Heme aquí con mi canana y un fusil, custodiando una fila larga de presos. Pasó de repente y no se cuando me pusieron frente a esta fila; la memoria se resiste a enseñarme ese momento. La vista me obliga a estar alerta. Estaba nublada, pero acudió a mí el imprevisto y traté de asumir mi nuevo yo. Veo en esa fila a Carlos Andrés, cagaíto, esperando alguna explicación. Le sigue Ortega, agarrado en cadena a los Fernández jugando a ponerse serios. La vaina se puso buena. No tengo memoria, pero están bajo mi poder; ese que comparto con esta fila de gente con caras comunes, todos armados y en espera de alguna orden. ¿Qué veo? Más allá, con un uniforme de gaiteros, están los de Primero Justicia regañando a un enano que resultó ser Carmona. Pérez Recao se engomina el pelo; quizás espera un interrogatorio. Rosendo trata de esconderse detrás de Lameda y Molina Tamayo se queja de no tener almidón para su trajecito blanco. Le volaron las caponas y el escudo y las medallas y la soberbia. González González y Medina Gómez están llorando. Creen que les toca paredón. Sonrío por su cobardía y miro al amigo que me acompaña. El cierra los ojos y suspira profundo. ¿Paredón? ¿Sí? – pregunto – Depende de nuestro sueño – me responde. No entiendo y me acuerdo de mi falta de memoria. Me hago cómplice de su tranquilidad y vuelvo a mirar la fila larga que tengo en frente. Allá está Lusinchi con la ropa ajada, la nariz roja y una carterita casi vacía. Se tambalea un poquito y recupera el equilibrio. A su lado, Blanquita, la innombrable, respinga la nariz hacia otro lado. Lusinchi le sisea algo y ella le grita ¡borracho!... No vale la pena seguir viendo. Recibo una orden sin voz. Todos al frente y alerta con el fusil. ¡CAMINEN!, ahora si escucho y me siento del carajo. Grito yo también un ¡CAMINEN! y casi con precisión militar, todos vista a la derecha, comienzan a caminar. Mi memoria no me termina de explicar que hago allí. Pero, ahora manejo mi deseo de culminar este episodio. ¡Por fin, carajo! – pienso – Se acabó esta vaina de soportar a estos vagabundos. Ahora veo más claro. Demasiado claro. Son dos filas; la mía y la de ellos. Nosotros vamos en silencio, alerta; la sonrisa no se nos borra, incluso, no se puede evitar. Sale del alma y proclama justicia. Ellos van en la otra fila y es más larga que la nuestra. Es una fila de cuarenta años con Miquelena haciéndola eterna. Es Bandera Roja muriendo de pena y unos sesenta que no fueron setenta y nunca llegaron a los ochenta y se disfrazan de noventa para no fenecer en el nuevo milenio. Esta fila: Pueblo. Aquella: Iniquidad. Esta fila: Los que nos negamos a seguir engañados y nos encontramos con una revolución multicolor nuestra y de nadie más. Nuestra ¡Carajo!. Aquella: Un desfile de muertos sin purgatorio que se encontraron con una revolución y no supieron asistir a su funeral. Veo a Rómulo, a Leoni, a Caldera... ¿Coño? ¿A Rómulo y a Leoni? ¿Pero estos carajos no están muertos?... Abro los ojos y estoy en mi cama viendo el techo. Acude memoria, recuerdos, lugar y todo de un solo coñazo. Son las cinco y huele a café; mi mujer aún no me lo trae a la cama. Voy al baño, orino, me afeito, me baño y me visto. Tengo urgencia por ver el sol saliendo. Café en mano, abro la puerta y me dejo acariciar por la brisa.
Un rayo de sol: La esperanza. Otro rayo: Mi fe. El color naranja se eleva: La justicia que ha de llegar. Todo está claro: Es un nuevo día que nos acerca a la victoria. Los sueños se harán piedra que no podrán quebrar. Todos seremos comandantes de mi patria que hoy se alza majestuosa en esta mañana que rescata mi fuerza. Veremos ese sol libre en los esteros, en las playas, en el pico que eleva por encima nuestra identidad y no tendremos dos filas, por que una ya no estará para seguir jodiendo.
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