Debemos perdonarle a López Contreras que creyera que Rómulo Betancourt podía ser revolucionario y comunista. Jamás podía imaginar entonces que bajo los gobiernos presidios por él sería precisamente cuando empezó afirmarse y desarrollarse el incipiente capitalismo venezolano y penetró en el país, como río en conuco, el gran capital internacional. Al principio para la explotación y comercialización directa, y luego en la moderna y menos riesgosa forma del préstamo bancario. Es a apartir de 1945 cuando las puertas de Venezuela se abren de par en par para el capitalismo foráneo y se expande en forma espectacular no sólo en el campo petrolero que ya dominaba, sino en todos los demás aspectos de penetración imperialista.
Rómulo Betancourt era un "lacayo al servicio del imperialismo" y que propugnaba esa nueva modalidad de colonización como forma de afirmarse en el poder. Betancourt, no hacia otra cosa que adaptarse a los nuevos tiempos del capitalismo transnacional. Lo único evidente es que Betancourt en Venezuela, como Haya de la Torre en el Perú, ya no eran los intransigentes antiimperialistas de la preguerra, y no lucharon por impedir tal penetración. Enfrascados en la lucha política local, tampoco supieron dar talla para sacar un mejor provecho de la situación mundial e impedir ciertos aspectos de consumismo y transculturización que impregnaron indeleblemente nuestra sociedad.
Cuando en 1941 asciende Isaías Medina Angarita, se abren perspectivas verdaderamente novedosas en cuanto a amplitud de miras, pero no así referente a posibilidades económicas, en vista de estarse agravando el conflicto internacional. Ahora ces todo subterfugio en la aplicación de las leyes. Todos los venezolanos pueden reincorporarse a su Patria. Por primera y única vez en la historia del país, no se encarcela a nadie arbitrariamente, cesando los maltratos policiales. Al fin, en la accidentaria historia de Venezuela no hay exilados políticos, esa pena que, aunque transitoria, siempre ha dividido a los venezolanos.
Se legalizaron todos los partidos políticos que así lo solicitaron y siguiendo la corriente universal originada durante la Segunda Guerra Mundial y la alianza de las potencias occidentales con la Unión Soviética, hasta el Partido Comunista gozó de libertad y se incorporó a la actividad política nacional. Su internacionalismo se camufló con nacionalismo antiamericano, y su jefe máximo. Gustavo Machado, dejó de llamar a nuestra bandera "el trapo tricolor de las burguesías venezolanas". En el campo de las realizaciones y con los límites impuestos por la conflagración mundial, se continuó creando la infraestructura del país para su desarrollo y progreso ulterior.
La ruptura del ordenamiento institución iniciado por López Contreras y continuado por Medina Angarita no solamente se reflejó en el aspecto jurídico y político de la nación, sino en todos los aspectos de la vida social y urbana. López Contreras empezó por hacer un inventario minucioso del país que recibía, para lo cual contrató técnicos extranjeros que vinieran a efectuar el primer censo nacional de la República, después de los muy deficientes realizados en el siglo XIX. Además, con un meritorio interés y previsión de la forma de vida ciudadana, quiso dejar sentadas las pautas que regirían el desarrollo armónico de Caracas.
El eje del desarrollo lo inició Medina con la urbanización de El Silencio y la Avenida Bolívar, prolongándose por el Bosque de los Caobos, Sabana Grande y Chacao. Todavía hoy, aunque en forma anárquica y perniciosa, tal idea continuó siendo el nervio central del desarrollo de la ciudad. Ese armónico plan fue descontinuado por los gobiernos sucesivos y se permitió que la ciudad creciera en forma desordenada hasta constituir el conglomerado desagradable, atosigante y confuso que hoy sufrimos.
El golpe de octubre restableció la tendencia liberaloide. Este encontró en los militares un equiparamiento de ambiciones de un idéntico estamento marginal de la sociedad. Pero era un liberalismo de alpargatas. No eran personas verdaderamente cultas y preparadas quienes iban a asumir el poder y sustituir a la vieja aristocracia. De estadistas no tenían ni un pelo y muy pronto lo demostraron con el fracaso durante el trineo de su primera gestión.
A partir del 24 de noviembre de 1948 los militares reaccionaron contra esa mediocridad y echaron mano de personas prominentes de la vida civil, de filiación marcadamente independiente. Gracias a ellos pudo revertirse la decadencia, pero no fue suficiente para formar una clase administradora destinada a sustituir a los militares y sus asociados civiles cuando llegara el momento.
"Con esa perspectiva es que podemos entender lo sucedido en octubre de 1945 y luego en enero de 1958. Consideramos que los autores, tanto militares como civiles, actuaban bajo las mismas premisas de cambio. Con la diferencia que la visión de un Carlos Delgado Chalbaud y Marcos Pérez Jiménez era más ambiciosa, más realista, que la de Rómulo Betancourt y Rafael Caldera. Estos estaban apegados a teorías, no diríamos que utópicas, sino no cónsonas con el momento vivido en el país. De esa dicotomía de la realidad derivó el hecho incuestionable de la transformación del medio físico y humano, el forjamiento de una estructura material que prometía grandes logros, alcanzada por los militares en 10 años, en comparación con la frustración y el fracaso de los 33 años de regímenes democráticos".
¡La Lucha sigue!