—"Los gobernantes de Venezuela (ellos) es la patria. Los esfuerzos de los políticos por rodear estos hechos de una apariencia de constitucionalidad nada significan ni nada explican. ¿Qué Páez y los suyos fueron despóticos, absorbentes y crueles? Sus sucesores no lo serán menos que ellos. ¿Qué saquearon las rentas y dilapidaron las reservas morales de la Nación? La única verdad de todo esto permanecer oculta detrás de la demagogia que puso de moda Guzmán. Estos hombres han mandado demasiado, habían disfrutado de los privilegios del Poder por más tiempo del que la impaciencia del pueblo podía tolerar". Hasta la actualidad.
La democracia venezolana es un fenómeno positivo, pero más que hacia el ideal de las libertades, se orienta hacia el igualitarismo social, donde se funden los viejos prejuicios aristocráticos. En esta incipiente etapa de la integración nacional el ímpetu integrador se resuelve en una floración de apetitos sobre los cuales bordan su entelequia jurídica los doctores y su romántica fábula los poetas. Pero en ese ímpetu, es en él donde toma cuerpo el sentimiento nacional. Lo que retarda la aparición de un concepto consciente de la patria no es el primitivismo del pueblo que insurge con sus sentimientos y sus ansías integrativas, sino las mediocres pasiones de los políticos, incapaces de comprender la pura grandeza de aquellas ansias.
Por lo demás no pide nada que no pertenezca a la esencia misma de la democracia, a saber: la institución del sufragio universal, la libertad del pensamiento, de la palabra y la Prensa; el respeto "inviolable" a los pronunciamientos de la justicia, el anatema de los monopolios, la alternabilidad en los cargos, recompensas y honores públicos, la caída de los privilegios inconstitucionales, la protección legal y justa a la propiedad y a las industrias, la independencia del Gobierno de toda voluntad autocrática, la propagación de todo género de enseñanza, la independencia del Poder legislativo, la promulgación de la mayoría de la Nación y su independencia moral.
El dólar —afirma un axioma económico— sólo permanece en los países cuyo pueblo es laborioso y tiene iniciativa. En Venezuela toda la iniciativa y toda la laboriosidad el pueblo ha derivado hacia la demagogia, "pedigüeño"; esto es, hacia la destrucción. ¿Se ha detenido alguna vez un Presidente a pensar en la proporción en que él mismo ha contribuido a crear este estado de cosas? Su concepción económica no ha superado el estado ideológico del mercantilismo. Movimiéndose en una atmósfera mental que recuerda a los ingleses Man y Child, su ideal es el logro de una balanza comercial favorable. Pero ni aun en esto llega a desarrollar el ciclo teórico del fenómeno, pues se limita a propugnar la atracción del dólar mediante un comercio preferentemente importador y con la creación de una industria doméstica que no sabe cómo podría competir con las extranjeras. Ni siquiera advierte las proyecciones que ha de tener en la vida financiera del país, en la atracción del dólar, en los fenómenos del cambio internacional.
Podría decirse que no es tanto el fervor de sus correligionarios como la conducta del Presidente lo que contribuye a deformarle los contornos de la realidad. De repente se siente inseguro, rodeado de recelos y de reticencias. Nada en concreto advierte, y, sin embargo, cada día que pasa se siente menos firme, como si una mano invisible, silenciosa, estuviese escarbando bajo sus pies. De pronto veía aparecer un competidor que le disputaba tales prerrogativas con sólo el prestigio que le daba la fuerza y sufría el despecho de ver cómo la maquinaria creada por sus afanes venía a ponerse en servicio del intruso. Con frecuencia, trata de penetrar la cerrazón de su ceño enemigo; preguntarle qué clase de hombre es éste, cuál es su punto vulnerable y en cual dirección se orientan sus pensamientos ¿Es mi amigo o mi enemigo?
¡La Lucha sigue!