¿Estamos sobreestimando la capacidad de victoria electoral de los proyectos políticos conservadores? ¿O será que infravaloramos todo lo logrado en este cambio de época progresista? Seguramente es mucho más complejo que elegir entre dos hipótesis tan extremadamente contrapuestas. No todo es blanco o negro cuando se trata de política, sino que está lleno de matices y tonalidades…
En los dos o tres últimos años, se ha puesto de moda hablar de restauración neoliberal en América Latina. Y no falta razón para ello. Es cierto que ha habido ciertos cambios de signo político muy importantes en la región. El caso de Brasil es seguro el más emblemático tanto por su tamaño como por su rol geopolítico. El de Argentina, tras la victoria de Macri en octubre del 2015, también resulta otro foco de preocupación, porque esta llegada viene con un cambio acelerado restaurador de las políticas neoliberales. En el resto de la región, en el campo progresista, también ha habido derrotas significativas: las elecciones parlamentarias de diciembre del 2015 en Venezuela y el referéndum en Bolivia en febrero del 2016. Algunos también anotarán en esta cuenta la pérdida por parte de la Revolución Ciudadana de las ciudades más grandes de Ecuador en las últimas municipales del 2014.
Son indudablemente traspiés que obligan a reflexionar y analizar críticamente todo lo que no se ha hecho bien para que esto ocurriera. Pero en este afán cuestionador, tan propio de la intelectualidad progresista, se pierde de vista que todavía, a pesar de estos tropiezos, se gana más que se pierde.
En esta contabilidad, habría que considerar que luego de diez años de correismo en Ecuador, la derecha salió derrotada en abril del 2017 a pesar de que todos se unieron contra la candidatura de Lenín-Glas. Y la victoria no fue sin Correa; más bien todo lo contrario. Fue con Correa al frente, recorriendo el país, haciendo campaña.
En Venezuela, en el año 2017, la Revolución Bolivariana ha obtenido tres victorias electorales: Constituyente (30 julio), gobernaciones (15 octubre) y municipales (10 diciembre). El ciclo ganador retorna a las filas chavistas que demuestra así tener un voto duro (40-45%) que constituye un piso muy sólido leal y firme a pesar de las adversidades.
En Nicaragua, tanto en presidenciales como en municipales, el sandinismo logró una victoria apabullante.
Aún falta por ver qué sucederá Brasil. En este país, Temer no llegó al poder producto de ninguna victoria electoral de la derecha. La última ganadora en las urnas fue Dilma; y todo indica que en la nueva contienda será nuevamente Lula quién logre imponerse. En poco tiempo también habrá cita electoral en Paraguay (abril 2018); es probable que la nueva alianza Liberal-Frente Guasú (más otros tantos partidos de izquierda) gane e impida que el Partido Colorado vuelva a poner al Presidente. Huelga casi recordar que en este país también hubo otro golpe de estado para interrumpir la llegada de Lugo al poder.
Si sumamos todo lo que ha sucedido en clave electoral, en presidenciales, en el llamado bloque progresista conformado desde el siglo XXI (Venezuela, Argentina, Brasil, Nicaragua, Uruguay, Bolivia y Ecuador), hubo 24 victorias y una única derrota, la de Macri frente a Scioli. Si este cálculo lo hiciéramos considerando todo tipo de elecciones, el resultado aún sería más exagerado.
Nada de esto significa que todo esté perfecto ni que el bloque progresista esté pasando por su mejor momento. No. De ninguna manera. Pero tampoco podemos inflar los logros electorales de la opción conservadora cuando ha tenido que jugar en cancha progresista. El caso argentino es seguramente el más enigmático de todos porque tras la primera victoria del macrismo, en la siguiente cita electoral parcial legislativa (en octubre 2017), volvieron a ganar y ampliar su fuerza. Hacia delante las opciones de Cristina dependerán de cómo sea capaz de elevar su techo, porque hasta el momento sigue siendo insuficiente para ganar sola frente al macrismo. Las divisiones al interior del peronismo facilitan el terreno para que el neoliberalismo argentino del siglo XXI continúe hacia delante.
En el resto de feudos, todo está por dilucidarse. En las últimas elecciones en Honduras, según todos los organismos internacionales, ha habido demasiadas irregularidades para dar por bueno la victoria de Juan Orlando Hernández. Todavía estamos a la espera de saber si hay nuevas elecciones tal como lo ha solicitado el candidato Nasralla para que se imponga la voluntad popular en vez de intereses particulares. Por su parte, en Chile, recientemente, la opción Piñera se desinfló en primera vuelta al mismo tiempo que el Frente Amplio logró un 20%. Veremos que pasa en la segunda vuelta el 17 de diciembre. Alejandro Guillier tiene claras opciones de vencer con el apoyo de otras fuerzas políticas.
México tiene elecciones en julio 2018 y López Obrador está como máximo favorito al día de hoy. En Colombia cualquier cosa puede pasar, porque Santos y Uribe están de capa caída y la gente se cansó de la vieja política. Candidatas como Piedad Córdoba está teniendo una gran recepción entre la ciudadanía, aunque las encuestas lo deseen ocultar. En Perú, habrá municipales el próximo año y los niveles de aprobación de Kuczynski están en el piso a pesar de llevar muy poco tiempo de gestión, mientras Verónika Mendoza sigue creciendo como opción real de victoria.
El panorama es incierto. En Bolivia y Venezuela, en 2018 y 2019, habrá elecciones presidenciales, respectivamente. Mucho de lo que se diga acerca del fin de ciclo dependerá de lo que ahí suceda. A priori, lo esperable sería que Evo Morales y Nicolás Maduro revalidaran sus mandatos. En Ecuador, es cierto que el giro Lenín ha supuesto un contratiempo inesperado. Pero la vuelta de Correa ya es un hecho y eso abriría otro escenario político-electoral aún muy complejo para predecir.
En definitiva, con números y análisis en la mano, a la restauración conservadora le cuesta ganar en las urnas en países que transitaron un ciclo progresista, con la salvedad de Argentina. Es más, está en complicaciones en lugares en los que hasta el momento sí tienen el gobierno. Y sin lugar a dudas, Brasil será la clave. Si Lula vuelve a ganar, ese gol deberá contarse doble. Y si por su parte México elige a López Obrador, entonces, la victoria será por goleada.