"La fuerza del símbolo, no escapa a los tiranos." Mafesoly
En las últimas dos décadas, el imaginario colectivo de los venezolanos ha sido sensiblemente trastocado como consecuencia de los cambios que ha impulsado el gobierno nacional, no solo en su nomenclatura institucional sino también en su patrimonio simbólico. Como es del dominio público, se cambió la Constitución, el nombre del país, el valor y denominación de la moneda, se hicieron modificaciones al escudo, a la bandera, entre otros. Esto, como era de esperarse, suscitó las más diversas reacciones a favor y en contra.
¿Recuerdan cuando se develó el nuevo rostro de El Libertador, Simón Bolívar?. Para ese entonces, el presidente Chávez afirmaba con especial énfasis que aquella imagen representaba el verdadero rostro de Bolívar.
¿Recuerdan cuando el diputado Ramos Allup ordenó retirar la imagen de Chávez de la sala de sesiones del palacio legislativo nacional? El mandato también incluía el polémico rostro de Bolívar presentado por el gobierno.
En medio de la pugnacidad del momento, muchos se preguntaban: ¿para qué imponer un nuevo rostro del padre de la patria, tan distante de la imagen que siempre nos ha representado? ¿por qué el presidente del Poder Legislativo, con tantos problemas que afectan al país, se ocupó de algo sin aparente trascendencia?
Una lectura sobre las acciones de Ramos Allup conlleva a concluir que este, en forma deliberada, trató de neutralizar un símbolo profundamente significativo para el proceso político iniciado en Venezuela por Hugo Chávez. La retórica oficialista está impregnada de la fuerza simbólica del extinto comandante y haciendo ventajoso uso de los medios, ha incentivado el fervor hacia el carismático mandatario, y aún en las actuales circunstancias del país, a través del culto que le rinden sus seguidores, ha logrado sostener la escasa popularidad del gobierno. La invocación recurrente de su nombre en los discursos de los altos funcionarios, la difusión de imágenes, propagandas, canciones y videos se han traducido en la sacralización de su figura. Y precisamente ese liderazgo convertido prácticamente en deidad, es lo que configura ese profundo sentido de identidad con el ideario revolucionario. Expresiones que se van estableciendo como clichés y que son perfectamente útiles a los propósitos del gobierno: “Chávez es el pueblo”, “tú también eres Chávez”, “Chávez somos todos” son también parte del repertorio lingüístico gubernamental útil para mantener esa conexión con sus partidarios.
El presidente de la república no deja de incorporar en su discurso expresiones que fortalecen la confrontación entre oficialistas y opositores. Ese "conmigo o contra de mí” es lo mismo que decir: o estás con Chávez o estás en contra de la nación venezolana y apoyas la inherencia extranjera. Esa búsqueda de enfrentamiento recurrente es fundamental en la actual relación de poder. Venezuela está dividida entre los contras y los pro, los patriotas y los realistas, así, al mejor estilo del siglo XIX.
En esta disyuntiva intervienen de forma obligada, la oposición y la disidencia al poder establecido. De ahí que las acciones de Ramos Allup estaban plenamente justificadas para sus intereses. La intención era desaparecer, propinar un “duro golpe” al símbolo estratégico de la llamada revolución bolivariana, pues el vínculo principal entre el gobierno y la ciudadanía es el liderazgo que aún mantiene el ya desaparecido Hugo Chávez.
El gobierno logró afincarse en el padre de la patria, el líder del movimiento de independencia en Venezuela, representante del nacionalismo en nuestro país. El símbolo de la libertad y la soberanía. Un ícono que también se constituyó en el símbolo del movimiento Bolivar-200, organización que nucleó a los protagonistas del golpe de Estado del 4 de febrero de 1992, durante el gobierno del presidente Carlos Andrés Pérez.
