La derecha suele transitar caminos rebosantes de cinismo

Todos los políticos son iguales. Como no hay diferencias, los míos no son peores que los de los demás. Si mi político roba, miente, defrauda y se ríe, me está diciendo: "¡Ánimo, ego te absolvo! ¡Pecad! ¡Robad! ¡Defraudad! Estáis ya perdonados". Como todo esto genera contradicciones, el modelo precisa enemigos para funcionar. Por eso demonizará siempre a algún grupo, al que necesitará dotar de mayor consistencia ideológica de la que realmente tiene. Si ellos se ven de derecha o de centro, necesitarán inventar una izquierda terrible, aviesa y encanallada, hermanada con todos los males, e intentarán identificarla con algún país en donde se hayan depositado todas las maldades. Las políticas públicas que proponga esa izquierda les resultan irrelevantes. Sus éxitos contra la pobreza, carentes de interés. Lo importante es saber que hagan lo que hagan lo harán mal y con malas intenciones. La derecha no lee los programas electorales porque no le hace falta. En el fondo no les molesta la ideología de la supuesta izquierda. La derecha puede planificar, nacionalizar, regular, ampliar derechos civiles.

Cuando la derecha está fuera del poder más tiempo del que le parece razonable, está dispuesta a romper las reglas del juego, algo que incluye en su forma extrema el golpe de Estado, pero también otras más sutiles e igualmente efectivas, tales como el acoso y derribo a través de sus medios de comunicación —que siempre son mayoría—, las falsas acusaciones ante jueces venales, la evasión de dinero, las amenazas de hundimiento económico, los ataques de la Iglesia —por lo general, católica—, las acusaciones de connivencia con el terrorismo, la compra de algún exizquierdista para que dispare a sus antiguos correligionarios o el señalamiento de los sin patria de la izquierda como la antinación que llevara a los verdaderos patriotas al abismo.

El pensamiento de la derecha ha tenido más fuerza en el desenlace final del siglo XX que el de la izquierda. La izquierda no entiende la ira del pueblo, mientras la derecha les da más argumentos para la rabia. Es la derecha quien organiza la iracunda y da los lemas que canalizan la rabia.

El orden de esta derecha se basa en el miedo y, por tanto, está lleno de represión. La propia represión —real o deseada— los hace ser inclementes con los que gozan de la libertad que ellos y ellas no se atreven a tener o tienen que fingir. Sienten fobia ante cualquier grieta en el edificio de su sumisión a un credo intolerante. En cambio, no hacen ascos a la televisión basura, porque entienden que eso forma parte del decorado de la democracia. Saben que tienen jefes (y parecen decir: lo bueno de tener un jefe es que no tengo dos) y exigen que todo el mundo esté sometido a alguien. Asumen que el mundo funciona mandando y obedeciendo y que esa posición en la escala social es natural. La manda Dios, las leyes del mercado o el orden social invariable desde la eternidad. Ese ha sido uno de los grandes errores de la izquierda, que resumía el filósofo Rorty: "Seamos capaces de aprender a salir adelante sin la convicción de que existe una realidad profunda —por ejemplo: el alma humana, o la voluntad de Dios, o el curso de la historia— que ofrece el punto de partida para una teoría omnicomprensiva y políticamente útil". A la derecha le han servido esas realidades absolutas. Salvo cuando han existido revoluciones.

La derecha, tiene una concepción antropológica pesimista. Considera que el ser humano es "un lobo para el hombre". Por eso, no duda en alimentar la parte más depredadora del ser humano siempre y cuando se convierta en una mercancía. Se trata de "capturar la rabia en el tablero de ajedrez del espectáculo". Pueden ofertar o consumir como productos de mercado vidas envilecidas dentro de una casa con cámaras funcionando 24 horas, venden sexo en todas sus zonas de despiece, y pornografía y fantasías eróticas donde, aunque no se falte a la Iglesia el domingo. Esa mercantilización de la vida genera una movilización constante de los valores de la derecha (cada vez que se mueve el mercado, se mueven ellos), mientras que la alternativa solo ha aprendido a movilizarse en la calle, algo finalmente descontado por el sistema.

La actual fase del capitalismo se basa en la competencia generalizada, relaciones mercantiles urbi et orbe el dinero, actuando como mediador universal. La crisis regresa a los lugares abisales del racismo y del patriarcado. Porque el racismo, el patriarcado, la guerra, son elementos que necesita el capitalismo para desarrollar su metabolismo. Como elementos culturales.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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