A propósito de las elecciones en Argentina

Argentina: el triangulo del poder

Argentina: el triangulo del poder
Heinz Dieterich Steffan (Rebelión)

En diciembre del 2001 las fuerzas populares y la clase media argentina se rebelaron exitosamente contra la política neoliberal del gobierno, obligando al presidente Fernando de la Rúa a huir de la Casa Rosada en un helicóptero. Como siempre, el precio del rescate de la soberanía del pueblo se pagó con sangre: más de treinta ciudadanos fueron asesinados por la policía durante el levantamiento. De la lucha en la calle nació la esperanza del cambio; de la sangre de los caídos la convicción de la valentía popular; del esfuerzo espontáneo la conciencia de la unidad posible y, de la corrupción generalizada de los políticos, la voluntad de borrarlos del mapa de la Patria. 'Que se vayan todos', fue la bandera de lucha del Argentinazo.

La consigna no era nueva. Quinientos años antes, una de las culturas autóctonas plagadas por los primeros neoliberales de Nuestra América, los invasores españoles, se dirigió a los usurpadores. Sabiendo, que a los neoliberales sólo les importaban los metales preciosos, llevaban consigo su oro y les dijeron: 'Llévense todo, pero váyanse.' Trescientos años después seguían siendo esclavos.

Y es que nadie que vino a robar y vivir del trabajo ajeno se irá voluntariamente o a las buenas, mientras quede alguna riqueza por explotar, porque su relación con los productores directos de la riqueza social, es parasitaria. En la simbiosis socio- económica, la existencia del beneficiario de la relación es una función directa de la existencia y de los modos de producción del huésped involuntario, en este caso, el pueblo.

Para lograr que una elite parasitaria se va, es imprescindible que el huésped subyugado cuente con dos elementos fundamentales: a) tiene que entender adecuadamente las condiciones del campo de batalla en que se da la lucha para expulsarla y, b) necesita tener un plan de guerra que respete la lógica de las ciencias militares y políticas, sin cuyas artes el triunfo no es posible. Se precisa, en otras palabras, un proyecto histórico para la nación.

El teatro de operaciones o campo de batalla de los sujetos sociales en la sociedad moderna está definido por tres centros de poder: las mayorías, la elite económica y el Estado. Es dentro de este triángulo de poder que toda lucha de clases, en todas sus formas posibles, se realiza.

Esa estructura triangular de la realidad política determina que cualquiera de los tres actores que pretende conquistar el poder y conservarlo de una manera más o menos estable, requiere cooptar, por lo menos, a un segundo centro de poder. Si no logra tal alianza, no tiene posibilidad de extender su proyecto nacional al conjunto de la sociedad.

La dominación completa de un sistema social se logra, cuando los tres sujetos de poder actúan en la misma direccionalidad o tendencia de evolución; la dominación es incompleta, mientras se controlen solo dos de los tres elementos; y, la dominación es imposible, cuando se domina sólo a uno de los tres Leviatanes.

Dado que la alianza entre las mayorías y las elites económicas del gran capital es, por lo general, imposible, por el antagonismo entre sus intereses de clase, el objetivo natural de la política de las masas es la conquista parcial o total del Estado. Toda propuesta que pretende cambiar la calidad de vida de las mayorías en el Tercer Mundo sin tomar el poder es, ipso facto, una burrada utópica.

Conquistar el Estado de manera parcial o total, significa, por supuesto, arrancárselo a la elite económica, porque la simbiosis entre la clase política y la elite económica es orgánica. El gran capital garantiza su reproducción económica a través del poder estatal y la clase política se perpetua a través del poder del gran capital. De hecho, la clase política y la elite económica forman, junto con las elites militares y culturales, la clase dominante de una nación.

Dentro de este teatro de operaciones de la lucha de clases, la consigna de 'Que se vayan todos', sólo podía significar que se fueran todos los políticos para ser sustituidos por las fuerzas de la rebelión antineoliberal, estableciéndose, por lo tanto, un bloque de poder entre las mayorías y sectores del Estado que garantizara la transformación social anhelada por el Argentinazo.

Esto es justo lo que no sucedió y la pregunta es, ¿porque las fuerzas antineoliberales no lograron impedir la reconstitución de la corrupta clase política argentina que había causado la destrucción del país?

Existen, por supuesto, varios factores que explican la triste experiencia de la incapacidad de una nación culta, con recursos naturales incomparables en América Latina, de cambiar una clase política odiada y despreciada por la abrumadora mayoría de la nación. Habría que hablar de la identidad nacional argentina, de la enfermedad endémica del sectarismo político y, por supuesto, de la aniquilación física de toda una generación de líderes sociales, sindicales, estudiantiles y políticos, por la dictadura militar de 1976-1983.

La clave del naufrago radica, sin embargo, en la ausencia de un Proyecto Histórico de la nación argentina. Sin este proyecto, la compleja lucha entre el Estado, las elites económicas y las mayorías, no puede ser ganada por las fuerzas populares.

Al no llevar la lucha social a la arena de la contienda política, el campo electoral argentino quedó cubierto por cinco candidatos que representan, con diferentes matices importantes, el antiguo régimen que motivó el levantamiento.

'El Turco' Carlos Saúl Menem, una especie de Saddam Hussein de la pampa húmeda, quien destruyó a la nación en los años noventa, encabeza las encuestas de opinión, con su promesa de usar el ejército para acabar con las protestas sociales de los piqueteros y de recalentar las relaciones carnales con George Bush; Ricardo López Murphy, 'el bulldog' de la City y de Washington, promete anexar Argentina a Washington a través del Area de Libre Comercio (ALCA), la destrucción del Mercosur y la profundización (sic) de las reformas neoliberales de Menem.

Adolfo Rodríguez Sáa propone el desarrollo del capitalismo nacional con faz humana, al igual que su correligionario peronista, Néstor Kirchner y Elisa Carrió que viene del centrismo político argentino.

La posición de las fuerzas populares ante estas ofertas electorales, es comparable a la de un paciente pobre con cáncer que en un consultorio pide la terapia para salvarse. Llega con Menem y le dice, 'Doctor, hace diez años Usted me prescribió aspirina contra el cáncer, pero no me curó. Hoy estoy peor que antes.' Menem le dice: 'La terapia es correcta, sólo hay que duplicar la dosis. Tome dos.'

Desconfiado va con Sáa, Kirchner y Carrió. Le confirman, que Menem tiene razón y que sí, la aspirina cura el cáncer, pero que Menem se equivocó en la dosis: sólo hay que tomar media aspirina al día. Finalmente, va con Murphy. Este le asegura que va a acabar con el cáncer y cumple con su promesa: le receta una buena dosis de veneno.

Pero no sólo los 'partidos de aspirina' son el problema del pueblo argentino ante el cáncer neoliberal, sino también las nomenclaturas sindicales. Ante el vacío del poder dejado por la clase política y aún con el ejemplo del triunfo electoral de Ignacio 'Lula' da Silva en el Brasil, las nomenclaturas del sindicalismo peronista y del sindicalismo independiente, como la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), no construyeron una alternativa política y un Nuevo Proyecto Histórico, para enfrentarse en el terreno de la superestructura política a los operadores del gran capital nacional e internacional.

Es por eso, que todos los que debían haberse ido, han vuelto a postularse para puestos políticos, como si el 19 y 20 de diciembre nunca hubieran ocurrido.

Mucha ignominia para un pueblo tan combativo y heroico.


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Heinz Dieterich Steffan (Rebelión)


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