"Un destino que escapó de nuestras manos, de un mundo que hicieran mis mayores, donde fueron artífices, amos y dueños. Antes de venir al mundo, sabía por boca de mis padres que el papel que nos correspondía en esta sociedad nueva era el de preceptores, de eternos espectadores en el fluir de la historia, sin oponernos a ella, en tanto no se quebrantasen los principios a los que utópicamente aspirábamos; para nosotros, nunca ha existido ni el medio ni la oportunidad: tan sólo querían una patria mejor que caminara sin andaderas".
Resulta imperativo, en una época masificante y hedonista como la nuestra, contradicha por abismos de miseria, de neurosis, de taras heredadas y de adicción a las drogas como medio de escape destructor, luchar por el afinamiento de aspiraciones cualitativas del alma y no entregarse al personalismo cuantitativo alimentado por la publicidad del consumo.
La inflación de nuestra sociedad industrial desarrollada y su influencia economicista desprovista de ética, de moderación y de espíritu, justifica la imaginación del fin del mundo y el retorno al Caos por consunción, putrefacción, contaminación, destrucción ecológica, entropía planetaria. No es casual que nuestro tiempo sea el de la explosión del consumo de drogas y la pandemia del coronavirus. Sálvanos de las tinieblas de este mundo al que nos arrojaron. ¿Cuánto tiempo tendremos que abismarnos en los mundos? Un mundo de turbulencia sin firmeza, un mundo de tinieblas sin luz, un mundo de muerte sin vida eterna, un mundo donde las cosas buenas perecen y donde los proyectos desembocan en la nada. Este mundo no fue creado según el voto de la Vida. Hundirse en el fondo de la sima, infierno o cielo.
Inconscientemente comediante, seducido por su deseo de gloria, ese fustigador de sí mismo se convierte, para el público, tan pronto como mira su interior. Y lo que ha hecho de su vida la más íntima tragedia, es que se daba cuenta perfecta de su inconsecuencia, de su falsa postura, y sabía, acerca de esa, mucho más que todos sus enemigos más encarnizados. Quien quiera saber o adivinar, por lo menos, el desprecio y el asco que sentía de sí mismo esa alma atormentada y sedienta de verdad.
En la inmensa desolación de la sociedad contemporánea significativamente tildada de postmoderna, rodeada por los espectros de las guerras y genocidios políticos, perdidos el sentimiento de salvación, y el interés por indagar el fin último del hombre y del mundo, reducida al existencialismo subjetivo con libertad aparentemente plena de elegir, a la cremallera e hechos, efímeros repetidos, sin percepción ya de lo esencial, ensordecida y confundida por la información, la publicidad y el desorden general del mundo, redescubrir valores fragmentarios de orden arcaico, al igual que las drogas y tranquilizantes, producen el sueño de la tentación del Caos, como regreso al estado fetal.
La renovación del mundo es la renovación de uno mismo. El imperialismo quiere extender un mito individual y simbólico a una experiencia política totalitaria y sangrienta. Esa periodicidad que repite vida y muerte incita la imaginación a concebir el eterno retorno, empuja a incluir en el ciclo renovador, la era tenebrosa del Caos.
Lo que inhibe la inteligencia, en nuestra época, es el sistema económico para consumidores solamente. Lo nuevo encubre la mayor vejez de la cultura occidental. Lo que importa es saber por qué se vive y se muere. La respuesta antigua estuvo dada: para servir a los dioses. Ahora no sabemos, no sabemos nada, sólo sentimos la tentación innumerable del Caos ¿Cómo metáfora de la realidad actual?
¡La Lucha sigue!