Emociones revolucionarias

Vivir en nuestro país constituye hoy una aventura fascinante. Se trata de un sueño convertido en realidad para cualquier rebelde al estilo de este cronista, quien, desde la caída de Pérez Jiménez, soñaba con una Venezuela libre (de adecos) y para los venezolanos.

Sin embargo, hablando con sinceridad, no puedo negar uno que otro sobresalto. Cada día equivale a un viaje hacia una galaxia desconocida y misteriosa, donde nadie sabe qué podremos encontrar. A decir verdad, yo esperaba llegar a la tercera edad en un plan, si no de total esparcimiento y solaz, al menos no tan angustiante como el período recién finalizado, con golpe incluido, sabotajes, guarimbas y paracos colombianos.

Por fortuna, según creo, todo eso fue superado, aunque el mismísimo George W. Bush se haya quedado con las ganas de hospedar en Guantánamo un contingente de criollos fichados por Halliburton u otro consorcio familiar.

En realidad, para ser franco, lo que me causa inquietud son algunos discursos presidenciales, sobre todo cuando las barras están alebrestadas, coreando peticiones altisonantes y exigiendo la papaya bien pelada.

En días pasados escuché durante cuatro horas la cadena de radio y televisión que terminó después de las 11:00 pm, abreviada debido a que el Presidente debía viajar a Brasil esa misma noche.

A pesar de la paciencia de Hugo Chávez para explicarnos el socialismo del siglo XXI, yo sigo en Babia. Arranco en el motor del Poder Comunal y me fajo con los problemas del barrio, el caserío o la urbanización; gestiono créditos comunitarios y me integro a la contraloría social; pero, aún así, no le veo el queso a la tostada.

La cuestión se empastela cuando sale a relucir la sociedad tribal, o sea el comunismo yanomami.

Más difícil me resulta aceptar el partido único donde habrá que calarseaciertosmercaderesdelapolítica que, por cuestiones de tacto, noPodemosmencionar.Encuanto aloslíderespartidistas,nisiquiera vislumbro cómo se elegirán, eso siempreycuandoelcomborevolucionario vaya a tener dirigentes.

A todas estas, la revolución será espasmódica y hasta arbitraria, pero a nadie le alcanza el tiempo para fastidiarse.

augusther@cantv.net


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Augusto Hernández


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