Voy a tratar de resumir los escenarios políticos posibles en la Venezuela de hoy y, quizás, me atreveré a establecer algún orden de probabilidad de ocurrencia. En cualquier caso, debo recordar que los hechos políticos, como hechos sociales que son, no siguen una rigurosidad en su ocurrencia, pues no están sometidos a leyes como las que imperan en la física y demás ciencias naturales. Con esto quiero decir que no todas las posibilidades tienen las mismas probabilidades de ocurrencia.
El dramático apagón nacional recientemente habido nos puede ayudar a establecer el agrupamiento de la población en tres sectores claramente definidos, lo que no significa que no haya otros en los que se compartan características de los tres principales.
Un sector considera que todo lo ocurrido es producto de un sabotaje organizado y dirigido desde EEUU, por lo que no existen responsabilidades gubernamentales de ningún tipo. Ésta es la tesis central del gobierno y hacia allí ha dirigido todo su poderoso aparato propagandístico.
Un segundo sector, en el otro extremo, considera que, independientemente de que el sistema eléctrico nacional se encuentra muy deteriorado, no hubo un colapso del mismo ni tampoco ningún sabotaje, sino que todo ha sido preparado por el gobierno para desmovilizar a la oposición, crear más terror y desesperanza en la población y debilitar fuertemente las políticas de la Asamblea Nacional, encabezadas por su Presidente Juan Guaidó. Se trataría de la simulación de un sabotaje, que le permite al gobierno además torpedear la política agresiva de Trump y desembarazarse de las responsabilidades por su caótica administración del sector eléctrico.
El último grupo, incluye a los venezolanos que opinan que se trató de un colapso, más que anunciado durante años, del sistema eléctrico del país, ante la corrupción desatada, la desinversión, la falta de mantenimiento, el vandalismo y la progresiva pérdida de personal altamente capacitado y con gran experiencia. No hubo un saboteo como el señalado por el gobierno, tampoco fue una puesta en escena para desmovilizar a la oposición, aunque Maduro y Guaidó lo utilicen en función de sus intereses.
Personalmente diría que la mayoría de la gente está alrededor de la opinión del último sector señalado: fue un colapso eléctrico nacional, que no niega acciones y simulacros de sabotaje alrededor del mismo, tanto efectuados por la oposición extremista como por el gobierno. Que no niega saqueos espontáneos ni inducidos, ni tampoco la ocurrencia de protestas legítimas u organizadas en forma violenta, pues todo ello permite reprimir “justificadamente” y permite también, “justificadamente”, acusar a quien reprime. Todo ello dentro del juego malévolo en que nos encontramos.
La definición de estos tres sectores nos orienta en relación a las posiciones políticas de los venezolanos, y claramente significa la existencia de una mayoría contraria a las acciones del gobierno. Pero el desarrollo político va un poco más allá de esto. Noto que el tiempo conspira abiertamente contra la política de Guaidó y la AN, por lo que el gobierno está jugando al desgaste y a la intimidación, como siempre lo ha hecho, en espera de que ocurra lo mismo que ocurrió con la Plaza Altamira y con las guarimbas.
La agudización de la represión gubernamental es de esperarse, como lo indican el asesinato del ingeniero de CORPOELEC Ángel Sequea Romero, otras muertes ocurridas, los múltiples secuestros y hostigamientos de periodistas y trabajadores, el encarcelamiento de quienes protesten, las destituciones de empleados que denuncien la crítica situación de los servicios, como la del colega Neomar Balza; los allanamientos nocturnos y las amenazas habidas. Adicionalmente el terror creado por las cobardes acciones delictivas de grupos paramilitares contra la población. Pareciera que la mafia en el poder está dispuesta a todo con tal de mantenerse.
Pudiéramos entonces llegar a un estado de equilibrio siniestro, que impide avanzar en la solución de la crisis, al encontrarse las fuerzas en pugna en condiciones equivalentes y sin capacidad para finiquitar el enfrentamiento a corto plazo mediante la derrota del adversario. Se trataría de una etapa con picos frecuentes de violencia, protestas sociales airadas y permanentes, represión desmedida, daños cada vez más graves generados por el bloqueo económico y la negligencia del gobierno, mayores penurias para la gente que las vividas en la última semana, ante la indolencia de unas mafias interesadas sólo en el control de la teta petrolera.
Otro escenario sería el de la salida de Nicolás Maduro por la acción de fuerzas políticas y militares de su entorno, que ha sido estimulado interna y externamente sin éxito alguno hasta ahora, o su salida a través de una invasión militar extranjera, estadounidense o multilateral, que es difícil de predecir temporalmente, pues los agresores nunca van a avisar cuando decidan realizarla.
Allí está, sin embargo, como una espada de Damocles y pudiera tener como horizonte temporal el inicio de la campaña electoral para las presidenciales de EEUU.
El último escenario posible se produciría si la política de Guaidó pierde fuerza, se reducen las movilizaciones de calle en número y en cantidad de asistentes, la presión internacional no va en lo inmediato más allá de las sanciones económicas y se agudizan los enfrentamientos dentro de la dirección política de la AN, hasta ahora opacados por los éxitos obtenidos.
En ese momento podría aparecer el escenario del diálogo y la negociación, una vez aislados los grupos extremistas en ambos lados, o pudiera imponerse la tesis extremista gubernamental de “caída y mesa limpia”, lo que reiniciaría el ciclo ya vivido.
Mientras tanto, se profundiza el sufrimiento del pueblo venezolano.