Nos cuenta Don Francisco Herrera Luque:
Don Chucho era un pastoreño de fin del siglo antepasado pasado, a quien alcancé a conocer en mis mocedades. Su nombre tuvo mucho que ver con su dicha y desventura, al igual que las circunstancias de su nacimiento, ya que por venir al mundo el 24 de diciembre, y a las doce de la noche, lo bautizaron con el nombre de Redentor, dándole por apodo Chucho.
En aquella época no se conocían los arbolitos de Navidad, institucionalizados hoy, sino que era el pesebre o nacimiento, como aún se practica, lo clásico o usual. Con su Niño Jesús, San José y la Virgen, la mula y el buey, los reyes magos.
En algunas ocasiones se hacían nacimientos vivos; es decir se tomaba un niño de pocos años para que ocupase por un rato el sitio del niño Dios, en medio del sano alborozo de los creyentes y la riada de muchachos patinadores que bajaban hacia el centro. Don Chucho, como era flaco y canijo, por varios años se le tomó para tales fines. Lo vestían con un fondo rosado de niñita, y lo metían en su pesebre:
(Mujer) Ay, miren qué lindo el niñito… (Llanto de niño) Pobrecito, cómo será el frío que tiene el infeliz…
Pero fue tal la identidad que todas estas cosas establecieron entre Don Chucho y el Niño Dios, que llegó al punto de creer que la Navidad era cosa propia y de su tocayo. Al paso de los años se hizo quincallero, logrando una holgada posición. Su especialidad eran los artículos para Nacimientos. Desde mediados de noviembre se abarrotaba su tienda de ovejitas, estrellas de Belén, pastorcitos de yeso, aguadoras de Jerusalén y todo cuanto se necesitaba para montar un buen nacimiento.
El mejor nacimiento de toda la ciudad, y quizá el de toda Venezuela, era el que montaba en su casa de La Pastora el viejo y próspero quincallero en la sala de su casa con puertas y ventanas abiertas y entrada libre a todo aquel que quisiera curiosear.
Los muchachos visitaban el pesebre de Don Chucho no tanto por las novedades que exhibía, como por los dulces de la cojita que nos brindaba doña Eufrasia, su mujer.
Don Chucho: (Voz gruesa) ¡Agarren muchachos, agarren sin ninguna pena!
Muchachos: Gracias, don Chucho. Qué bonito está el nacimiento este año. Pero dígame una cosa, don Chucho, ¿en esa época había tren eléctrico?
Don Chucho: (Molesto) Claro que no había; como tampoco había el dulce que te estás comiendo. Así que te me largas por falta de respeto.
Voz de Niño: (Niño Jesús) Deja el mal humor tocayo, no has debido tratar así al pobre muchacho.
Don Chucho: Tienes razón niño Jesús, hoy amanecí con el hígado revuelto. ¡Epa, carricito, no te vayas, no ves que era pura rochela de mi parte! ¡Cómete otra panela!
Aunque don Chucho era hombre demasiado sensato y cabal, sin estar loco ni nada parecido yo estoy casi seguro de que conversaba continuamente con el Niño Jesús, de quien se creyó socio y apoderado. Los visitantes comentan:
Mujer: Lo que no me gustan son la mula y el buey que don Chucho puso este año. Son diez veces más grandes que San José y la Virgen.
Hombre: Deja la criticadera mujer y fíjate qué lindos esos cerros de aserrín y las casitas de cartón con banderas de Venezuela.
Don Chucho, al igual que algunos novelistas del Boom, no creían en las proporciones, ni en las limitaciones que impone el tiempo. Entremezclados con aquellos soldaditos alemanes de yeso que había antes de la guerra, había pieles rojas, bicicletas, espejos rotos, gallos embalsamados y cuanta cosa sirviese para darle colorido a su pesebre. Se puede decir que don Chucho vivía intensamente desde el día de Santa Lucía, el 13 de diciembre hasta el 6 de enero, día de adoración de los Reyes. El resto del año se lo pasaba proyectando su próximo pesebre.
Don Chucho: La próxima vez no voy a poner cañones…
Niño Jesús: Eso mismo estaba por decírtelo… no me parece bien.
Don Chucho: Tienes razón tocayo… lo tacharé de este pedido.
Niño Jesús: Otra cosa que estaba por decirte. ¿P or qué no me ponen mejor un guayuco en vez de estos fondos largos de niñita?
Don Chucho: Lo lamento, tocayo, pero la tradición es la tradición.
