaginarle sobre el cuadrilátero enfrentado a Julio Borges?
De tal palo, tal astilla.