El filósofo y teólogo Nicolás de Cusa, escribió una obra titulada La Docta Ignorancia, en donde se confronta la infinitud de Dios y se propone una reflexión centrada en la idea del saber del no saber, en donde se debela que lo importante no es simplemente no saber, sino el saber de lo que se ignora. En efecto, ningún otro saber más perfecto puede advenir al hombre, incluso al más estudioso, que el descubrirse sumamente docto en su ignorancia, que le es propia, y será tanto más docto cuanto más ignorante se sepa. La novedad de Nicolás de Cusa, reside en que él usa el pretexto de la infinitud de Dios, para proponer un procedimiento epistemológico general, que vale para el conocimiento de las cosas finitas, el conocimiento del mundo. Por ser finito, nuestro pensamiento no puede pensar el infinito más allá de eso es limitado el pensar la finitud del mundo. Todo lo que conocemos está sujeto a esa limitación, por lo que conocer es antes de todo conocer esa limitación, de ahí el saber del no saber.
En nuestro tiempo, la docta ignorancia será un laborioso trabajo de reflexión y de interpretación sobre sus límites, sobre las posibilidades que ellos nos abren y las exigencias que nos crean. Además, que de la diversidad de la experiencia humana hace parte la diversidad de los saberes sobre la experiencia humana. Nuestra infinitud tiene así una contradictoria dimensión epistemológica: una pluralidad infinita de saberes finitos sobre la experiencia humana en el mundo. La finitud de cada saber es así doble, constituida por los límites de lo que conoce sobre la experiencia del mundo y los límites de lo que conoce sobre los otros saberes del mundo. Es sobre todo la diversidad epistemológica del mundo lo que causa incertidumbre en el tiempo actual.
Ser un docto ignorante en nuestro tiempo, es saber que la diversidad epistemológica del mundo es potencialmente infinita y que cada saber, sólo muy limitadamente, tiene conocimiento de ella. También en este aspecto nuestra condición es diferente de la de Nicolás de Cusa. En cuanto el saber del no saber del que él parte es un saber único y, por lo tanto, una única docta ignorancia, la docta ignorancia adecuada a nuestro tiempo es infinitamente plural. Pero tal como sucede con la docta ignorancia de Cusa, la imposibilidad de captar la infinita diversidad epistemológica del mundo no nos disculpa de buscar conocerla, por el contrario, la exige. En otras palabras, si la verdad solamente existe como búsqueda de la verdad, el saber solo existe si vamos más allá de él y lo ponemos al servicio de nuestras preocupaciones e incertidumbres.
El saber únicamente existe como pluralidad de saberes, tal como la ignorancia solamente existe como pluralidad de ignorancias. Las posibilidades y los límites de comprensión y de acción de cada saber solo pueden ser conocidas en la medida en que cada saber se propusiera una comparación con otros saberes. Esa comparación es siempre una versión contraída de la diversidad epistemológica del mundo, ya que esta es infinita. Es una comparación limitada, pero es también el modo de presionar al extremo los límites y, de algún modo rebasarlos o dislocarlos.
Los límites y las posibilidades de cada saber, reside en la existencia de otros saberes que pueden ser explorados y valorizados en la comparación con otros saberes. Cuanto menos un determinado saber conozca los límites de lo que conoce sobre los otros saberes, menos conoce sus propios límites y posibilidades. La comparación no es fácil, pero en ella reside la docta ignorancia adecuada a nuestro tiempo.
El descentramiento de los saberes tiene todavía otra dimensión, el campo de interacciones prácticas en donde se realiza una interpelación de los saberes, este no tiene un lugar exclusivo para morar los saberes, como las universidades o centros de investigación. El lugar de producción de saberes son todos los lugares donde el saber es convocado a convertirse en experiencia transformadora. O sea, son todos los lugares que están más allá del saber en tanto práctica social separada. Significativamente, los diálogos de Nicolás de Cusa tienen lugar o en la barbería o en el humilde taller del artesano. El filósofo es, pues, llevado a discutir en un terreno que no le es familiar y para el cual no fue entrenado, el terreno de la vida práctica.
En conclusión, la docta ignorancia y la ecología de los saberes son las vías para enfrentar una de las condiciones de incertidumbre de nuestro tiempo: la diversidad infinita de la experiencia humana y el riesgo que se corre de, con los límites de conocimiento de cada saber, desperdiciar experiencia, esto es, de producir como inexistentes experiencias sociales disponibles o de producir como imposibles experiencias sociales emergentes.