I. Introducción
Hablar de amor es muy fácil o muy difícil. ¿Cómo no dejarse llevar por la exaltación, de un lado, o por las trivialidades emocionales, de otro? Una manera de abrirse paso entre estos dos extremos consiste en servirse de la guía de un pensamiento que se detenga en la dialéctica entre Amor y Justicia.
Que el amor nos realiza felizmente como humanos, nadie lo duda. Lo intuimos todos desde nuestros deseos más hondos y lo sabemos por nuestra experiencia personal y común. Pero como los humanos somos capaces de lo mejor y de lo peor, también podemos falsear el amor pervertirlo o negarlo. Somos muy capaces de caer en el desamor, en cualquiera de sus versiones, aunque nos deshumanice y nos destruyan.
¿Pero qué es el amor?Todos creemos saber lo que es el amor, pero solo basta que reparemos en que designamos con ese nombre realidades muy distintas entre sí, como la ternura de Francisco de Asís por todas las criaturas , la entrega de una religiosa anónima a los últimos de la tierra, la pasión que unía a Romeo y Julieta o la atracción que Teresa de Jesús sentía por Dios. Es probable que, si intentamos expresar lo que tienen en común realidades tan diversas, nos sintamos menos seguros de saber qué es el amor, como le pasaba a san Agustín con el tiempo: "¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé, pero si quiero explicarlo al que me lo pregunta no lo sé"
Respecto del amor vivimos como si supiéramos lo que es. Pero desde el momento en que tratamos de definirle, o al menos de acercarnos a él por conceptos, se aleja de nosotros inmediatamente. De ahí concluimos que el amor no puede ni debe entenderse estrictamente, que se sustrae a toda inteligibilidad, que todo esfuerzo por tematizarle procede de la sofistica o de una abstracción indebida. Se podría citar miles de frases de diferentes pensadores, poetas o autores de ensayos, que afirman que lo máximo en la vida humana es amar y ser amados. Y el máximo logro de la existencia humana.
Para comprobarlo, es suficiente este muestreo de breves citas:
• "El amor es la única respuesta satisfactoria al problema de la existencia humana" (Erich Fromm).
• "Solo el amor define al ser humano en su ser genuino, solo el amor nos hace ser y actuar humanamente" (Felicísimo Martínez).
• "El amor es la condensación de la vida, representa su esencia más perfecta" (Manuel Cruz).
• "El amor da la vida, y no hay vida más que en el amor" (J. Moingt).
• "La vida brota del amor, amar es vivir" (Manuel Iceta).
La fuerza del amor puede derivar en codicia o en caridad. Con este término se designa la atracción física o psicológica que alguien-o algo- produce en mí. O el deseo de poseer lo que me agrada, pero no tengo. Pero puede designar también la compasión que siento hacia el débil o el necesitado. O la entrega de mi tiempo, de mis bienes e incluso de mi persona a una causa justa o a una persona explotada, perseguida o maltratada. O también el perdón que otorgo a quien me ha ofendido. En suma, con la palabra amor designamos actitudes y comportamientos no sólo bien distintos, sino, a veces, incluso incompatibles (amor al dinero, amor el pobre). El amor abarca un campo tan amplio como el que va del interés al desinterés. De ahí que, cual sea la idea que uno se hace del amor, puede considerar que la idea que otros tienen es o bien una profanación, o bien una mistificación irreal del amor.
El amor es quizá la pulsión más honda del ser humano. El amor es la fuerza fundamental que pone en movimiento las otras fuerzas del ser humano, las estimula o las paraliza, las dirige hacia lo bueno y constructivo o hacia lo malo y destructivo. El amor es el destino de toda persona, aquello por lo que el ser humano se siente realizado o fracasado. Toda nuestra vida sólo vale en proporción al amor que encontramos o damos en ella. Y todo lo que hacemos, en cierto modo, lo hacemos movidos por el amor. Somos egoístas porque nos amamos a nosotros mismos. Trabajamos por amor al dinero, o al prestigio, o al trabajo mismo. Estudiamos por amor a la sabiduría.
II. El amor una realidad plurivalente
Amor es una de las palabras más ambiguas y gastadas que existen. A primera vista parece fácil decir lo que es el amor y vivir en el amor, pues todo el mundo piensa que sabe mucho, o al menos bastante, sobre el amor, aunque solamente fuese porque todos, en última instancia, caminamos y respiramos en él: nuestro mundo efectivo y próximo se define al cabo según los parámetros del odio y del amor. Por consiguiente, esta apremiante proximidad nos impregna tan inmediatamente que no nos interrogamos a nosotros mismos respecto de su inquieta primacía, a no ser rara y mediocremente. El amor –por tanto, en su término, la caridad- no respeta las lógicas de la racionalidad que calcula, ni los entes que son, ni el mundo que quiere; no es que le falte todo rigor, al contrario; pero el amor despliega simplemente su propio rigor –el último rigor-, siguiendo una axiomática absolutamente sin par. Durante el tiempo en que le ignoramos, el pensamiento del amor y su práctica nos quedan como tales prohibidos.
