Hablar de la Casa de la Diversidad Cultural es hacerlo de Benito Irady y de una gestión gubernamental a su cargo, en el campo cultural, intachable, eficiente y llena de logros loables y positivos. El venezolano es muy dado a criticarlo todo pero le cuesta mucho reconocer lo que se hace bien hecho. Entonces ante la inocultable misión cumplida se impone el silencio y dejar pasar desapercibida la buena administración. En el ejemplo de la Casa de la Diversidad Cultural y de su Presidente se ha roto el molde y la revolución bolivariana puede sentirse satisfecha.
Ayer Herys Vallenilla, Carlos Pereira y yo fuimos a esa Institución a invitar a su Presidente a conversar sobre la diversidad cultural en un humilde consejo comunal de una pequeña comuna que es un punto ignorado, desconocido y precario incrustado en el Municipio Baruta, pero en cuyo centro de votación, una pequeña escuelita del barrio, el chavismo siempre ha ganado las elecciones con excepción del 6/12/15. El evento al cual invitamos es promovido por el Ateneo del Pueblo "Mario Briceño Iragorry" que es un grupo cultural comunitario nacido en la Comuna "Hugo Rafael Chávez Frías" de Baruta.
Nos aseguraron que si Benito Irady puede ir, según se lo permitan sus múltiples ocupaciones, nos podrá acompañar en el acto cultural programado. Este encuentro ocasional de una institución del Estado, dotada de todos los recursos para el cumplimiento de misiones superiores, con una pobre comunidad donde la palabra cultura es una utopía oculta en el reino de la ignorancia y la sumisión, significa un desafío de la revolución que puede ser plasmado, dibujado y graficado por el contraste entre la deslumbrante quinta Micomicoma y la vivienda popular urbana improvisada donde habitan, sin condiciones aptas para la vida digna y saludable, nuestras mayorías desposeídas.
La quinta Micomicoma es la mansión más representativa del "discreto encanto de la burguesía" en las décadas del 40 y 50 en Venezuela, 20 ó 30 años antes de la genial creación poética, surrealista y humorista de Luís Buñuel. Cosas de la vida, la familia burguesa que la habitó merece el reconocimiento por el cultivo del placer creador en las élites sociales de aquella época. Ahora está convertida esa exquisita obra de arquitectura de estilo neohispano, por la revolución bolivariana, en la expresión académica, científica y gubernamental más acabada de los poderes creadores del pueblo. La bella niña rica, descendiente de mantuanos y del linaje caraqueño más conspicuo, pero también provista de un talento cultural altamente refinado que es merecedor de los mejores elogios, sigue corriendo y saltando por los elegantes jardines señoriales de la suntuosa residencia, en las pisadas de los niños pobres que la visitan, hijos e hijas de padres explotados, humillados y ofendidos por el capitalismo salvaje.