Conmoción electoral

Las jornadas electorales en Venezuela implican una considerable
movilización colectiva que incluye a la Fuerza Armada Nacional a través del
Plan República; la ocupación de planteles escolares con la subsecuente
suspensión de clases durante varios días y el reclutamiento de centenares de
miles de funcionarios temporales que se desempeñan como miembros de mesas.
Por lo demás, periodistas, observadores y demás entrometidos llegan por
carretadas de todas partes del mundo. Equivale a un cataclismo controlado,
por fortuna sin deslaves, inundaciones o temblores de gran intensidad y con
menos víctimas que lamentar.

La fecha seleccionada siempre cae en domingo por ser día feriado o
no laborable, pero, además, las autoridades excitan a los empleadores a dar
el día libre para que los asalariados sufraguen.

Se llega al extremo de suspender la venta de bebidas alcohólicas.
La propaganda electoral se prohibe dos días antes del acto comicial y las
reuniones públicas, manifestaciones o caravanas bullangueras se consideran
delictivas. Las relaciones íntimas están permitidas siempre y cuando no haya
gritos o quejidos lascivos que se presten a confusiones. Las orgías son mal
vistas si incluyen más participantes de la cuenta.

A decir verdad, somos un pelín exagerados. En los Estados Unidos,
por ejemplo, la votación tiene lugar un día cualquiera en horas de trabajo y
a ningún patrono se le pide que tolere el ausentismo laboral. Se trata,
claro está, de la patria del capitalismo, donde primero están las ganancias
y después todo lo demás. La gente de casualidad se da cuenta que se está
efectuando una elección y muchos ciudadanos ni se llegan a enterar. El
sistema procura hacer el menor ruido posible, no sea que los negros, los
latinos y otros miembros de la pobrecía se antojen de participar en el
asunto.

Últimamente la moda en las elecciones venezolanas consiste en
denunciar de antemano un fraude y, días antes de la votación, salen
comisionados a acusarnos ante el Papa, la Comunidad Europea, la OEA y la
ONU. Algunos solicitan, incluso, la invasión preventiva a cargo del Comando
Sur de los Estados Unidos para evitar que la patria sea tomada por
ideologías extranjeras. Son los más nacionalistas.

La acusación de mayor peso va contra las máquinas captahuellas que,
según dicen, están destinadas a sembrar terror entre los electores. Los más
devotos se persignan antes de exponer el pulgar a los efectos de un aparato
que nadie sabe con exactitud para qué sirve, pero que muchos consideran un
artilugio diabólico.

Si se trata de la primera vez que va a votar, no se preocupe. Son
muchos los rumores y leyendas que circulan sobre este acto perfectamente
natural. Que si duele mucho, que si es algo sucio y que si quedará para
siempre en una lista secreta. Todas son paparruchas.

Para empezar usted es mayor de edad y lo hará en privado, a salvo de
miradas indiscretas. Por lo demás, no tardará más de tres minutos, a menos
que le dé pánico en el momento crucial. En ese caso alguna persona de la
mesa le podrá prestar ayuda. Lo malo es que le embarrarán el dedo, pero en
otros casos suceden cosas peores.

En lo personal confieso que he votado y lo seguiré haciendo mientras
pueda. Lástima que sea una sola vez cada dos o tres años.

augusther@cantv.net



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Augusto Hernández


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