La ira fútil es el falso motivo de todo epigrama

—"Cuando el sol muriente, majestuoso, como quien sabe embellecer para morir, se ocultaba tras lejanas lomas, arrojando sobres los picaños de la sierra rojizos manchones, se presentó estropeado y sudoroso, de retorno de la montaña, a donde había ido por palma real para las arcadas del camino. En su desasosiego, en su mirada recelosa, en sus idas y venidas, en rondar pensativo en torno del Caudillo. ¡Mira! para que se lo pongas a la Virgen, a ver si Felipe González (Felipillo), que vendió el Pegaso a Italia, la industria a Alemania. Construyó hoteles con celestinas y maricones. Los gestores de dinero se ven seducidos por la laxitud de la normativa por las prostitutas facilitadas por gentileza de sus anfitriones durante la noche, cuando llegarán los turistas". Nada de extraño hubiese tenido, que descontenta de la vida, entrara monja o alguna otra hermandad religiosa y derramara caridad sobre encancerados dolores, curara llagas, implorara de puerta en puerta el pan de los enfermos, como a su Dios misericordia para los infelices menesterosos, pues hasta en la menesterosos, pues hasta en la misericordia divina e creía más allegada, capaz de interceder por los que se resolvían allá abajo.

Los hombres aseguran que les cabe discutir los temas de una manera general y no individual. Pero si un hombre dice que la medicina es una farsa, en el acto las mujeres que le oigan se preguntarán cuánto debe al médico ese hombre. Y en nueve casos de cada diez las mujeres tendrán razón. El décimo caso será el de un filosofó, al que ellas diputarán por necio. En cambio comprenderán a los otros nueve. ¿Por qué las mujeres no componen nunca o casi nunca versos, que son el arte de hablar de una cosa en términos de otra? Porque en poesía se trata de las mujeres en términos distintos a lo que ellas son. De aquí que las mujeres juzguen que la poesía es una mera pérdida de tiempo.

En aquel momento surgió una visión; la de un viejecillo nonagenario, que se parecía mucho a Francisco Franco y que, como éste sabía bien, se hallaba siempre cerca de él, escondido bajo una lápida. La imagen sacóle la lengua y gritó; "¡Eres un fatalista, mentiroso y ladrón Felipillo!" Luego la losa cayó sobre él, sin dejar al descubierto más que unos pelillos blancos por entre los intersticios del quicio. Si veía al viejo aquel, era un mal presagio. Cuando aparecía, se trocaba en una pesadilla para Felipillo. Este reanudó su coloquio íntimo, pero, por respeto al anciano, adoptó maneras más corteses.

Cruces del calvario semejante, en número infinito, son los que en los dibujos forman los puntos semejantes del pueblo; en la urdimbre de los acontecimientos, nacen escenas enteras en el gran tapiz de la historia. Este tapiz, a lienzo, o dibujo, o como quieras llamar, puedes considerarlo como la imagen de un futuro que va perfilándose sobre un fondo vació. De continuo se alimenta la trama con la materia que las vidas le proporcionan. En este mismo momento esa trama, como siempre, se crea y ordena un incalculable número de hilos separados que forman el curso de diversas vidas.

Pensamos continuamente en el pasado o en el porvenir, y procuramos hacer proyectos para uno o evocar el otro. De manera que el presente apenas existe, y no es más que una especie de intermedio. Nunca somos, sino que estamos a punto de ser. La única excepción a esa eterna inquietud la constituye el viaje sin regreso. Entonces todo se convierte en vivo y real. Hemos dejado atrás el pasado y aún no nos preocupamos del porvenir. Por un breve tiempo renunciamos a nuestro papel en la comedia del destino y vivimos. Somos felices y quedamos atónitos al ver lo placentero que resulta el mero hecho de vivir, de ser lo que en realidad somos.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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