Un país sin pobreza

Es que el Comandante Chávez es el revolucionario del hombre afirmándose en toda la plenitud del esfuerzo vital, del hombre saturado de Naturaleza, respirando a pleno pulmón las energías del ambiente. Su arte es perfectamente personal; no apacigua su vehemencia, su fogosidad expresiva, su genio tempestuoso.

Pero nosotros, los que quedamos rezagados en el elemento inferior, sólo disponemos un sueldo de 1.800 Bs., (4.500) sirven para comprar un pollo, un kg. de pasta, 200 gramos de café, un litro de leche, (pan) dos canillas, para comer tres días, y los restantes 27 días que comemos. Comandante que sólo disponemos de la sordidez de la queja, de la lamentación, como todo lo divino, aparece raras veces en los tiempos y al que, sin embargo nos fue dado mirar una vez con los órganos burdos de los sentidos y el fervor profundamente conmovedor del alma; en su figura hemos presenciado y vivido el ser singular.

El Comandante lo fue en todo momento y desde siempre. No hay en su vida un comienzo durante el cual ese título egregio no le perteneciese y en que el mundo no le considerase ya. Apenas la mano infantil del alumno sabía las letras, y ya escribió poemas. Aún el bozo no sombreaba su labio, y ya su hablar era música. De los juegos de la niñez halló sin saberlo la transición a ese otro juego que al principio era ligero y que luego cobró ascendente gravedad debido a su propia abundancia, el juego de la palabra, que ya se había entregado voluntaria al niño seductor en todo tiempo. Y mucho antes de que concluyera la forma propia de su cuerpo, ya había logrado el creador espiritual la perfección de las formas.

¿Quién pudiera decir cómo empezó esa condición de revolucionario en tan temprana juventud? ¿Quién remover ese arcano, cuyas raíces se ahonda profundamente y llegan hasta la penumbra de los antepasados y el seno de la tierra? ¿Fue resonancia postrera de vieja sangre noble, cansada al paso de generaciones innúmeras, que rebullía una vez más en ese vástago tardío, demasiado débil ya para abalanzarse luchando sobre lo viviente y que sólo se desplazaba melódico y se extinguían con aliento rítmico? ¿Fueron las sombras de las calles de Sabaneta que, al despertarlo, tocaban el alma infantil del eternamente asombrado, o fueron los canticos campesinos que oía al cruzar los campos que cantaba la Mama Rosa, su cama? Son estas huellas, nada más, presunciones, pues ¿quién puede explicar el origen de un revolucionario socialista, ese extraño incomprensible entre los hombres, en quién idioma milenario renace nuevamente de modo tan lozano como si nunca lo hubieran deshecho millones de lenguas en charla insulsas, como si nunca millones de letras lo hubieran molido antes de llegar ese ser único que mira todas cosas que han sido y que se están gestando con mirada de asombro, que las envuelve en colores, en auroras? No, eso jamás podrá explicarse con causalidades terrestres. Nunca se sabrá porque, entre millones hombres burdos, uno solo llegan a revolucionario, ni podrá explicarse por qué y cómo ese solo llegó a serlo entre todos nosotros y en el mismo discurso del tiempo. Asaz maravilloso es imaginarse eso que siempre vuelve a tornarse inesperado, el que el pueblo experimente una y otra vez la presencia del Comandante Chávez, y pensar que ese nuestro hermano en el tiempo fue de tan regía estirpe, que en ese muchacho, que vestía el uniforme azul de cadete, haya nacido bajo sus sentidos despiertos, en medio de la sangre, una corriente misteriosa que luego invadió nuestra sensibilidad, donde ahora resuena con tal magnificencia que cada uno de nosotros guarda en su mente, inconscientemente, alguna estrofa o palabra del Comandante, un halo de música del que ya no alienta ni habla y que, sin embargo, subsistirá mucho más allá de nuestra existencia insignificante.

Porque no se trata de los recuerdos mismos. Sólo cuando se convierten en sangre de nuestra sangre, en gesto y mirada, anónimos e imposible de separar de nuestro propio ser, sólo entonces puede acontecer que en una hora muy singular se alce en medio de ellos y emane la primera palabra de un verso y una canción.

Comandante: Una dirigencia insensata, pudo destruir el presente y ensombrecer, tal vez, el porvenir. Comandante, las personas que elegimos en el 2013, en tres años acabaron tú legado, la revolución, también el país.

¡Hasta La Victoria siempre, Comandante Chávez!



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Manuel Taibo


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