¿Criptoproletarios? En realidad yo no imagino a la clase de los proletarios encerrados, encriptados. El proletariado es, por escencia, libertario y, por sus objetivos de humanidad, libre. Por lo tanto no debe haber Criptoproletarios.
En todo caso, me gustaría conseguir una fórmula de encriptamiento, de protección, de la conciencia del proletariado. Lo imagino como una manera de impedir la alienación de la clase que, constantemente es ajenizada de todo cuanto sus manos producen. Pero cuyo pensamiento también se le niega, se ideologiza o -para decirlo con el filósofo venezolano Ludovico Silva- se le convierte en «falsa conciencia».
En los últimos días (ya son años) la palabra «Cripto» (críptico, del griego «kryptón») se ha puesto de moda gracias a la iniciativa de la economía política. Ésta maneja al capital financiero y, para perpetuar su dominio, controla ahora transacciones entre monedas absolutamente virtuales, intangibles y, también sin ningún tipo de soporte real en monedas de curso legal o en metales «preciosos» como el oro o hidrocarburos como el petróleo.
El bitcoin, ese «centavito» electrónico que, literalmente es un dígito del sistema de combinación binario, está «revolucionando» al neoliberalismo desde su raíz.
Pocas personas, estudiosos, críticos y revolucionarios que apuestan por cambiar el mundo, se han detenido a profundizar en los efectos y consecuencias de este fenómeno financiero. La mayoría quiere saber cómo rendir mejor su dinero y poder acceder más fácilmente a las mercancías que el espejismo el consumismo capitalista coloca en las vitrinas para que más personas accedan a ellas, con o sin necesidad de las mismas.
Con la pretensión de perpetuar el dominio del capital, pero sin hacer evidente la «explotación del hombre hombre» tan criticada por Carlos Marx y sus seguidores (entre quienes, lo saben hace rato, me cuento), los avances tecnológicos dan paso a un nuevo tipo de banca que, para nada pierde el carácter por el que él mismo la calificara de «usura legalizada».
Así que la lucha de clases, hoy, empieza a tener nuevas formas de expresión. En el sentido comunicacional, o más bien publicitario, el bitcoin sería como una moneda segura, protegida. Pero también es una moneda cuya protección real la traslada a algo más esencial y menos visible que ella misma, a la protección de las relaciones capitalistas, a la perpetuación de su dominio y a la validación hegemónica del neoliberalismo.
Venezuela, y el Gobierno revolucionario que preside nuestro Camarada Nicolás Maduro, enfrentando una feroz guerra económica que pretende acabar con nuestra soberanía y con nuestro proceso transformador, propone, en favor del proletariado y de las mayorías empobrecidas, la creación del Petro (una moneda que ya había visualizado el Comandante Hugo Chávez), como parte de las armas de contraataque y resistencia.
La diferencia fundamental con otras criptomonedas, pareciera que se convierte en amenaza «inusual y extraordinaria» para las que sólo se soportan en la credibilidad de sus «portadores», pues el Petro tiene reservas de aval en el petróleo, el coltarán y otros minerales de propiedad venezolana.
En realidad hay muchas interrogantes sin respuestas hasta el presente. La intención revolucionaria del proceso Bolivariano pudiese llegar a reconvertirse y aportar al fortalecimiento de la economía política del neoliberalismo. Pero también, y sobre todo, a estar estrenando una nueva artillería de combate frente al imperio.
El tema es harto complejo y no pretendo ofrecer respuestas sino problematizaciones (al estilo de la metodología de Paulo Freire) conforme a nuestros fines de clase proletaria. Por eso, no me detengo en los temas matemáticos ni informáticos de las criptomonedas, sino que alerto acerca de quién y para qué objetivos se utilizará el Petro. En esa dirección es que hablo de la criptoconciencia del proletariado (que, en realidad, me interesa más que las criptomonedas), en invitó a los Criptoproletarios del mundo, a unirnos y mantenernos unidos. Nos corresponde fortalecer y encriptar la conciencia de la clase revolucionaria en sí… Entonces no estaríamos alienados esperando Mesías ni creyendo que las revoluciones son dádivas, perniles u otras «gratuidades por merecimiento».