Así pasaron los años. Vino la guerra y se acabó el mundo de ayer. Con el franquismo triunfante en España cesó nuestra comunicación con la Madre Patria, acervo de muchas de nuestras tradiciones. La influencia norteamericana se hizo sentir. Vino el boom petrolero; la transculturación; las generaciones que iban y venían a los Estados Unidos; los apartamentos estrechos, sin salas amplias con ventana a la calle. Total, el pujante negocio de don Chucho se vino abajo.
La última vez que lo visité en su casa de La Pastora fue hace más o menos treinta años. Doña Eufemia, su mujer, había muerto. El arbolito de Navidad, al desplazar al Nacimiento, lo llevó a la quiebra. Si alguien le aconsejaba, era peor. Pero, don Chucho, tiene que adaptarse a los tiempos nuevos. Si ya nadie quiere poner nacimientos en su casa, sea porque no tiene espacio, sea por la moda. ¿Por qué no vende arbolitos de Navidad?
Don Chucho: (Sorprendido e indignado) ¿Yooo? ¿Cómo se imagina usted que yo voy a hacer concesiones cuando no se las hice ni a Juan Vicente Gómez? Los nacimientos representan la Patria, los arbolitos de Navidad el coloniaje mental en que hemos caído.
Don Chucho no hizo caso. Daba lástima ver los cuartos de su casa repletos de reyes magos cubiertos de polvo. Parecían obreros en marcha de paro. Las ovejitas se cubrieron de mugre y las estrellas de Belén perdieron su brillo. Don Chucho, antes tan próspero y gran señor, tuvo que irse a vivir en casa de uno de sus hijos, un muchacho educado en los Estados Unidos que nada sabía de nuestras tradiciones. Tenía un retrato de Lincoln en su escritorio, un arbolito de Navidad en la sala y una mujer que se hacía llamar Coromotho, aunque fuese nacida en Cabimas y más criolla de estirpe que el pan de hallaquita.
Coromotho detestaba a don Chucho porque no hablaba inglés y era un inútil. Aquella tarde decía con aquel espantable acento de película doblada: en los Estados Unidos los viejos no molestan a nadie. Se les mete en un asilo y listo.
Don Chucho respiró grueso al oír estas palabras tras de la puerta y pensó con más tristeza que nunca en su próspero negocio de La Pastora. Si hubiese tenido cuatro centavos se hubiese largado en ese mismo instante; pero pobre y viejo ¿A dónde ir? Por eso decidió hacer la vista gorda ante las agresiones de la nuera, tratando de pasar inadvertido o amoldándose a sus dichos y caprichos. El día en que trajeron el arbolito de Navidad, don Chucho sintió un extraño malestar, aumentando su desazón en la medida que las paredes se fueron cubriendo de Merry Christmas y de imagines postales del gordo San Nicolás, a quien detestaba con toda su alma. Faltaban dos días para Navidad. Coromotho preparaba una estupenda cena para los amigos de la compañía. Habría pavo a la Mayflower, dulce de nueces y avellanas, y de milagro, hallacas. Discutían en la mesa los últimos detalles, cuando Coromotho, al reparar en el aspecto obeso de don Chucho y su nariz rojiza, tuvo una ocurrencia.
Coromotho: Papi se vería fine vestido de San Nicolás. ¿No les parece, chicos?
Varias voces: Sí, sí… se vería de lo mejor; que abuelo haga de San Nicolás.
Faltan diez minutos para las doce de la noche. Don Chucho termina de vestirse de San Nicolás. Abajo se oyen risas y carcajadas en lengua extraña. En vez de aguinaldos la casa rebosa de canciones muy hermosas, pero extrañas. (Canciones de Navidad) Cuando escuche el Jingle Bell deberá bajar a la sala y decir con alegría Merry Christmas. (Comienza el Merry Christmas) Don Chucho se mira con infinita tristeza ante el espejo.
Don Chucho: Parezco un mismo pomarrosa. Las cosas que tenemos que hacer los viejos.
(Suena el Jingle Bel y la voz de Coromotho en la distancia.) Coromotho: Papi… papi…
Don Chucho: Sea (Sofoca un sollozo).
Don Chucho se cala el gorro de San Nicolás. Se siente traidor al divino ausente. (Golpes en la puerta).
Una voz: Que se apure, don Chucho, que abajo lo esperan.
Don Chucho: Ya voy, ya voy… Perdóname, niño Jesús por este sacrilegio.
Niño Jesús: (A su espalda) ¡Que te perdone de qué!
Don Chucho: (Asombrado) Pero, Niño Jesús, mírame como me han puesto…
Niño Jesús: (Subversivo) Pistolo que tú eres, tocayo, quítate esos trapos y vente conmigo…
(Jingle Bell.)
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!