El escenario político venezolano sufrió un estremecimiento con el advenimiento de un discurso patriótico fundamentado en el árbol de las tres raíces: Bolívar, Simón Rodríguez y Ezequiel Zamora. Es el cimiento de todo un conglomerado ideológico que categóricamente busca la identidad política de los sectores organizados, movimientos y partidos de izquierda. Esto provocó un vuelco vertiginoso en las actividades subversivas, y como consecuencia, se reduce un bastión estratégico, inclinándose a favor del proceso; los grupos revolucionarios se atomizaron, fortaleciendo el programa de gobierno representado por Nicolás Maduro.
Pero también se buscaba aglutinar el descontento de esa extensa porción de la población sistemáticamente excluida por las anteriores gestiones gubernamentales, y para ese propósito se impuso una oferta que sedujo a los sectores populares y la gran mayoría de los venezolanos. La propuesta de un modelo de gobierno participativo y protagónico, como fórmula retórica fue muy acertada y logró calar en los sentidos del venezolano, convirtiéndose rápidamente en un recurso simbólico del proyecto político revolucionario. El propósito, estratégicamente desarrollado, era atraer a los marginados del poder político y económico, para ponerlos al servicio de la nueva oligarquía política. Sin embargo, esto al poco tiempo se convierte en un canto de sirenas.
Los símbolos son necesarios en la vida social, y los que tienen control del poder político están plenamente conscientes de ello. De ahí, que en el juego del reparto del poder tengan parte fundamental. Es la representación lo que define un proyecto, lo identitario de los ciudadanos con el nuevo liderazgo y los nuevos objetivos a alcanzar desde el manejo del Estado. Lograr aglutinar el pensamiento social en una consigna y un personaje que llene de emoción y haga soñar en defender lo que se cree es justo, sobre todas las cosas, pase lo que pase, era la gran estrategia del recién instaurado modelo social y económico.
Volviendo a la inquietud inicial planteada en este escrito, una vez presentado el nuevo rostro del Bolívar, se despliega todo el mecanismo de difusión para consolidar el paradigma fenotípico surgido de los resultados de un estudio cuidadoso de la psicología social de los venezolanos. Se busca bajar la majestad del Libertador hacia el pueblo llano, "el amulatado", a pesar de su ascendencia europea. La tesis de un Simón Bolívar concebido por algunos historiadores, como resentido social acompasaba muy bien con el discurso ideológico del partido de gobierno. Aquí subyace el eterno error de pretender humanizar, discriminando el color de la piel, pues en determinadas cuentas, Simón Bolívar es motivo de discusión socio-histórica, respecto a su origen. El gran problema, en este caso, no es si era mestizo o blanco, lo relevante es su legado de desprendimiento para dedicarse a construir Repúblicas.
Las diferencias fenotípicas y la diversidad en el color de la piel forman parte de la naturaleza humana, y en Venezuela y gran parte del mundo, se combinan con los procesos históricos de la expansión territorial de las potencias de esa época (por ejemplo, España, Inglaterra, Francia).
En Venezuela se exacerbó el problema de las diferencias raciales y sociales, profundizando así las divisiones entre los ciudadanos. El discurso político terminó por abrir más la brecha entre los venezolanos y arraigar el odio entre los sectores en la sociedad. Política y económicamente, se crearon barreras entre una población tranquila, solidaria, con ricos y pobres, clase media, profesionales con movilidad social que convivían y compartían sin prejuicios. El odio racial y social era un extraño pasajero, un extremo en el país.
Venezuela atraviesa hoy uno de sus momentos más terribles y dolorosos. La igualdad pregonada desde hace veinte años se inclinó hacia la miseria. Se ha creado un desequilibrio estructural que conmovió los cimientos de una sociedad que mal o bien manifestaba sus alegrías y esperanzas.
Vale señalar entonces, que el poder simbólico del lenguaje de la causa revolucionaria que apasionó a un amplio sector de la sociedad, ha perdido efectividad en el tiempo. El impacto emocional del discurso centrado en la figura icónica de Chávez ha disminuido tanto como la calidad de vida del venezolano, que es ya una especie en extinción.