El mundo ya está acostumbrado a las canalladas, patanerías y ridiculeces de Donald Trump. Desde empujar groseramente a un jefe de estado del G20 para ponerse él al frente de la foto, hasta hacer la guerra comercial a sus propios socios europeos, amenazar con un bombardeo nuclear a Corea del Norte y limpiarse el paltó con los acuerdos dificilísimos de alcanzar en relación con Irán y con Cuba firmados por su antecesor en la Casa Blanca. Trump se ha hecho tristemente famoso por negar la existencia del cambio climático, quitarle la cuota presupuestaria a la ONU, decirles a sus socios de la OTAN que se bajen de la mula porque ya él está cansado de que USA pague todo, retirar a Estados Unidos del Tratado de Libre Comercio Transpacífico, reinstaurar el proteccionismo en plena era de la globalización y, por supuesto, repotenciar la doctrina Monroe, el destino manifiesto y el macartismo en el continente americano.
Todo ello aderezado nauseabundamente por su abierto machismo, racismo y xenofobia, que empezó esta última con la pretensión de expulsar del territorio estadounidense a miles de estudiantes de doctorado de origen musulmán y, por supuesto, su pertinaz insistencia en el levantamiento de un muro a lo largo de toda la frontera con México (naturalmente, mediante las empresas constructoras de su propiedad). E igualmente aderezado de manera pintoresca por sendos escándalos de canitas al aire con prostitutas a las que obligó a firmar acuerdos de confidencialidad que estas no respetaron y, claro está, el escándalo de la injerencia de Rusia y utilización de los servicios de inteligencia del Estado para favorecer su campaña electoral, por la cual pesa sobre este connotado personajillo una permanente amenaza de impeachment, que no ha podido evadir ni siquiera sobornando a sus propios abogados y jefes de campaña para que mientan descaradamente ante el poder judicial del coloso del norte. Sin mencionar, dicho sea de paso, la grosera condonación de las deudas que sus empresas y las de sus familiares y relacionados mantenían con el Estado. Algo que, por ejemplo, también hizo su compinche Macri en Argentina apenas asumió la presidencia.
Muy al clásico estilo del pistolero gringo que se la pasa metido en un bar, libando de lo lindo, jugando al póker y otros juegos de envite y azar, apostando, rodeado de prostitutas y jalabolas y con el revólver presto para asesinar de un plomazo al primer contendiente que descubra sus trampas con las cartas; pendiente de ir al día siguiente a robar, asaltar y ultrajar al prójimo, para así tener el dinero necesario con el que poder pagar para tener sexo. En pocas palabras, el ideal del macho norteamericano, tantas veces imbuido en nuestras mentes por la industria hollywoodense del lavado de cerebros, en miles de westerns, todos cortados con la mismita tijera.
Como buen jugador de póker –que debe serlo- Trump es un especialista en bluffing. Hacer creer al oponente que va a hacer algo o que tiene algo bajo la manga que en realidad no va a hacer ni tiene. Allí está Kim Jong-un para testimoniarlo, pues el programa nuclear y misilístico de Corea del Norte sigue viento en popa, pese a las amenazas y farsas circenses de Trump. Y allí está China, a pesar de las bolserías arancelarias con las que Trump, fiel a su estirpe pendenciera, ha agredido a su principal socio comercial en Asia. Incluso su pírrico bombardeo de una noche en contra de Siria, fracasó estrepitosamente frente a las baterías antiaéreas rusas de antepenúltima generación. Y como ya estaba ebrio de arrechera, igualito que el pendenciero en el bar después de libarse medio litro de mal whisky y dos horas perdiendo en el juego de póker, le dio por lanzarle la "madre de todas las bombas" al paupérrimo pueblo desértico de Afganistán, donde con ella no mató ni un cactus, porque ya no quedan ni siquiera vestigios de plantas xerófilas por aquellos lares. Y con eso hizo que el mundo entero conociera con asombro y admiración al "padre de todas las bombas", de fabricación rusa, al que sin duda alguna le ronca el mambo.
