"La Tierra estaba toda corrompida ante Dios y llena toda de violencia. Viendo, pues, Dios que todo en la Tierra era corrupción, pues toda carne había corrompido su camino sobre la Tierra, dijo Dios a Noé: "El fin de toda carne ha llegado a mi presencia, pues está llena la Tierra de violencia a causa de los hombres, y voy a exterminarlos de la Tierra". Génesis 6,11
Las dictaduras de nuestra América de los años setenta fueron recompensadas por sus ataques contra los pueblos por su política de apertura de fronteras con una concesión sistemática de préstamos (préstamos que se otorgaban pese a la persistencia de determinadas desviaciones con respecto a la ortodoxia de la Escuela de Gringolandia, como el continuado control estatal chileno sobre las mayores minas de cobre del mundo o la lentitud privatizadora de la Junta Militar argentina). Bolivia, como primera democracia en adoptar la terapia de shock en los años ochenta, recibió nuevas ayudas y vió condonada una parte de su deuda externa (y mucho antes de que Goni procediera con las privatizaciones de los años noventa).
El experimento de la Escuela (nazi-sionista-sajonizante) de Gringolandia ha estado salpicados constantemente por episodios de corrupción masiva y de colusión corporativista entre los Estados policiales y las grandes empresas, como bien muestran los ejemplos de los "pirañas" chilenos, las privatizaciones entre amigos de Argentina, los oligarcas de Brasil, el juego de trile que organizó Enron con la energía en Gringolandia o la llamada "zona libre de fraude". Lo que se busca precisamente con la terapia de shock es abrir una oportunidad para la obtención inmediata de enormes y lucrativos beneficios, pero no a pesar de las ilegalidades, sino, justamente, gracias a ellas. Toda aquella terminología de la era colonial resultaba perfectamente apropiada para la situación.
Para la teoría económica de la Escuela de Gringolandia, el Estadio es hoy una frontera colonial que los conquistadores empresariales saquean con la misma determinación y energía implacables con la que sus predecesores arrasaron con el oro y la plata de los Andes para llevárselo consigo. En su búsqueda insaciable de nuevas fronteras en el ámbito público para el lucro privado, los economistas de la Escuela de Gringolandia son como los cartógrafos de la era colonial, que tan pronto identificaban nuevas vías fluviales a través de la Amazonia como marcaban la ubicación de un supuesto alijo de oro potencial custodiado en el interior de un templo inca.
La corrupción ha sido un elemento tan habitual de estas fronteras contemporáneas como lo fue durante las fiebres del oro coloniales. Como los acuerdos de privatización más significativos se firman siempre en medio del tumulto generado por una crisis económica o política, no impera casi nunca en esos momentos un marco legislativo claro ni unas autoridades reguladoras efectivas: el ambiente es caótico y los precios son tan flexibles como los dirigentes políticos.
Chile y su economía se convirtieron de repente en uno de los tópicos de conservación habituales en el departamento de Economía. Todas las políticas de Chile se pusieron bajo el microscopio y se consideraron defectuosas: su sólida red de seguridad social, su proteccionismo de la industria nacional, sus barreras arancelarias, su control de precios. A los estudiantes se les enseñó a despreciar esos intentos de aliviar la pobreza y muchos de ellos dedicaron sus tesis doctorales a diseccionar las locuras del desarrollismo de nuestra América. Fue una forma desvergonzada de imperialismo intelectual. Han introducido en el pueblo chileno ideas que son completamente nuevas, conceptos enteramente ausentes en el "mercado de las ideas". "El propósito principal del proyecto" era formar a una generación de estudiantes "que se convirtieran en los líderes intelectuales de los asuntos económicos en Chile".
Pinochet facilitó el proceso de ajuste con sus propios tratamientos de choque, llevados a cabo por las múltiples unidades de tortura del régimen, y además técnicas de control infligidas en los cuerpos estremecidos de los que se creía iban a obstaculizar el camino de la transformación capitalista. Muchos observadores en nuestra América se dieron cuenta de que existía una conexión directa entre los shocks económicos que empobrecían a millones de nuestros pueblos y la epidemia de torturas que castigaban a cientos de miles que creían en una sociedad distinta. Como Eduardo Galeano se preguntaba, "¿cómo se mantiene esa desigualdad, si no es mediante descargas de shocks eléctricas?".
Gonzalo Sánchez de Lozada (Goni), el hombre de negocios. Tras su acceso al cargo de presidente del país a mediados de los años noventa, vendió la compañía petrolera nacional boliviana, así como las aerolíneas, en la liquidación total de Bolivia estaban Enron, Royal Dutch/Shell, Amoco Corp. y Citicorp, y las ventas fueron directas: las compañías extranjeras no tuvieron necesidad de formar sociedad alguna con empresas locales. "Lo importante es hacer que estos cambios sean irreversibles y conseguir llevarlos a cabo antes de que los anticuerpos hagan su aparición": así explicó el presidente Sánchez de Lozada su método de terapia de shock. Para asegurarse por completo de que tales "anticuerpos" no llegaran a tiempo para intervenir, el gobierno de Bolivia hizo algo que ta había hecho con anterioridad en circunstancias similares: impuso un nuevo y prolongado "estado de sitios" por el que prohibió toda reunión de tipo político y se arropó la autoridad de arrestar a todos los oponentes del proceso.
Aquellos fueron también los años del circo privatizador argentino, tristemente célebre por su corrupción, pero ensalzado como "A Bravo New World". Carlos Menem, el presidente "peronista" que había llegado al poder con la promesa de convertirse en la voz del hombre trabajador, fue quien estuvo al mando durante esos años practicando reducciones de plantilla en las grandes empresas y servicios de titularidad pública para venderlos posteriormente (los yacimientos petrolíferos, la telefónica, las líneas aéreas, los ferrocarriles, el aeropuerto, las autopistas, la red de aguas, la banca, el zoológico de Buenos Aires y, finalmente, correos y el plan nacional de pensiones). A medida que la riqueza del país era trasladada de ese modo al extranjero, los estilos de vida de los políticos argentinos se iban haciendo cada vez más fastuosos.
Los golpes de Estado, las guerras y las matanzas que han instaurado y apoyado regímenes afines a las empresas jamás han sido tachados de crímenes capitalistas, sino que en lugar de eso se han considerado frutos del excesivo celo de los dictadores, como sucedió con los frentes abiertos durante la Guerra Fría y la actual guerra contra el terror. Si los adversarios más comprometidos contra el modelo económico corporativista desaparecen sistemáticamente, ya sea en la Argentina de los años setenta o en el Irak, Siria de hoy día, esa labor de supresión se achaca a la guerra sucia contra el terrorismo. Prácticamente jamás se elude a la lucha para la instauración del capitalismo en estado puro. Bajo este prisma, la Escuela de Gringolandia y su modelo de capitalismo tienen algo en común con otras ideologías peligrosas: el deseo básico por alcanzar una pureza ideal, una tabla rasa sobre la que construir una sociedad modélica y recreada para la ocasión.
Esta ansía por los poderes casi divinos de una creación total explica precisamente la razón por la que los ideólogos de libre mercado se sienten tan atraídos por las crisis y las catástrofes. La realidad no apocalíptica no es muy hospitalaria para con sus ambiciones, sencillamente. Los creyentes de la doctrina del shock están convencidos de que solamente una gran ruptura —como una inundación, una guerra o un ataque terrorista— puede generar el tipo de tapiz en blanco, limpio y amplio que ansían.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!