III. Amor y justicia social
El mundo ha evolucionado mucho desde los tiempos de Jesús. Pero su mensaje de amor (agápe) resulta de una actualidad sorprendente. El amor (agápe) está en el centro de la moral cristiana. Naturalmente, este mensaje no es un programa político, pero sí tiene aplicaciones políticas y sociales. Estas aplicaciones dependerán de las circunstancias históricas en que nos toca vivir. El mandamiento del amor exige poner en práctica, con imaginación y valentía, todos los recursos disponibles para la salvaguarda y promoción de la dignidad humana y del entendimiento entre los seres humanos.
Gracias a una más lúcida lectura del Evangelio, sin duda también provocada por la fuerza de presión de los acontecimientos y reivindicaciones de muchas personas y colectivos, el pueblo cristiano se ha abierto cada vez más a las exigencias del amor evangélico. Se ha ido entendiendo con más profundidad que este amor no puede consistir en gestos individuales de simpatía, de atenciones e incluso sacrificios individuales heroicos en el servicio de los demás. Se ha llegado a entender que este amor debe animar, invadir y transformar todos los sectores de la vida de los seres humanos y de la misma organización de la sociedad. Todas las estructuras sociales deberían modelarse según el criterio del amor. Pero hay más, es importante, en nombre del amor, analizar críticamente las causas que provocan determinadas situaciones de pobreza y no limitarse a la creación de programas y estructuras asistenciales y paliativas que no cuestionan la política o la economía que produce hambre, inmigración, desatención, soledad, marginación, malos tratos, etc. La caridad fraterna no es una suplencia para remediar las deficiencias de un orden social que aplasta a los pobres. La caridad supone y exige la justicia. La verdadera caridad exige hoy que trabajemos, en la medida de nuestras responsabilidades y posibilidades -seguramente más urgentes y mayores de lo que habitualmente pensamos- en la construcción de una sociedad más justa, más humana, más fraterna. Por otra parte, la caridad insta a la justicia a ir más allá de sí misma, más allá del "dar a cada uno lo suyo", que es lo propio de la justicia. Y eso de dos maneras.
En primer lugar, criticando la clave individualista de "lo suyo" y afirmando la clave social y universal de lo que corresponde a cada uno. En efecto, la fe cristiana nos recuerda que Dios ha entregado la tierra y todo lo que ella contiene a "todos" los seres humanos. Por tanto, allí donde los bienes no son accesibles a todos y no están repartidos con criterios de equidad evangélica, no se cumple la voluntad de Dios. La presencia de pobres entre nosotros es la prueba de nuestra injusticia. En otro sentido, el mandamiento del amor orienta la vida humana hacia la "justicia mayor" (Mt 5,20), que anticipa y anuncia el Reino de los cielos. Pues la justicia humana, incluso en sus casos mejores, no agota las exigencias del amor, "el cual sobrepasa todo lo que la justicia puede realizar" (GAUDIUM ET SPES 78b). La justicia sola no es suficiente para el logro de una auténtica humanidad, "si no se le permite a esa forma más profunda que es el amor plasmar la vida humana en sus diversas dimensiones". Al abrir la vida humana al amor, el Evangelio eleva toda justicia y nos abre a la gratuidad y a la misericordia como auténtica dimensión de lo humano. Hay obligaciones que ningún código de justicia puede prescribir. Ningún código ha llegado a persuadir a un padre para que ame a sus hijos, ni a ningún marido para que muestre afecto hacia su mujer. Los tribunales de justicia pueden obligar a proporcionar el pan del cuerpo, pero no pueden obligar a nadie a dar el pan del amor. En este sentido, el samaritano misericordioso (Lc 10,29-37) representa la conciencia de la humanidad, porque va más allá de toda justicia, elevándola desde el amor. En esta línea, afirma el Vaticano II: "No hay ley humana que pueda garantizar la dignidad personal y la libertad del hombre con la seguridad que comunica el evangelio de Cristo" (GAUDIUM ET SPES 45). Si un día la justicia llegase a ser perfecta, seguiría siendo necesario el amor. Un mundo perfectamente justo, con leyes perfectas, donde se aseguren a cada uno los derechos individuales y sociales, puede seguir siendo un mundo frío, sin alma y sin esperanza, si falta el amor. Un discípulo del evangelio debe tener una gran sensibilidad en este aspecto. Los cristianos están llamados a edificar un mundo justo en el que las relaciones entre los seres humanos, sean relaciones de amor.