Una pésima política epiléptica exterior. Eso es lo que le ha dado el cow boy Donald Trump a su país y al mundo.
Me imagino que de tanto rumiarse los fracasos –porque el ridículo ya está acostumbrado a hacerlo con sus bravuconadas, sus gesticulaciones grotescas y su corte de cabello- ahora le ha dado por agarrarla con Venezuela. Un pequeño y noble país de América del Sur que no se mete con nadie e incapaz de hacerle daño a una mosca. Al mejor estilo del típico sometedor que se las da de machote en el high school, apabullando y haciéndole bullyng a cuanto buen estudiante se le cruza en el camino, rodeado como siempre por el grupito de jalabolas y las pichoncitas de prostitutas. La estadounidense réplica juvenil contemporánea del consabido bar del Lejano Oeste y del nigth club propiedad de algún mafioso narcotraficante donde es impelable la escena de violencia y muerte por deudas de juego y broncas por drogas.
A lo mejor lo que Trump quiere es otra noche alocada lanzando en contra de la cuna de los libertadores de América una andanada de misiles que irán a estrellarse contra las excelentes baterías antiaéreas rusas, desplegadas por la Fuerza Armada Nacional Bolivariana en toda la geografía del país. O tal vez intentarlo de nuevo con la mamá de las bombas a ver si mata con ella algún chigüire.
Como no se atreve a otro fracaso -de esos de los suyos- es comprensible que esté bien comedido con aquello de la "opción militar sobre la mesa" y entonces, tal y como el ebrio que sale expulsado por la puerta del bar con una patada en el trasero y le da entonces por robarse el caballo del que lo acaba de lanzar a la calle, vemos al patético de Donald Trump robándose los activos de la República Bolivariana de Venezuela que están instalados en territorio estadounidense… ni de vainita viene a hacer lo mismo en el territorio soberano de la Patria de Bolívar.
Y no lo hace, primero, porque Venezuela no es manca. Sobre nuestros hombros reposa el legado de los guerreros más grandes que ha parido el continente americano. Además, tenemos el equipamiento militar ruso de última generación, una Fuerza Armada Nacional Bolivariana altamente entrenada y moralizada y con casi dos millones de milicianos armados, entrenados e ideologizados, amén de la Unión Cívico-Militar capaz de activar factiblemente una estrategia de "guerra de todo el pueblo". No hay que olvidar que la mayor parte de nuestra historia patria hemos vivido una guerra tras otra. A nosotros nadie nos regaló la independencia, la conquistamos peleando y arrebatándosela al imperio más grande de todos los tiempos, aquel donde nunca se ocultaba el Sol. Y después vinieron los caudillismos, la Guerra Federal, el Bloqueo Naval, las guerrillas… En fin, un pueblo acostumbrado históricamente a la guerra. Por otra parte, la geografía venezolana no son los desiertos de Oriente Medio y el Norte de África. Hasta las anacondas y los zancudos obrarían a nuestro favor para repeler al invasor gringo y sus mercenarios regionales.
Hablando de estos últimos, cabe señalar que el descontento popular en Argentina, Brasil, Perú, Colombia es elevado y ante un eventual conflicto bélico contra Venezuela, seguramente los pueblos no apoyarán a sus gobiernos apátridas y lacayos en esa aventura. La guerrilla se reavivará en Colombia. Los movimientos sociales de base, los Sin Tierra de Brasil… Se puede prender el candelero en toda Sudamérica y Centroamérica. Ciertamente, esto se puede convertir en un nuevo Vietnam, solo que a escala de un continente entero. Por supuesto, Rusia, China, Irán, Corea del Norte, entre otros, alimentarán con armas y municiones a las fuerzas populares revolucionarias que se levanten. Cuba hará lo propio con toda su experiencia histórica en este tipo de luchas. Difícilmente Duque se atreva, con la bajísima popularidad que tiene, ni Bolsonaro, a pesar de sus vociferaciones fascistas.
