02-03-18.-Hay mucho desorden en lo que se habla hoy día, aunque debo decir que es más que desorden, es algo así como una olla gigantesca para hacer un buen caldo, pero que se ha puesto morado de tanta palabrería inútil que viene siendo expresada en la calle, de tanta y magna estupidez, de broncas, de odio, de lamentaciones, de maldiciones y unas cuantas cosas más.
Pero lo peor de todo el asunto es que, de mucho de lo que se dice, muy poco tiene que ver con la certeza de las cosas y por eso es que nos encontramos las ciudadanas y ciudadanos en una especie de torbellino de cosas, como si estuviésemos encerrados corriendo por un túnel que va hacia una montaña donde estará un dios que se ocupará de resolver todas las majaderías de las cuales viene la gente hablando.
¿Qué el asunto no es así y que estoy escribiendo mucha paja o gamelote, como decimos los venezolanos?
Yo solo me permito invitar ( es la única invitación barata que se puede hacer hoy día) a los lectores a que tomen el Metro de Caracas en Palo Verde y aprecien esa odisea desde esa parte de la ciudad hasta Propatria, donde podrán escuchar las más variadas tesis políticas, las broncas más exageradas en contra de Maduro, el Psuv y todo aquel que huela a gobierno, las quejas más terribles acerca de las levantadas de madrugada para hacer la cola para comprar el pan y unas cuantas mentadas de madre (ignoro por qué las agarran contra las madres) dirigidas a los especuladores del día, a los bachaqueros y especialmente a unos que se han hecho dueños del bulevar de Catia.
¡Ahhhhh! Pero eso no es todo, porque en ese lapso los que se escucha y los rostros que se ven es para coger palco, porque la revolución tiene sus defensores y no es difícil toparse con alguien que, Correo del Orinoco en mano, suelte sus opiniones:
-Aquí lo que viaja es un cargamento de habladores de pendejadas, pero cuando van a cobrar la pensión que les da el gobierno no abren la boca ni para tomar aire. Es más, aquí viene otro cargamento de habladores de tonterías que antes viajaban en camionetas, pero como los malandros conductores elevaron los precios, ahora se meten en el Metro y nos complican más la vaina a quienes siempre viajamos en estos vagones.
Pero mientras algunos andan en su palabreo, otros andan en el mercadeo de sus productos, convirtiendo a los pasajeros en sus "familias", porque ese es el primer manoseo mental que los vendedores de barriletes de caramelos le sueltan a los pasajeros.
¡Familia, aquí traigo tu barrilete de menta para que te refresques, por tan solo mil bolívares!
En el Metro de Caracas, cada quien anda en lo suyo, siempre criticando aunque aprovechándose de la gerencia de las instituciones del Estado. El Metro caraqueño pareciera ser el creador de las horas locas, porque todo el tiempo se consigue de todo, hasta gente que entra con un perolero (uno no sabe cómo lo hacen), como los vendedores de café, con sus diez termos, los que entran con sacos cargados de no se sabe qué cosa, que hasta le invaden el lugar donde deben viajar las personas que andan en silla de ruedas.
Pero lo anterior no es nada comparado con los padres de niñas y niños y hasta los mismos jóvenes, quienes se sientan donde deben ir las personas mayores, las mujeres embarazadas y las personas con necesidades especiales.
Para esta gente, no hay discriminación con los asientos. ¡Vieja o viejo, que se queden parados !
A lo anterior hay que sumarle -especialmente en horas del mediodía cuando salen de clases- el vocerío de los jóvenes estudiantes, quienes sin ton ni son, entran en bandadas en los vagones, gritan, cantan, se menean y, de diez palabras que sueltan al aire, ocho son palabras gruesas. No hay distinción entre varones y hembras, todos por igual se expresan con groserías.
Los únicos que ni siquiera se enteran de lo que acontece en los vagones del Metro de Caracas, son aquellos personajes que pasan la mayor parte de su vida desconectados de la realidad y conectados a un par de audífonos y un aparatico que suelen meterse en los bolsillos o carteras. Por lo general, la música que suelen escuchar son piezas nada melodiosas, muy por el contrario, son como especie de discos rayados con un tun ton de principio a final, sin sentido como imagina uno deben ser sus vidas.