"Con Robinson en la mano, ¿quién necesita a nadie? A lo sumo, algún Viernes para recordar la superioridad eurocéntrica del hombre blanco y su ‘carga’ civilizatoria (en expresión de Kipling). En 1972, Michel Tournier daría vuelta a la historia y en ‘Viernes’, que asume hasta en el título el nuevo protagonismo, sería el nativo el que enseñaría el esplendor de otra cultura al cansado y derrotado europeo".
Como demostró Karl Polanyi tuvo que deshacer todos los lazos sociales para poder imponer su falacia autorreguladora. El capitalismo necesita una sociedad de individuos que no tengan más remedio que vender su mano de obra en el mercado de trabajo al precio que éste les ofrezca. Mientras en el feudalismo se imponía un modelo de extracción de carácter político (los súbditos entregaban parte de su trabajo al señor feudal por el pacto de vasallaje), el capitalismo independiza política y economía utilizando la gran falacia de un mercado donde todos son supuestamente iguales. El Estado, la política, no necesita intervenir pues la oferta y la demanda, la economía, se encarga de todo. La producción y los precios los indica el mercado. ¿Sociedad? ¿Para qué? Pese a todos los velos, Marx lo vio con la claridad del que estaba viviendo los cambios y percibía las novedosas mentiras. En su Contribución a la crítica de la economía política escribía:
"Las robinsonadas no expresan en ningún modo, como se lo figuran los historiadores de la civilización, una simple reacción contra un excesivo refinamiento y el retorno a una vida primitiva mal comprendida. Estas anticipan más bien la sociedad burguesa que se preparaba en el siglo XVI y que en el siglo XVVIII marchaba a pasos agigantados hacia su madurez.
"En esta sociedad de libre competencia, el individuo aparece como desprendido de los lazos de la naturaleza, que en épocas anteriores de la historia hacen de él una parte integrante de un conglomerado humano determinado, delimitado.
"El dinero sólo sirve para comprar el tiempo de los demás. La división del trabajo ha sido la gran ordenadora de la vida social. No es raro que aparezca ‘Viernes’, mano de obra esclava que se ofrece al pueblo en virtud de su ‘superioridad moral".
La globalización sin reglas para todos, esto es, globalización sin polis es como una isla desierta: no hay responsabilidades pues no hay habitantes. Una tierra ilimitada es como un desierto. La mercantilización de todo, incluidos los humanos, tratados como clientes y no como ciudadanos, es una desertización del planeta. Las plazas públicas, lugares de encuentro entre iguales, se sustituyen, por un enorme mercado o bazar donde sólo se es consumidor y vendedor, cazador o cazado. Los ciudadanos del mundo, como nuevos Viernes, o se someten o ni siquiera serán tomados como esclavos. La utopía neoliberal es el sueño de unos posos que dominan a muchos con un guión excelente donde al final, como en las grandes tragedias, necesariamente muere mucha gente.
Los pueblos sin previsión, los que salen cada día casi inventarse todo, son más felices que los pueblos con seguridad social. Les cualquier cosa. Un pequeño obsequio les arregla el día. Y la competencia no es mercantil, sino que tiene lugar de forma más terrenal. Cada cual tiene su ventaja personal y todos se saben más parecidos entre sí. Es, en cualquier caso, una felicidad infantil. La del que no se imagina una alternativa real —y regresa al sueño de la Cenicienta, al golpe de suerte, a la providencia que por fin se ha fijado en su humilde siervo—. Los accidentes son vistos como inevitables —mandados por Dios—. Si la naturaleza —o el Estado— te da algo, lo tomas.
Lo que fue dejando la religión lo fueron cogiendo el Estado y el mercado, convirtiéndolo en leyes o en mercancías. Y eso generó nuevos problemas. Las mujeres ganaron libertad sexual liberándose de los curas, de los maridos y de los padres, para terminar siendo rehenes del mercado —basta ver las cifras de prostitución y pornografía— o del Estado cuando necesita recortar libertades para mantener determinado orden —matrimonios homosexuales, eutanasia, aborto—. Silvia Federici reconstruyó el papel de las mujeres en el mundo occidental en virtud de las necesidades de la economía. Sólo cuando el desarrollo capitalista necesitó que la mujer regresara al hogar a parir los hijos que Dios mandara y la revolución industrial iba a necesitar.
—Hay una ciudad que llevamos por dentro. Es un reflejo de la construida afuera. A veces hay que derribar muchos muros reales para volver a edificarla. En la memoria quedan los planos del trabajo colectivo, del optimismo de cuando las ciudades fueron levantadas, de la esperanza de una ciudad más luminosa. Lejos de esa lógica de frontera, donde las grandes superficies ocultaban los conflictos o se solventaban con una escopeta. Los humildes siempre se han acercado a la ciudad. Cuando no los dejan, las rodean. Bajan a celebrar ritos de identidad —a veces sólo en los estadios—. Toda ciudad tiene la memoria de cuando el pueblo subió a tomar sus plazas. De cuando el pueblo recuperó las plazas.
¡La Lucha sigue!