Entre ambos bandos, la diferencia histórica la marca lo que ha sido nuestra gloria y nuestra dignidad. Somos el pueblo de Bolívar, Zamora, Castro y Chávez. Somos libertadores, emancipadores. En cambio ellos son el saqueo, el pillaje, la expoliación. Nosotros somos la antítesis de todo eso. En verdad, somos el bien contra el mal.
Pese a la manipulación mediática goebbeliana, lo cierto es que Maduro no es ningún represor ilegítimo. Debemos recordar los resultados electorales. Con un porcentaje de votación sobre el padrón electoral de 31,7% Maduro ganó con el 67,8% de los votos válidos el pasado 20 de mayo de 2018. En cambio, con un porcentaje de votación sobre el padrón electoral de 27,3%, Trump ganó con el 46% de los votos válidos. Macri y Piñera y el ex Santos se ubican por debajo de Trump… Tras seis años de gobierno y con los efectos nefastos de la guerra económica en contra de nuestro país, cabía inclusive esperar un considerable desgaste de la popularidad de Nicolás Maduro, lo cual no ocurrió y constituye de por sí un auténtico milagro político.
Lo que pasa es que el Presidente no es responsable de la guerra económica, ni del acoso permanente de USA, ni de las canalladas que a diario nos hace el gobierno colombiano favoreciendo el contrabando de extracción y el ataque a nuestra moneda. Entre otros muchos dardos que por todas partes y a toda hora le lanzan al gobierno bolivariano para deponerlo por las vías de hecho. El pueblo venezolano, evidentemente, está bien claro en esto. De allí la contundente demostración de fuerza de las filas revolucionarias en apoyo al Presidente, la defensa de la Patria y nuestra franca y frontal condena a las injerencias imperiales. Se ha demostrado, una vez más, el apoyo popular a la Revolución Bolivariana y al Presidente Constitucional de la República, Nicolás Maduro.
El gobierno bolivariano es humanista, respetuoso de los derechos humanos, solidario con todos los pueblos, inclusive los de los países que hoy nos adversan. Por eso la inmensa mayoría del mundo entero nos apoya y reconocen la legitimidad del Presidente Maduro. En cambio, Trump ataca a sus propios aliados subiéndoles los aranceles y haciéndoles guerras comerciales, y esos arrastrados siguen apoyándolo como amo del mundo. Vaya usted a saber las amenazas y chantajes a los que el pendenciero de Washington sometería a esos países para que actúen de manera tan servil. Llaman la atención, no obstante, los casos de Italia y, ahora también, de Alemania y Austria, ninguno de los cuales se ha prestado para apoyar la farsa grotesca de Trump y su títere Guai Dog. Al parecer, quieren ahorrarse la deshonra de quedar como los vasallos de un patán delirante como Donald Trump.
Está clarísimo que tanta alianza de las potencias occidentales en contra de la Revolución Bolivariana demuestra su fuerza y el peligro que representa para el gran capital mundial, una piedra en el zapato para los grandes intereses mundiales de la acumulación capitalista. Si Venezuela sale airosa de esto, ello será un oxígeno para las luchas populares a nivel mundial, convirtiéndola una vez más en un fuerte ejemplo y en un faro para impulsar la derrota de la restauración de la derecha neoliberal en América Latina, algo que sin duda está próximo a ocurrir.
El chavismo está más vivo que nunca. Los medios de comunicación con todo su poder económico y de desinformación no han podido doblegar la conciencia del pueblo revolucionario y no podrán, porque este es un pueblo que entendió. Que le puso rostro al enemigo a vencer, que no es otro que la oligarquía que nos ha oprimido, explotado y dominado por tantos años. Aquí nadie se rinde. Es nuestro deber con las generaciones futuras.
¡Chávez vivirá mientras el pueblo luche! ¡Que nadie se equivoque, Maduro no está solo! ¡Aquí hay un pueblo en franca resistencia y en lucha! ¡Hasta la Victoria siempre! ¡O hay patria para todos o no habrá patria para nadie!