“El anuncio de desastres sin solución política es una forma inadvertida de conservadurismo. La fuerza del capitalismo asombró incluso a Marx. No se deja ver, pero su metabolismo es subversivo: el capitalismo no funciona si no es “revolucionando permanentemente los instrumentos y medios de producción y con él todo el régimen social”. El capitalismo funciona a golpe de crisis y las crisis son contrario al socialismo. Apenas nos entrega paréntesis de bienestar. Hemos vivido en un paréntesis que se está abriendo hacia el abismo. No tiene sentido que nos indignemos con el auge de la extrema derecha si no vemos que es la continuación necesaria de aquel recorte en el Estado social, de aquel donde se humillan al pueblo, de aquella en nombre de la maldad de lo público”.
Ese sesgo inscrito en el Estado que favorece a sectores privilegiados en forma de beneficios de clase, género y raza no vale cuando se quiere usar desde fuera de esos sectores. Por ejemplo, usando los canales del partido para establecer redes de corrupción. En estos casos, se puede participar del tramo final —la financiación—, pero no se tienen todos los demás canales que logran la impunidad, especialmente los judiciales y mediáticos de manera que el riesgo de fracaso es muy grande (hasta ver todas las acusaciones de corrupción, reales y falsas, que reciben el gobierno).
La suma de los pensamientos de todos forma la opinión del pueblo. De allí que aquí vengan la sentencia del Libertador, expresada en misiva al general José Antonio Páez (1790-1873) el 19 de abril de 1820: “el que manda debe oír aunque sean las más duras verdades y, después de oídas, debe aprovecharse de ellas para corregir los males que producen los errores”. No se trata aquí de condenar sino de advertir. De ayudar al gobierno a ver las equivocaciones y corregirlas. A la búsqueda de su estabilidad, a su conservación e incremento, como el modo de vida que los venezolanos todos elegimos, el cual hemos sostenido con nuestro voto y adhesión van dirigidas estas observaciones en horas de intensa tensión. Como en las más intrincadas encrucijadas de la nación, como en 1810, como en 1830, como en 1846, como en 1870, como en 1897, como en 1936, como en 1945, como en 1958, como en 2002, como en 2013, dirigimos este llamado para que la mesura y la calma vuelvan, para que se imponga la prudencia y se tomen las medidas que el momento pide y el pueblo urge.
Cuando el pueblo habla, y lo hace una y otra vez, cada hora, en cada encuentro con otro igual, expresa su desacuerdo y sus tensiones. Por ello debe ser escuchado. Si no, podrá tomar el sendero del despeñadero. En él se perderán veinte años de desarrollo social. Y como experiencia en el camino de un pueblo es mucho tiempo, en alternativas. Más negativas que positivas.
No existe un actor responsable del proceso negativo en el cual se ha encontrado Venezuela. Si bien es posible ubicar los actores del proceso e inclusive demostrar que intencionalmente o no muchos se beneficiaran hasta la corrupción del mismo, no es posible endilgarles la culpa a dichos autores de un proceso que los trasciende.
Esta escisión entre el esfuerzo y el logro conduce a dos comportamientos adicionales, la pasividad y el consumismo. La pasividad, pues no se entiende que es necesario activarse en un esfuerzo para poder obtener las metas de bienestar o riqueza deseadas; consumismo, porque ni se conoce la importancia de la producción ni se valora el producto obtenido, simplemente esa tendencia propia del capitalismo contemporáneo se agudiza en todos los sectores sociales, pues es la manera como se entiende que llega la riqueza petrolera, es una situación donde hay consumo sin producción.
Solamente cuando como pueblo aprendamos a establecernos metas sucesivas y acumulativas en el tiempo, y las unamos en una propuesta sólida y colectiva a decisiones sobre el dilema de siempre, estaremos en posibilidad de hacernos una política de futuro.
¡La Lucha sigue!