—"Él fue grande, porque siendo cuerdo creyó en la locura ajena, amó al loco y le siguió cuando otros locos no le hubieran seguido, porque cada loco, con su tema, siempre lleva su camino y sólo en el suyo cree; esperó en la "ínsula" purificando con la firmeza de tan poco cuerda esperanza su egoísta anhelo de poseerla".
A todas horas oímos hablar del juicio de la posteridad, del fallo de la Historia, de la realización de nuestro destino (cuál), de la misión histórica de nuestra nación. La Historia lo llena todo; vivimos esclavos del tiempo. El pueblo, en tanto, la bendita grey de los idiotas, soñando su vida por debajo de la Historia, anuda la oscura cadena de sus existencias en el seno de la eternidad. En los campos en que fue Munda, ignorante de su recuerdo histórico, echa la siesta el oscuro pastor.
Y nada tampoco se adelanta con sacar a relucir las ambiguas palabras de pesimismo y optimismo, que con frecuencias nos dicen lo contrario que quien las emplea quiso decirnos. Poner a una doctrina el mote de pesimista no es condenar su validez, ni los llamados optimistas son más eficaces en la acción. Creo, por el contrario, que muchos de los más grandes héroes, acaso los mayores, han sido desesperados, y que por desesperación acabaron sus hazañas. Y que aparte esto, y aceptando, ambiguas y todo como como son, esas denominaciones de optimismo y pesimismo, cabe un acierto pesimismo trascendente engendrador de un optimismo temporal y terrenal.
Muy otra es, la posición de nuestros progresistas, los de la corriente central del pensamiento de los Gringolandia contemporáneo; pero no podemos hacernos a la idea de que estos sujetos no cierran voluntariamente los ojos al gran problema y viven, en el fondo de una mentira, tratando de ahogar el sentimiento trágico de la vida.
¿Cuál es, pues, la nueva misión hoy en este mundo? Clamar, clamar en el desierto. Pero el desierto oye, aunque no oigan los hombres, y un día se convertirá en selva sonora, y esa voz solitaria que va posando en el desierto como semilla, dará un cedro gigantesco que con sus cien mil lenguas cantará un hosanna eterno al Señor de la vida y de la muerte.
Y si esto es la vida física o corporal, la vida psíquica o espiritual es, a su vez, una lucha contra el eterno olvido. Y contra la Historia. Porque la Historia, que es el pensamiento de Dios en la tierra de los hombres, carece de última finalidad humana, camina al olvido, a la inconciencia. Y todo el esfuerzo del hombre es dar finalidad humana a la Historia, finalidad sobrehumana, que diría Nietzsche, que fue el gran soñador del absurdo: el cristianismo social.
Podrá decirse, sí, que muerto el perro se acabó la rabia, y que después que me muera no me atormentará ya está hambre de no morir, y que el miedo a la muerte, o, mejor dicho, a la nada, es un miedo irracional, pero… Sí, pero… Eppur, si muove! Y seguirá moviéndose. ¡Como que es la fuente de todo movimiento!
¡La Lucha sigue!