Es imperativo destacar la esencia de la racionalidad revolucionaria. Insistir en la formación política. No abandonar jamás la lucha por hacer realidad la revolución. Esforzarse por aceptar la lógica de los pensadores. Ilustrarse de la sabiduría que flota en el ambiente universal donde existe el pensamiento emancipador de los pueblos. Entender, al fin de cuentas, que el proceso revolucionario se construye, se arma minuciosamente con la buena voluntad de los hombres llenos de ideales.
Entramos en la fase de la producción intelectual y la práctica concreta de profundizar el Proceso. Momento que exige a los constructores del nuevo sistema político temperancia, conciencia y humildad. Punto decisivo para diferenciar lo que es reforma y lo que es revolución. Coyuntura para sincerar posiciones políticas e ideológicas. Línea divisoria que marca la realidad de los dos sistemas políticos encontrados: democracia representativa (popularmente categorizada como la IV República) y la Revolución Bolivariana. Estamos, entonces, de frente a la historia y con la obligación de rendir cuentas al pueblo y a nosotros mismos.
Se hace necesario también observar que la masa popular, el pueblo como estructura política, ha ascendido en sus niveles de conciencia y capacitación ciudadana. "Milagro" que se le debe a Hugo Chávez, a la Constitución Bolivariana y a la revolución impulsada por hombres íntegros que no perecen ni claudican en su búsqueda justiciera
Estamos en el punto que indica las dos flechas que señalan el rumbo a seguir. La flecha hacia la derecha que es para no terminar de romper con la cultura política que impuso la IV República. Por lo tanto, es mantenerse apegados al sistema de la democracia representativa, aceptar la reforma y olvidarse de la utopía revolucionaria. Es hacerle ofertas al pueblo, para ganar indulgencias y no cumplirlas. Es también, hablar en nombre de la revolución pero actuar como "escuálidos". Es sostener ante la opinión pública la depuración del aparato burocrático, pero "por debajo de la mesa" mantener el vicio de los ilícitos y del cobro de comisiones. Es, además, emplear el poder para usufructuarlo (práctica de la democracia representativa) y no para alcanzar el bien común (meta de la Revolución Bolivariana).
La otra flecha, que orienta hacia la izquierda, es la senda para asumir la lucha por consolidar el Proceso. Lo que implica: (i) claridad ideológica para actuar como un ser de buena voluntad; (ii) aprehender para sí la conciencia revolucionaria y convertirse en un auténtico promotor del bien común; (iii) estimular la formación política propia y de la militancia para contrarrestar los efectos demoledores de la fascinación del poder; (iv) canalizar los actos revolucionarios como la vía constitucional para la toma del poder regional y local; (v) fundamentar los actos constituyentes para sustituir el Estado de la IV República; (vi) inducir el fomento de los principios éticos y morales a fin de interactuar con base en la humildad, solidaridad, serenidad, perseverancia y amor al prójimo.
El camino que escojan los indecisos no tiene vuelta atrás. Las flechas así lo indican. El pueblo, ese que produjo el 13 de abril, madre de todos actos constituyentes por venir, ya no es el mismo. Aquella masa sumisa y conforme con un saco de cemento, láminas de zinc, ladrillos y una bolsa de comida, sabe ahora lo que es el poder popular. Si aún persiste la conducta clientelar, la tendencia es acoplarse a la conciencia colectiva. La vía de la emancipación. Por eso, las cohortes generacionales que protagonizan la escena política actual y dirigen la sociedad, no pueden seguir en el limbo de la ambigüedad. El Presidente lo destaca muy significativamente en sus mensajes concientizadores. Las dos flechas están allí. Subyacen en la práctica de los actos políticos. La escogencia del camino verdadero --no del simulado que es como una prótesis inorgánica-- para quienes no lo han hecho todavía, ya no tiene prórrogas. Las próximas cohortes generacionales se están preparando para reemplazarlos. La flecha de la revolución salta a quienes se les dificulta desprenderse de la flecha reformista.
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