"La ciencia política hegemónica ha sido construyendo el actual modelo, caracterizado por el control político de todo el sistema por parte de los partidos, la ausencia de separación real de poderes, el alejamiento del pueblo de las grandes decisiones, la supeditación del Estado social a la tasa de ganancias empresarial, y la perdida de la apuesta por construir sociedades más igualitarias. Un vaciamiento del contenido de la democracia que sólo es posible en la medida en que se asume socialmente la imposibilidad de dotar de contenido a la democracia cuando no existe homogeneidad social".
Dónde queda la democracia es una pregunta incómoda: los movimientos sociales son malos para la institucionalidad, la apatía es una ventaja, los diseños electorales con más relevantes que la construcción de sentido el pluralismo significa que las élites discutan entre ellas, somos tantos que hay que resignarse a que otros tomen por nosotros las decisiones… El pueblo termina convencido de que la democracia coincide precisamente con esos procedimientos que no entiende y que han traído unas élites políticas satisfechas con el desarrollo del sistema político. Al final, la democracia ya se puede nombrar: es precisamente lo que hacen los partidos.
Cuando caer en la escala social es algo probable, distanciarse de los fracasados es una opción. Hemos visto que, siendo nuestra única certeza la muerte, de ese destino salen dos grandes respuestas. Una, guiada por el miedo. La otra, por la confianza en el futuro. El miedo es inmediato y absolutiza el presente pone en alerta los mecanismos de supervivencia y activa las defensas. La esperanza, por el contrario, tiene como objetivo el futuro. Es una construcción intelectual, un proceso que precisa alguna forma de diálogo. Y sin algún tipo de otredad, no hay diálogo. La derecha siempre ha apelado al miedo. La izquierda, a la esperanza.
La economía liberada del compromiso social. El neoliberalismo gozó de una ventaja: era diagnóstico y remedio; al tiempo que se reclamaba neutral axiológicamente, ofrecía sus recetas de puro pragmatismo. Puede acoplarse y reacoplarse, mientras que la izquierda no tiene esa versatilidad. La derecha puede, como hizo durante los comienzos de la crisis, pedir la nacionalización de los bancos sin que se le caigan los anillos. A la izquierda, sin embargo, la promiscuidad le sienta muy mal. Hace sospechar que para cambiar el mundo todo vale. Si ya has aprendido el camino de la indignidad, ¿qué nos dice que no lo vas a encontrar atractivo cuando gobiernes? La actual fase del capitalismo se basa en la competencia generalizada, relaciones mercantiles urbi et orbi y el dinero, actuando como mediador universal. La crisis económica trabaja, paradójicamente, más para la derecha que para la izquierda. La crisis regresa a los lugares abisales del racismo y del patriarcado.
Pero el dinero permanece siempre en los bolsillos de los mismos. Droga, dinero, armas, pertecen a los mismos conglomerados. La realidad se ha vuelto tan burda, tan obscena, que el mundo de las finanzas sólo puede entenderse desde las metáforas de los zombis. Así reclama de cada cual que se resuelva por una actitud única, que se decida o para la obra perdurable o para la vida en el tiempo.
—Deficiones construidas al hilo de momentos históricos pugnando hoy en un momento de bifurcación histórica. Una melodía reconocible y, al tiempo, una melodía que se marcha y se nos queda en la punta de la lengua.
¡La Lucha sigue!