Cito a Don Mario Briceño Iragorry: “Es la misma estirpe subterránea de especuladores que de generación cambian de nombre y de librea. Ayer lucraban con modestos peños, hoy gobiernan la bolsa. Ayer eran obscuros regatones, hoy son banqueros graves. Ayer traficaban con el enemigo, hoy nos arrancan para su medro la misma fe en la vida social”.
Miren ustedes cómo se cambia hasta el propio tono de la política de la burguesía. Examinemos las ideas que se han puesto a rodar sobre tapete de la discusión pública. Tenemos fe en que algo bueno puede pasar en el pueblo. Se han llamado ideas nuevas. Se han lanzado slogans capaces de fecundar las conciencias timoratas. Del símil ha hecho uso alguien antes, pero viene al propio el repetirlo. Las ideas, una vez echadas a rodar, hacen la bola de nieve. Crecen, crecen, crecen, Y nosotros estamos frente a ideas nuevas.
Se teme al socialismo desde posiciones aún contradictorias. No es enemigo de una sola faz. Tiene las faces de quienes se consideran por él perjudicados. Para nosotros representa una filosofía que mira el problema teológico de la vida de distinta manera a la que nos ilumina la fe. Es problema de raíz y conceptos fundamentales. Es problema de soluciones últimas. No se es socialista y cristiano a la vez, así se admitan muchos argumentos y formulas del socialismo por su contenido positivo en la solución del fenómeno social e histórico. El socialismo, desde este punto de vista filosófico, es una doctrina para ser discutida en los medios de comunicación, en la calle y en el libro. Pero, a más de esto, el socialismo es un sistema político. El socialismo representa una teoría del Estado fundamental en el hecho económico. El socialismo propugna cambios externos que van de lleno a la destrucción de los viejos sistemas de explotar el trabajo del pueblo trabajador y de gozar los bienes de la naturaleza. Al antisocialismo sistemático le espanta principalmente este aspecto real del socialismo, mucho más que sus propios medios y teoría, por cuanto sabe que la prédica de la revolución la hace fecunda la comprensión negativa del hecho social. Y el hecho social existente, y que él práctica, es una negación de la justicia. Si hubiera sobre el campo del pueblo una siembra de realidades, nada vendrían a mejorar las promesas de la revolución. La revolución la predica el socialismo, pero la hace el capitalismo. El odio lo surge de la sola agitación de los líderes. El odio lo engendra la injusticia reinante en el medio social. La gente, que viven en “ranchos” y bajo los puentes de la ciudad, y que para vengar su indefensión económica odian a los que pasan sobre ellos derrochando fortunas, no han sido llevados a ese extremo por la táctica de los agitadores, sino por el error y la injusticia de las clases que detentan los instrumentos de producción.
Asentados estos hechos, podemos concluir en que ningún peligro representaría la libre propaganda socialista, si ésta no hallase el hecho negativo que la hace fecunda. No piensan así los que están obligados a realizaciones positivas que implican renuncia de privilegios. Ellos se niegan a que sea libremente propagado el socialismo no porque éste vaya contra las esencias del espiritualismo, sino por el deseo de mantener en el tranquilo goce de las ventajas que han venido disfrutando al amparo del vejo orden, que aquél ataca.
¡La Lucha sigue!